MEDIO ORIENTE Y EL TABLERO MUNDIAL
En la nueva guerra de Israel contra los palestinos la amenaza
de que ésta se extienda a todo el mundo árabe está
latente; también se juega la relación entre Europa y Estados
Unidos y la estabilidad de la economía mundial. En efecto, la constitución
de un gabinete de unidad nacional en Israel, con influencia decisiva de
la derecha del Likud para --según palabras del primer ministro Ehud
Barak-- "preparar la guerra contra los palestinos y los árabes",
constituye un gesto que sólo puede ser visto por la Autoridad Nacional
Palestina y por los estados árabes (que en los últimos 50
años han librado tres guerras contra Israel) como una amenaza directa.
Sobre todo cuando esas declaraciones fueron acompañadas por el bombardeo
a las instalaciones portuarias palestinas; el hundimiento de su flota,
la destrucción de las oficinas administrativas --incluida la presidencial--,
y por el papel que otorgó Barak a Ariel Sharon, odiado por el mundo
árabe por su protagonismo en la invasión de Líbano
y en las matanzas de Sabra y Chatila, y por la promoción de las
colonias judías en territorios palestinos ocupados.
Los gobiernos de los países árabes se encuentran
aprisionados en una tenaza: por un lado, sufren la presión de las
manifestaciones masivas de apoyo a los palestinos y del crecimiento del
fundamentalismo islámico, violentamente antiestadunidense y antisraelí
y, por el otro, no desean una guerra que podría llevar a cambios
políticos en cada país y temen perder sus relaciones de clientes
políticos de Washington. Pero mientras los países árabes
buscan cómo evitar la guerra, Israel la prepara, ya que no quiere
ceder a Damasco el Golán sirio ocupado, ni quiere la autonomía
de los palestinos, que pesaría políticamente sobre los árabes
que viven en Israel mismo, ni quiere dejar que el mundo árabe se
reconstruya bajo el estímulo de los precios petroleros.
Esta presión hacia una guerra "preventiva" por
parte de Israel, para evitar una unificación y un fortalecimiento
de sus enemigos potenciales, borra la única fuerza que podría
hacer entrar en razón a los expansionistas hombres del Likud, o
sea, la oposición a la guerra por parte de los israelitas e israelíes
democráticos y liberales, partidarios del reconocimiento del Estado
palestino y de un Israel laico, pluriétnico.
Desgraciadamente, en Israel, salvo honrosas excepciones
como Uri Avnery, ellos están mudos y sólo cuentan entre los
intelectuales ju-díos franceses, ya que los hebreos estadunidenses
son empujados demagógicamente hacia una posición belicista
por los dos grandes partidos que están a caza de los votos y del
dinero de los israelitas. De este modo, la dureza en Israel divide a la
diáspora, pero refuerza a quienes la utilizan para reunir las condiciones
para una guerra que involucraría al mundo árabe del Medio
Oriente y de Africa y al mundo musulmán; estimularía el terrorismo
antiestadunidense --como el de Adén--; obligaría a los países
árabes a poner en acción el "arma del petróleo", como
ya lo hicieron en el pasado boicoteando a Estados Unidos y a los aliados
de Washington y, por consiguiente, encarecería el precio de la energía,
aumentaría la desocupación a escala mundial y provocaría
mayores sufrimientos a buena parte del mundo. Además, nuevamente,
como en la guerra del Golfo o en la agresión a Yugoslavia, Estados
Unidos deja de lado a una gran potencia militar y petrolera, como Rusia
y, con su apoyo a Israel, prescinde nuevamente de la ONU, enfrentando también
a Europa y a China y lesionando poderosos intereses de estas dos regiones.
El dúo Barak-Sharon quizás pueda tener interés en
darle una patada al tablero del juego político medioriental, pero
Estados Unidos, por meros intereses preelectorales, está poniendo
en juego la estabilidad y la economía mundial. Sería bueno
que reflexione antes de que sea demasiado tarde y que haga algo para atar
los mastines de guerra israelíes. |