Espejo en Estados Unidos
México, D.F. sábado 14 de octubre de 2000 
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Editorial
 
MEDIO ORIENTE Y EL TABLERO MUNDIAL 

SOL En la nueva guerra de Israel contra los palestinos la amenaza de que ésta se extienda a todo el mundo árabe está latente; también se juega la relación entre Europa y Estados Unidos y la estabilidad de la economía mundial. En efecto, la constitución de un gabinete de unidad nacional en Israel, con influencia decisiva de la derecha del Likud para --según palabras del primer ministro Ehud Barak-- "preparar la guerra contra los palestinos y los árabes", constituye un gesto que sólo puede ser visto por la Autoridad Nacional Palestina y por los estados árabes (que en los últimos 50 años han librado tres guerras contra Israel) como una amenaza directa. Sobre todo cuando esas declaraciones fueron acompañadas por el bombardeo a las instalaciones portuarias palestinas; el hundimiento de su flota, la destrucción de las oficinas administrativas --incluida la presidencial--, y por el papel que otorgó Barak a Ariel Sharon, odiado por el mundo árabe por su protagonismo en la invasión de Líbano y en las matanzas de Sabra y Chatila, y por la promoción de las colonias judías en territorios palestinos ocupados. 

Los gobiernos de los países árabes se encuentran aprisionados en una tenaza: por un lado, sufren la presión de las manifestaciones masivas de apoyo a los palestinos y del crecimiento del fundamentalismo islámico, violentamente antiestadunidense y antisraelí y, por el otro, no desean una guerra que podría llevar a cambios políticos en cada país y temen perder sus relaciones de clientes políticos de Washington. Pero mientras los países árabes buscan cómo evitar la guerra, Israel la prepara, ya que no quiere ceder a Damasco el Golán sirio ocupado, ni quiere la autonomía de los palestinos, que pesaría políticamente sobre los árabes que viven en Israel mismo, ni quiere dejar que el mundo árabe se reconstruya bajo el estímulo de los precios petroleros. 

Esta presión hacia una guerra "preventiva" por parte de Israel, para evitar una unificación y un fortalecimiento de sus enemigos potenciales, borra la única fuerza que podría hacer entrar en razón a los expansionistas hombres del Likud, o sea, la oposición a la guerra por parte de los israelitas e israelíes democráticos y liberales, partidarios del reconocimiento del Estado palestino y de un Israel laico, pluriétnico. 

Desgraciadamente, en Israel, salvo honrosas excepciones como Uri Avnery, ellos están mudos y sólo cuentan entre los intelectuales ju-díos franceses, ya que los hebreos estadunidenses son empujados demagógicamente hacia una posición belicista por los dos grandes partidos que están a caza de los votos y del dinero de los israelitas. De este modo, la dureza en Israel divide a la diáspora, pero refuerza a quienes la utilizan para reunir las condiciones para una guerra que involucraría al mundo árabe del Medio Oriente y de Africa y al mundo musulmán; estimularía el terrorismo antiestadunidense --como el de Adén--; obligaría a los países árabes a poner en acción el "arma del petróleo", como ya lo hicieron en el pasado boicoteando a Estados Unidos y a los aliados de Washington y, por consiguiente, encarecería el precio de la energía, aumentaría la desocupación a escala mundial y provocaría mayores sufrimientos a buena parte del mundo. Además, nuevamente, como en la guerra del Golfo o en la agresión a Yugoslavia, Estados Unidos deja de lado a una gran potencia militar y petrolera, como Rusia y, con su apoyo a Israel, prescinde nuevamente de la ONU, enfrentando también a Europa y a China y lesionando poderosos intereses de estas dos regiones. El dúo Barak-Sharon quizás pueda tener interés en darle una patada al tablero del juego político medioriental, pero Estados Unidos, por meros intereses preelectorales, está poniendo en juego la estabilidad y la economía mundial. Sería bueno que reflexione antes de que sea demasiado tarde y que haga algo para atar los mastines de guerra israelíes.

 

 

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