EL CANDIDATO GORE
La proclamación formal de Al Gore como candidato presidencial demócrata para los comicios de noviembre próximo en Estados Unidos, realizada ayer en Los Angeles, abre la recta final en el proceso de sucesión en la Casa Blanca. Si la postulación de Joseph Lieberman como compañero de fórmula del actual vicepresidente imprimió un inocultable acento derechista a la campaña demócrata, ayer Gore pareció esforzarse en equilibrarla con un discurso de marcado tono social, en el cual ofreció -aunque con otras palabras- emprender desde la presidencia una redistribución de la riqueza acumulada durante la bonanza económica de la última década.
La primera lectura que puede hacerse de la mancuerna Gore-Lieberman es que, de ganar la elección, podría combinar una política exterior endurecida, respecto a la de Clinton -cabe recordar que el segundo es promotor del mantenimiento del bloqueo contra Cuba y fue, en su momento, partidario de la contra nicaragüense-, y una administración interior empeñada en retomar, e incluso profundizar, las preocupaciones sociales en materia de educación y salud que, pese a todo, han caracterizado al gobierno del mandatario saliente.
Está por verse, en todo caso, que la oferta política esbozada en el curso de esta semana en Los Angeles sea capaz de remontar los 10 puntos de desventaja que las encuestas atribuyen a los demócratas frente a la candidatura republicana de George W. Bush.
Es innegable que buena parte de esa diferencia obedece a contrastes de imagen y personalidad: ante el pragmatismo desenfadado y hasta cínico del ex gobernador de Texas, el actual vicepresidente ofrece, ciertamente, una plataforma política más seria y consistente, tanto en el terreno interno como en política exterior; pero, hasta ahora, el carácter gris y hasta aburrido de Gore ha pesado más que su programa en el ánimo del electorado estadunidense. Adicionalmente, la campaña del ahora candidato presidencial demócrata se ve afectada por el lastre de los escándalos sexuales del actual mandatario.
Con todo, y a pesar de los sondeos desfavorables, Gore cuenta con el capital político de las buenas cuentas económicas que Clinton puede rendir al país al término de su segundo mandato. Si la ciudadanía es capaz de ponderar ese buen desempeño, el aspirante presidencial demócrata podría remontar su desventaja y colocarse como próximo ocupante de la Casa Blanca.
Desde el punto de vista de Iberoamérica, hay poca diferencia entre lo que puede esperarse de Bush y de Gore; pese a los esfuerzos propagandísticos de ambos por seducir a los votantes de origen latinoamericano, el primero es un republicano típico -y pintoresco- en sus posturas hacia nuestros países, mientras que el segundo llegaría al poder acompañado por un demócrata que, en los temas de política exterior, no se distingue en nada de los republicanos más reaccionarios.
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