CRISIS DEL CORPORATIVISMO OBRERO
Aunque desde hace ya varios años el movimiento obrero corporativo se encontraba en franca decadencia, el resultado electoral del 2 de julio desdibujó por completo a numerosas organizaciones sindicales que tradicionalmente habían sido aliadas --si no es que componentes-- del sistema priísta. Ahora, sin el soporte del partido de Estado que las había convertido en parte integrante del régimen y en instrumento de contención social, muchas de las centrales obreras y numerosos sindicatos podrían perder sus privilegios y cuotas de poder y tendrán que restructurarse profundamente para lograr su supervivencia.
Sin embargo, buena parte de los dirigentes del sindicalismo vertical, antidemocrático y corporativo no se encuentra a la altura de las nuevas circunstancias nacionales y pretenden aferrarse a sus posiciones, ya sea mediante los antiguos y ya no tan efectivos métodos de coptación y manipulación o con la celebración de elecciones previamente acotadas y controladas. Con todo, para un amplio espectro de la sociedad y de la clase trabajadora, el movimiento obrero tradicional y sus líderes no representan una alternativa sindical viable y comprometida con la defensa de sus intereses, sino una de las muchas herencias innobles de un régimen que --con la sumisión de las cúpulas del sector obrero oficial-- no tuvo empacho en establecer durante años políticas económicas antisociales que empobrecieron a millones de mexicanos.
En un entorno político diametralmente opuesto al que les permitió medrar e influir, y sin el respaldo gubernamental que las hizo posibles, las corporaciones obreras enfrentarán, probablemente, la desbandada de sus agremiados --que preferirán buscar nuevos modelos de organización basados en la auténtica libertad y democracia sindicales-- y una competencia cada vez mayor de sindicatos y federaciones más independientes y comprometidos con los derechos y las demandas de los trabajadores. Sin un cambio efectivo en las grandes y vetustas centrales obreras, un cambio que pasa necesariamente por la democracia y por la primacía del bienestar de sus afiliados por encima de los intereses económicos y políticos de sus directivas y del gobierno, organismos como el Congreso del Trabajo, la CTM, la FSTSE y la CROC, por sólo citar algunos, languidecerán sin remedio.
Empero, una renovación de esa naturaleza en organizaciones cuya característica fundamental es la de haber sido uno de los pilares de un régimen antidemocrático y autoritario parece francamente improbable. Para bien de la nación, convendría que el corporativismo obrero llegue a su fin y sea sustituido por un auténtico sindicalismo popular, democrático y atento a las necesidades y reclamos de sus agremiados y de la sociedad en general.
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