HACIA CAMPO DAVID EN LA OSCURIDAD
A partir del domingo se reunirán en Estados Unidos los mejores diplomáticos palestinos e israelíes para preparar la cumbre de Campo David entre el primer ministro israelí Ehud Barak; el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Yasser Arafat, y el anfitrión William Clinton, reunión que podría resultar decisiva para la paz en el Cercano Oriente.
Todos los participantes, además de la paz, se juegan en mayor o menor medida su prestigio y su futuro. Clinton, por ejemplo, es quien menos tiene que perder en el caso de que fracasen las negociaciones; está de salida en su presidencia y en los seis meses que le quedan trata de lograr un inmediato y dificilísimo éxito diplomático que sería particularmente significativo, dado el peso de la comunidad judía (y de sus votos) en el Partido Demócrata. Yasser Arafat, por su parte, enfrenta el creciente descontento de la población palestina, muy golpeada por la crisis económica y que acusa a su gobierno de conciliar demasiado -e inútilmente- con Israel. En Gaza y en los territorios ocupados crece hoy el fundamentalismo islámico entre los más pobres y desesperados, y la retirada israelí del sur del Líbano es, además, vista como resultado de la política dura de Hezbollah y de Hamas, lo cual contrasta con la impotencia de la ANP frente a Tel Aviv. Para colmo, aunque murió el presidente sirio Hafez el Assad, quien sostenía a los grupos radicales en el seno mismo de la OLP, éstos siguen oponiéndose a iniciar negociaciones con Barak, pues las consideran improductivas y contraproducentes. Por su parte, el primer ministro israelí, quien es un militar "duro", es atacado por los religiosos ultraortodoxos en su mismo gabinete, el cual podría caer en cualquier momento o no conseguiría hacer aprobar un eventual plan de paz por la Knesset (el Parlamento), donde se aliarían la derecha con los ortodoxos y parte incluso de los liberales para dejarlo en minoría. Barak trata de compensar ese aislamiento en el establishment israelí con el apoyo de Abullah II de Jordania y del presidente Hosni Mubarak, de Egipto, ambos muy ligados con el Departamento de Estado de EU, pero el problema, por fuerza, debe ser resuelto por las fuerzas políticas de Israel y de Palestina, por fuerte que pueda ser la presión de los mediadores estadunidenses (proisraelíes) y árabes moderados (proestadunidenses, pero antisraelíes)
Ahora bien, lo que está en juego sobre todo es el carácter de Jerusalén (que ambas partes consideran la capital de sus Estados), el retorno de los palestinos expulsados de sus territorios, hoy israelíes, y el destino de los colonos israelíes sembrados a mancha de leopardo por todo el territorio ocupado a los palestinos, así como la proclamación, anunciada para septiembre próximo, de un Estado palestino, según la resolución 242 de las Naciones Unidas. La derecha israelí jamás aceptará que Jerusalén no sea su capital (o sea, no permitirá siquiera la internacionalización de la Ciudad Santa o un estatuto especial para la misma). Tampoco tolerará el retorno de millones de refugiados palestinos a sus hogares usurpados (aunque podría presentarse el caso de una cuantiosa indemnización con apoyo estadunidense) ni abandonar a los colonos cuyos asentamientos son otras tantas cabezas de puente y zonas de control sobre los palestinos. La misma idea del Estado palestino sólo la aceptaría con condiciones humillantes para la ANP. Por lo tanto, el margen de negociación es sumamente estrecho y si los acuerdos de Oslo y de Madrid no fueron respetados por Israel, se teme que incluso en el caso de un eventual acuerdo, el de Campo David quede en el papel. Con lo cual todo volvería a fojas cero, con grave peligro para la paz.
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