LOS ASESINOS ESTAN ENTRE NOSOTROS
El poeta Juan Gelman movilizó a todos los partidarios internacionales de los derechos humanos y la presión de éstos no sólo permitió encontrar a su nieta, desaparecida hace 23 años al ser asesinada su madre, sino que también alentó enormemente a los demócratas uruguayos y a sus organizaciones civiles, sindicales, políticas. El presidente de la república, Jorge Batlle, tuvo la dignidad y la habilidad suficientes para apoyarse en esa fuerza de modo de tender un puente hacia la oposición de izquierda, de liberarse parcialmente de la rémora de la derecha de su propio partido y de quitarse el peso de la hipoteca castrense, cambiando así la relación de fuerzas políticas en Uruguay. Mientras Sanguinetti, su antecesor también Colorado junto con el mando castrense, negaba las atrocidades cometidas por las fuerzas armadas y respaldaba al alto mando, cómplice de asesinos y torturadores, en su negativa a revelar el destino de los secuestrados y desaparecidos, Batlle ha abierto en cambio una vía hacia la limpieza del sector castrense y hacia la reconciliación de éste, depurado, con la sociedad a la que hasta ahora ha amenazado. Cuando el jefe del Ejército, el general Manuel Rodríguez, vuelve a chantajear a la sociedad, a la que cree tener de rehén, diciendo que los soldados deberán "volver a pelear" contra lo que califica de "subversión marxista-leninista" porque la izquierda ya dominaría las universidades y los sindicatos, no sólo miente sobre una subversión inexistente (que en realidad es un gran movimiento social pacífico y democrático agrupado legal y electoralmente en el Frente Amplio y que llega incluso a capas coloradas y blancas) sino que, sobre todo, perpetra un acto de auténtica subversión, al planear un golpe anticonstitucional y la anulación de los derechos políticos de los uruguayos.
Su destitución ųque se imponíaų fue inmediata pero habría que preguntarse si en las filas castrenses estaba solo y cuál es, realmente, la magnitud de la tarea de reducción de éstas a un mero papel profesional y de total reconstrucción política, moral y ética de un cuerpo corrompido por el crimen impune y por la omnipotencia y "educado" en la funesta doctrina de la seguridad nacional, respaldada por el Pentágono, según la cual el enemigo sería el pueblo del propio país. Esta pregunta se impone también ante la resolución judicial, en Guatemala, contra cuatro jefes militares culpables de asesinatos de campesinos, hasta ahora impunes y que comenzaron a ser intolerables cuando el juez español Baltasar Garzón, el perseguidor de los asesinos uniformados latinoamericanos, buscó procesarlos.
La sociedad civil, en la lucha por los derechos humanos, estimulada por el valor de algunas personalidades como Gelman, está abriendo archivos, ocupando espacios, creando grietas en el muro mafioso, esa complicidad de los mandos y de los políticos. Pero lo logrado es aún insuficiente, porque hay muchos Acteales y otros delitos contra la humanidad cuyos responsables verdaderos andan sueltos. Mientras los asesinos estén entre nosotros no debe haber tregua en la exigencia de justicia y en la lucha por el control ciudadano, incluso en los santuarios civiles o castrenses de la impunidad, ni debe cesar el clamor por hacer de los militares lo que deben ser: instrumentos de la defensa, y no de la opresión nacional, ciudadanos en uniforme, y no pretorianos de dictaduras nacionales o extranjeras.
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