PINOCHET Y LA JUSTICIA POPULAR
Cuando el senecto genocida Augusto Pinochet, al descender del avión de la Fuerza Aérea Chilena que lo había transportado desde Londres, se levantó de la silla de ruedas en la que había subido a la aeronave como enfermo grave y se precipitó eufórico a abrazar a los tres jefes de las fuerzas armadas chilenas que lo estaban recibiendo como jefe de Estado, no sólo desafió una vez más a la opinión pública internacional sino que también dejó al desnudo una triple hipocresía y subrayó que su viaje era el fruto de un acuerdo político largamente negociado y no de una discutible decisión humanitaria.
En efecto, el gobierno inglés (laborista, de la "tercera vía") no sólo convierte en virtud las necesidades del capital británico e internacional sino también sus imposiciones, y enmascara muy mal la búsqueda de espacios mercantiles, en particular en la venta de naves y armas. Su afirmación de que el asesino galoneado no tenía ni la conciencia ni las condiciones físicas necesarias para ser juzgado en Europa resistió en efectos muy pocos días. Por su parte, los otros países europeos que reclamaban al dictador para juzgarlo hoy se declaran "indignados" por la resolución británica pero se cuidan mucho de iniciar una acción judicial para anularla y el gobierno español apenas oculta su alegría al haber sido liberado de la posibilidad de tener que albergar en suelo hispano un proceso al criminal.
En tanto, el gobierno chileno, que había alegado razones humanitarias para pedir el traslado a Chile del sanguinario ex general, no sólo se ve desmentido por la buena salud exhibida por éste desde el momento mismo en que pisó el suelo patrio, sino también humillado por la acogida dada por los militares a Pinochet, la cual linda con la apología del delito y es un claro desafío a la democracia y al propio gobierno civil. Los socialistas, en particular, a la bofetada infligida por sus colegas británicos le agregan su participación en las negociaciones que llevaron al monstruo a América del Sur y en el gobierno que reprime violentamente las protestas de quienes sí tienen memoria y dignidad y no soportan por consiguiente la impunidad concedida a un torturador y organizador de crímenes en su país y en el extranjero por cuenta de las clases dominantes chilenas y del gobierno de Estados Unidos.
Pinochet y la derecha chilena acaban de tener un éxito y es muy probable que el autor de tantas muertes termine sus días en su cama en una lujosa residencia. Pero el sátrapa sanguinario tuvo que humillarse presentándose como un pobre viejo muy enfermo que pedía una clemencia que siempre negó a sus víctimas, y tuvo que estar un año y medio preso aunque sea en condiciones de favor más propias de un hotel de lujo que de una cárcel como la que merecía.
Además, vuelve a Chile pero no puede reforzar la situación jurídica y moral de sus colegas de otros países, que enfrentan el tribunal de sus pueblos, y otros ex dictadores no pueden asomarse en público por temor a carecer del apoyo de Washington y de la City y de no poder contar con "socialistas" tan flexibles y blanduzcos como Anthony Blair y sus amigos del New Labor.
Ahora, mientras Pinochet tendrá que defenderse del riesgo de ser llevado a los tribunales locales y del de ser juzgado por la mitad de los chilenos todos los días que le quedan de vida, se ha sentado el principio de que los crímenes contra la humanidad escapan a la jurisdicción de cada país y pueden ser juzgados por el tribunal de la opinión pública mundial organizada, al cual ningún gobierno podrá ignorar.
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