VIENTOS Y TEMPESTADES
Los acontecimientos ocurridos ayer en Hidalgo, graves por la intervención de los granaderos contra la población e igualmente por la reacción de ésta contra aquéllos, pues fueron tomados como prisioneros de guerra mientras la exasperación y hasta el odio llevaban a quemar sus camionetas, son una seria señal de alarma y el signo de que existe una rabia que no puede ser acallada con más represión y exige a los gobernantes una seria reflexión y una gran flexibilidad política.
Las mismas causas que llevaron a una lamentable huelga de nueve meses en la Universidad Nacional Autónoma de México; los mismos motivos económicos, políticos y sociales que radicalizaron al sector del cual extraen bases y cuadros los estudiantes menos inclinados al diálogo democrático, y el mismo ataque al derecho a la enseñanza pública volvieron a dar sus frutos envenenados en ese estado, que gira en la órbita del Distrito Federal y en el cual, para muchos de sus habitantes, una enseñanza adecuada es la única alternativa a la emigración si no se encuentra un trabajo no calificado en las grandes industrias.
Es trágica, por consiguiente, la incomprensión del gobernador local, que cree poder solucionar el conflicto por la violencia y deportando a sus estados de origen a otros mexicanos, considerados "personas extrañas" porque van a estudiar o a trabajar a Pachuca.
Los problemas sociales no se solucionan con la policía, cuya intervención provoca una escalada en la violencia. Un Estado es fuerte cuando cuenta con el consenso de la población, y débil, aunque sea duro, cuando emplea la violencia contra la sociedad.
La violación de la autonomía universitaria en la UNAM, la violencia en la Prepa 3, la retención en la cárcel, no de los grandes delincuentes, sino de cientos de estudiantes que ejercieron el derecho de huelga y disienten de la política educativa de la burocracia universitaria y del gobierno mismo, llevan y llevarán a sectores cada vez más desesperados a dejar de creer en los métodos democráticos y en las instituciones.
Si se quiere que la espiral de la violencia llegue a un nivel superior, basta con seguir la vía que llevó a provocar la huelga en la UNAM y llenar las cárceles con terroristas o amotinados apenas adolescentes.
Si, en cambio, se optase por reflexionar sobre los acontecimientos en Hidalgo, aún habría tiempo para restablecer un puente con muchos de los sectores más pobres, que se sienten agraviados por la ostentación de riqueza y de impunidad en un polo restringido de la sociedad y por la violencia estatal con sentido único.
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