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México, D.F. domingo 30 de enero de 2000
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Editorial

LA TERCERA ULTRA

SOL Un selecto grupo de empresarios de la comunicación y dignatarios de distintas iglesias han dado amplia difusión a un desplegado que sería materia para un estudio sociológico si no fuese sobre todo alarmante por la voluntaria ignorancia de la ley y por la arrogancia antinstitucional que ostenta orgullosamente.

En su texto, burda solidaridad de clase que supera todas las barreras, piden el cierre de la UNAM y se llenan la boca supuestamente en defensa de la máxima casa de estudios y proponen una solución de fuerza a la huelga.

El carnaval es grande y todos ellos, disfrazados de Catones republicanos y de propietarios de la justicia, proponen nada menos que la intervención presidencial con las fuerzas armadas de diverso tipo, violar la autonomía universitaria, desconocer al rector a quien le dicen que "no cabe ya un nuevo diálogo" ni hay "más nada legítimo que pueda otorgarse". Por supuesto ese reducido grupo de señores habla en nombre de todo el país y de su cultura mientras arruina a ambos, y hablan en nombre de la sociedad muchos de los que la saquearon para responder a los dictados del capital financiero internacional del cual, por otro lado, forman también parte con sus capitales exportados legal o ilegalmente. Supuestos representantes del Crucificado que aparecen junto a los Mercaderes del Templo hacen la apología de la ilegalidad y exhortan a introducir la violencia en un proceso que va mucho más allá de una huelga universitaria, pues afectaría gravemente la campaña presidencial, las elecciones, la vida democrática misma. Naturalmente, las instituciones (Congreso, tribunales) no figuran en su exhortación a reprimir, y su enjuiciamiento a las intenciones de los paristas contiene ya la sentencia dictada por los abajo firmantes, que agitan la espada flameante del dinero mientras organizan la jauría de los desinformantes.

Ante la prepotencia y la falta de equilibrio político se impone, por el contrario, el rechazo republicano a las pretensiones de la oligarquía. El Presidente, que lo es de todos los mexicanos, está obligado a la moderación, la cordura y el respeto de la legalidad, y el propio rector no puede permitir que un puñado de representantes de las fuerzas vivas le dicte un comportamiento violatorio del espíritu académico y de las normas elementales de la democracia.


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