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México, D.F. miércoles 12 de enero de 2000
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Editorial

PINOCHET: HACIA EL DESENLACE

SOL Es por demás probable que la próxima semana el ministro británico del Interior, Jack Straw, atienda la opinión emitida ayer por un grupo de médicos que examinaron recientemente a Augusto Pinochet, según la cual el ex dictador chileno no está en condiciones físicas de resistir el juicio al que sería sometido en España, deniegue, en consecuencia, su extradición a ese país, y ordene su regreso a Chile. Esta posibilidad podría ser considerada un revés a la procuración de justicia, especialmente si se toma en cuenta que el viejo genocida debe estar, en estas circunstancias, dando gracias al Cielo ųcomo creyente que esų por sus múltiples enfermedades.

Ciertamente, las circunstancias hacen pensar que Pinochet se irá a la tumba en olor de impunidad, y tal posibilidad resulta desalentadora y triste para las personas de buena voluntad. La estela de dolor, destrucción y muerte que dejaron a su paso el ex tirano y sus colaboradores es demasiado vasta y persistente como para resignarse a una interrupción, por razones de deterioro fisiológico, de los complejos procesos judiciales que, hasta ayer, tenía por delante.

Pero, al mismo tiempo, debe reconocerse que someter a los rigores de un proceso al despojo humano en que se ha convertido el general ųy no hay razón para poner en tela de juicio la opinión en este sentido de los médicos que lo examinaron recientementeų llevaría a un espectáculo no exento de sadismo y degradación para todo mundo. La procuración de justicia pierde todo sentido cuando se ejerce en los límites de la existencia del acusado o, peor aún, más allá de ellos, como solía hacerlo la Inquisición, que exhumaba los huesos de supuestos herejes para enviarlos a la hoguera.

En otro sentido, el destino personal de Pinochet resulta muy poco importante si se consideran las consecuencias en todo el mundo de su arresto en Londres, sus comparecencias ante magistrados, su vida de proscrito en las afueras de la capital británica y la espada de Damocles de la extradición a España que, durante los últimos 15 meses, ha pendido sobre su cabeza: de octubre de 1998 a la fecha, se han ensanchado significativamente las posibilidades de llevar a juicio a los múltiples genocidas, golpistas y criminales de Estado que ha padecido América Latina, e incluso otras regiones del globo.

El propio juez Baltasar Garzón ųquien libró la orden internacional de captura contra Pinochetų ha hecho otro tanto contra un centenar de mandos altos y medios de la dictadura militar argentina, cuyos cabecillas máximos pasan una buena parte de su tiempo cumpliendo órdenes de aprehensión y cárcel por sus crímenes. Efraín Ríos Montt, el general guatemalteco que ordenó el exterminio de comunidades indígenas enteras, no se atreve a poner un pie fuera de su país. Hasta en Chile, cuya transición democrática ha sido construida sobre un vergonzoso acuerdo de impunidad para Pinochet y los suyos, empiezan a abrirse fisuras en el blindaje legal del que se dotó el pinochetismo, y empieza a avizorarse la posibilidad de convertir en procesos penales las innumerables denuncias sobre violaciones de la dictadura, también innumerables, a los derechos humanos.

Por último, en el terreno de la política interna chilena, nada más desastroso podría ocurrirle a la derecha pinochetista que verse obligada a organizar un recibimiento ųnecesariamente anticlimático y antiheróicoų de lo que queda de su caudillo. Porque, independientemente de que sea enviado a Madrid o a Santiago o permanezca en Londres hasta que muera, Pinochet ya ha llegado a su destino final en la existencia y en la memoria de la humanidad: el basurero.


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