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México, D.F. martes 21 de diciembre de 1999
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LA GUERRA VOTA POR EL KREMLIN

SOL En las elecciones parlamentarias del domingo último, el Kremlin y el entorno de Boris Yeltsin reforzaron sus posiciones, a pesar que el Partido Comunista es el primero en sufragios, y de que los opositores centristas (sobre todo el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, pero también el de San Petersburgo, Vladimir Yakovlev) obtuvie- ron resonantes triunfos.

En efecto, entre los llamados "independientes" se han hecho elegir ųcon métodos clientelaresų los zares de la economía y hombres importantes en el grupo que rodea a Yeltsin. Respecto de las listas por partidos, el oficialista Unidad, creado ad hoc para estas elecciones y dirigido por el primer ministro Vladimir Putin y por el ascendiente Serguei Shoigú, es el segundo por cantidad de votos, y está aliado con las fuerzas de derecha lideradas por el ex primer ministro Serguei Kiriyenko.

La Duma (la Cámara baja rusa) no estará, por lo tanto, dirigida como hasta ahora por la oposición al Kremlin, y el partido de gobierno se prepara para presentar a Vladimir Putin como candidato en las próximas elecciones presidenciales, con amplias posibilidades de vencer al comunista Guennadi Ziuganov.

Algunas particularidades arrojan luz sobre cómo piensan los rusos: en las capitales (Moscú, San Petersburgo) la mayoría votó por los liberales derechistas "modernos", es decir, a la vez contra los comunistas y contra la mafia en el gobierno. En cambio, en el interior y en toda Rusia, el Partido Comunista fue el más popular, con su exigencia de restaurar la Unión Soviética y su política moderada de corte socialdemócrata, que barrió con los partiditos que reivindicaban a Stalin.

Además, en una elección donde todos los candidatos importantes han sido miembros del Partido Comunista soviético o de las juventudes comunistas ųantes de reciclarse como derechistas, mafiosos o socialdemócratasų, el nacionalismo agresivo fue el ingrediente común. En efecto, el ex espía y jefe de Seguridad del Kremlin, Putin, y su partido oficialista, recogieron el resultado de la intensa ofensiva militar en Chechenia y, en particular, del escaso número de bajas rusas en esa matanza, y todos los otros partidos triunfantes se asociaron también a ese belicismo y chauvinismo, que fue fomentado durante décadas en la ex Unión Soviética por Stalin y sus seguidores, y que es hoy particularmente fuerte ante la decadencia y la crisis del país, que todos sienten como una traición a la grandeza nacional.

Este peligroso ingrediente facilita el camino a los aventureros y militares de todo tipo: el caso más claro es el del fascista-nacionalista Vladimir Zirinovsky, cuyo partido entró en la Duma, y el de la derrota de los que criticaban la matanza en Chechenia.

Aunque posibles desastres militares en el Cáucaso podrían debilitar mañana a Putin, del mismo modo que la ofensiva actual lo ha reforzado, queda en pie la trágica popularidad de esta guerra cínica.

Por lo tanto, el Kremlin hará oídos sordos ante las críticas extranjeras a su guerra colonialista y la inestabilidad rusa, así como el aventurerismo, pesarán como una hipoteca sobre la vida económica y política del Viejo Continente. Lo cual, dicho sea de paso, no le viene demasiado mal a Washington.


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