no. A mediados del siglo pasado, el american dream se vendía como única vía idónea para alcanzar la felicidad. Filmes en tecnicolor competían con seriales gringas de tv en blanco y negro; amigos suertudos contaban maravillas a su regreso de la promised land; atractivas revistas introyectaban la idea de que el mundo defendido por Clark Kent y John Wayne era invencible.
Dos. Imaginarios que alternaba jugando en las calles del barrio, aunque tratando de esquivar a Martillo, un matón de 17 años que sólo quería pelear. Pero un día lo vi presumiendo sus bíceps frente a la niña de mis ojos y lo encaré. Actitud temeraria, pues Martillo medía 1.85 de estatura, pesaba 90 kilos y yo… ¿qué era? ¡Un alfeñique! Mis otros amigos rieron (los cobardes siempre aplauden a los malos) y me regresé a casa comiendo caca.
Tres. Días después, reparé en un aviso ilustrado con un forzudo de bíceps y torso envidiables, que en letras grandes decía: “¡Deja de ser un alfeñique!” Se trataba de los cursos por correspondencia de Charles Atlas, y me dije: ¡ahora o nunca! Recorté el cupón de inscripción, lo metí en un sobre con un billete de 10 dólares, lo envié a Nueva York y al mes recibí las primeras instrucciones para ejercitarme en “tensión dinámica”, técnica del hombre “más desarrollado del mundo” (según el aviso).
Cuatro. No entendí un carajo, por lo cual recurrí a un veterano croata que enseñaba boxeo y defensa personal en el precario gimnasio del barrio. Así, al cabo de dos años y satisfecho de mis avances, el maestro me dijo llevándose un índice a la cabeza: “Mirá, pibe… la fuerza verdadera está acá”. Consejo al que no presté atención, pues lo único que anhelaba era ajustar cuentas con Martillo.
Cinco. Lo importante: mi aspecto físico y postura cambiaron. Ahora, cuando me veía, la niña de mis ojos pegaba saltitos de alegría, Martillo me respetaba y hasta propuso que lo ayude con la “quiniela”, un sistema ilegal de apuestas basado en predicciones deportivas. Típica mentalidad del matón de barrio: si retrocedes, avanza; si te plantas, propone negociar.
Seis. Ejemplo: Donald Trump frente a Vladimir Putin, Xi Jinping, los increíbles hutíes en sandalias de Yemen, los inescrutables ayatollahs de Irán o el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Implícitamente, todos le han sugerido revisar cuántas guerras de verdad ganó Washington desde su constitución como nación. Digo de verdad y no de fácil invasión y ocupación de países inermes o bombardeos con armas atómicas.
Siete. En la mundial de 1914-1918, Estados Unidos mostró sus bíceps cuando los demás actores ya se habían desangrado. En la de 1939-1945, desembarcó en Normandía poco antes de que terminara, y poco después de que los rusos pulverizaran a Hitler en Stalingrado y Kursk. Ni hablar de cómo le fue en Corea, Vietnam, Irak, Afganistán o de los fallidos intentos de rendir a Cuba, Nicaragua y El Salvador recurriendo a matones de la CIA como su actual embajador en México. Y ahora… ¡háganmela buena! ¡Desempolvan la Doctrina Monroe en versión 5.0!
Ocho. ¿Quedan estrategas con dos dedos de frente en el Pentágono? Como si nada hubiese acontecido desde 1823, y sin reparar en que, al paso que van, sus propios estados seguirán… ¿por cuánto tiempo más “unidos”?
Nueve. No fue Orwell el inventor de la paradójica frase “paz es guerra”. Fueron Wall Street y el supremacista Destino Manifiesto, que un día sí y otro también inventa enemigos, fomenta guerras que terminan pagando sus dizque aliados (¡Ucrania!) o reality shows como el del mafioso titular de la FIFA, Gianni Infantino, otorgando a Trump un galardón de mentiritas por sus “contribuciones a la paz” ( sic).
Diez. Desde hace meses, una poderosa flota naval liderada por el musculoso portaviones nuclear Gerald Ford acecha a la Venezuela bolivariana; acuática puesta en escena que bien puede lucir como operación mediática o encubrir intereses energético/financieros.
Once. Mientras, Rusia, Irán y China (aliados estratégicos de Caracas) observan el cuadro limándose las uñas. ¿Cómo saldrán Trump y sus Martillos de esta ridícula “tensión dinámica”? Si se repliegan, le pasan factura puertas adentro. Bombardear pueden. Entrar con sus marines también pueden. Pero si entran en la patria de Chávez y Bolívar, no salen.
Doce. Cuando el escritor nicaragüense Sergio Ramírez era antimperialista, publicó Charles Atlas también muere (1976), uno de los mejores cuentos de la literatura latinoamericana. El personaje del texto es un lacayo al servicio de las tropas yanquis que ocupan Nicaragua (1916-1932) y en sus ratos libres sigue con rigor las 14 lecciones y 42 ejercicios de Charles Atlas.
Adenda: Charles Atlas existió y fue el alias de Angelo Siciliano (1892-1972), emigrante calabrés que en Nueva York hizo fortuna vendiendo sus ejercicios. No contaré el final del cuento. Pero si le interesa, puede leerlo en la nube: https://www.literatura.us/sergio/atlas.html











