maginemos un libro con alma. De por sí el alma es imaginaria, así que vamos bien. Un ejemplar específico. Copia dura, físico, como se dice ahora. Ostenta lomo, registros en regla, una portada sobria, no fea. Fecha de edición relativamente reciente. De autor no del todo desconocido, su nombre le suena a la gente. Lo respalda una editorial respetable. A precio accesible, dados los tiempos. Pero por cosas del azar, caprichos de la moda, invisibilidad mediática o crítica, el ejemplar de marras no se ha vendido.
Pertenece al stock que la casa editorial manda a las ferias del libro que constantemente ocurren en el país. Sabemos que cuenta una historia. Habría que leerlo para saber cuál. La solapa deja claro que ese trata de un libro raro. No es “auto” de nada. Ni autorreferencial, ni autoficción, ni autobiográfico, ni de autoayuda. Vamos, ni siquiera está autografiado. Los exhibidores, por razones desconocidas siendo un título llamativo pero lento, lo acomodan en un lugar visible.
¿Qué se sentirá ser un best seller? suspira soñadoramente. Merecer rediciones, tener millares de gemelos. A veces siente curiosidad al ver cómo hay títulos por los que la gente pregunta seguido, o que, apilados en columnas, se venden como bolillo caliente. Veces hay que alguien lo toma. Qué emoción cuando la persona se clava en una página, y lo hojea con sesudo interés. Ay, la chica guapa que llama al novio y le lee un pasaje con entusiasmo, todo para que éste no muestre interés, y ella lo regrese al anaquel. Un colega del autor lo revisa con atención, y aquel otro lo desdeña en pocos segundos, quizá por envidia o diferencias ideológicas insalvables.
La cosa es que este libro con alma y sentidos ve y escucha de todo. Lo mismo ha recalado en ferias de libro locales que en las grandes. Tiene la suerte de haber asistido a la famosa Feria Internacional del Libro de Guadalajara en varias ocasiones, han pasado frente a él premios Nobel, cantantes populares, poetas, dibujantes, actores, actrices, políticos con ambiciones, pensadores sabios y gente frívola que consume libros vulgares. Miles de escolapios acarreados de todo el espectro escolar, grupillos juveniles en busca de diversión, citas románticas, familias de diversos estratos sociales. Eso sí, pocos lectores pobres, los precios pueden ser inalcanzables.
Nuestro libro feriero ha pasado por muchas manos, sin encontrar la definitiva. Se conserva en buen estado, por eso los exhibidores confían en él todavía. Demuestra la amplitud temática del catálogo, su apertura ideológica. Y casi se vende, cada vez. En Minería y Neza, el Politécnico, Monterrey, Pachuca, Puebla, Xalapa. Un libro rolado, y sigue soltero. No encuentra un comprador que crea en él.
También por eso es un libro con experiencia y kilómetros recorridos. Afín al animismo de los pueblos primitivos, es, sin embargo, un producto típico de la razón moderna. Posee solvencia narrativa; sus fuentes, no siempre explícitas, lo hacen una obra honesta, sincera hasta donde la mentidora literatura puede serlo, redactado con suficiente rigor. Antes le azoraba la falta de apego definitivo de sus potenciales lectores. Al parecer no haría un buen regalo de cumpleaños, ni una donación sustancial a cualquier biblioteca. Ni siquiera adornaría una sala de juntas del funcionariado público.
Ahora, ya se acostumbró al abandono, aprovecha para espiar y sopesar al público.
Le consuela saber que, de haber tenido comprador a la primera, su conocimiento de la humanidad y sus intereses bibliográficos serían pobres. Confinado en la biblioteca personal de alguien, sustraído del público y la luz, la aburridota que se iba a dar. Sabe que el día que lo encuentre su dueño verdadero, lo querrá al instante, seguro de no defraudarlo. A lo mejor luego aparece citado en algún artículo periodístico o académico, en letra chiquita, pero la ficha completa.
Su pesadilla recurrente es que lo adquiera un plagiario serial y sustraiga sus mejores virtudes para ejecutar una falsificación maliciosa de la que ni él ni su autor sacan provecho. A lo improbable del caso, quedaría el consuelo vicario de haberle resultado útil a alguien, aunque fuera un delincuente intelectual.
Ha presenciado simulaciones de editoriales inescrupulosas, móviles políticos de ediciones que dañan la claridad y la calidad de la literatura, embustes pagados. Ciertos editores más réprobos que los suyos se dedican a comercializar textos-basuras. Los ha visto y oído en acción, no le tuvieron que contar.
Y ahí sigue, exhibido sin éxito. Cargado de experiencia y cotilleo, guarda no uno, sino dos secretos. El originario: al no ser leído, nadie conoce su valor. Y el que le autoriza su condición morosa: conoce al dedillo las hipocresías y malas voluntades de los mediocres, y ha intuido interés en lectores que lo acarician o estrujan, indecisos, y se pierden la oportunidad de conocerlo. A ver si para la otra, le dicen sobándole el lomo, y él sonríe con cierta tristeza. Aquí te estaré esperando, piensa. Y todavía alcanza a susurrarles: hay terminal, aceptan tarjeta.











