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Tu colonia

Los primeros pobladores llegaron hace más de un siglo

La Agrícola Pantitlán: de los remolinos del lago al Metro

Entre brechas de tierra se alzaron las primeras casas de cartón y madera donde la gente acarreaba agua varias veces al día

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▲ La avenida Central, prolongación de Javier Rojo Gómez, donde está el balneario Olímpico.Foto Jorge Ángel Pablo García y Víctor Camacho
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▲ Desde las alturas, el Cetram, donde confluyen 4 líneas del Metro.Foto Jorge Ángel Pablo García
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▲ Base de taxis sobre el Eje 1 Norte, el paradero, en 1981,Foto tomadas de redes sociales
 
Periódico La Jornada
Domingo 7 de diciembre de 2025, p. 25

Sobre los terrenos recién desecados del antiguo lago de Texcoco, se levantó la colonia Agrícola Pantitlán, un asentamiento que nació en 1920 bajo el nombre Valle del Paraíso; fue hasta 1930 que sus propios habitantes decidieron nombrarla como se conoce hasta la fecha, al consolidar un proyecto de urbanización a casi 10 kilómetros del Centro Histórico. El nombre alude a la memoria del Pantitlán prehispánico, donde los remolinos de agua en el lago marcaban un punto peligroso para los navegantes, así como a la vida agrónoma de los primeros habitantes.

La señora Victoria, una de las pocas vecinas de antaño que aún habitan la zona, recuerda que en los primeros años carecían de servicios básicos como agua y drenaje. “Había sólo una llavecita donde se surtía la gente”, relata sentada en un banquito afuera de su casa en la calle Laurel. Las familias caminaban desde distintas calles para llenar sus botes, haciendo hasta cuatro viajes al día en un terreno poco habitado.

Las vialidades tampoco estaban pavimentadas y, ante la escasez económica, las casas se levantaban sin cimientos, muchas hechas de lámina o cartón. El asentamiento apenas se abría paso entre brechas de tierra, mientras los primeros pobladores intentaban estabilizar el suelo para vivir. En aquellos años, los lotes se adquirían a un peso por hectárea; “eran terrenos baldíos, si acaso llegaban a hacer una casita”, el costo reflejaba tanto la precariedad del entorno como el deseo de arraigar el lugar.

Para 1960, vecinos como José Fortino Rivera llegaron cuando todavía conservaba amplios rastros de su vocación rural. Mientras realiza cortes en su barbería, cuenta que se instaló con su tío –quien le enseñó el oficio de peluquero– cuando recién habían inaugurado la secundaria 60, entre la calle 4 y avenida Norte: “la acababan de estrenar, pero la Norte ni pavimentada estaba”. En esos años no había mercado y lo más novedoso del entorno era la propia escuela, con sus dos niveles que sobresalían entre los terrenos abiertos.

Donde hoy se ubica la zona de bancos, entonces se extendía una granja grande que hacía parte de ese paisaje agrícola que empezaba a tensarse con la expansión urbana. Las granjas comenzaron a desaparecer conforme avanzó la construcción de unidades habitacionales como Residencial Zaragoza, entre las calles 3 y 4. Sobre la calle 1, testigo solitario aún resiste un pequeño jacalito de lo que alguna vez fue una granja de gallinas.

Entre fábricas y balnearios

En esa misma calle, en la esquina, se alzaba una bodega de ron y vino donde hoy opera una central telefónica. Eran tiempos en que todavía funcionaba la Fundidora Pantitlán, dedicada a moler desechos metálicos para fabricar varilla. El humo de la planta era tan denso que “no se veía a causa de la contaminación”, la cual provocaba un velo gris sobre la vialidad.

Los primeros balnearios de la ciudad también se levantaron en esta zona. Las Termas y el Olímpico Pantitlán –que actualmente funciona como deportivo– ganaron popularidad entre las familias, pero sobre todo entre los jóvenes, que “iban a echarse sus clavados”, recuerda la vecina entrevistada. En cambio, el balneario La Roqueta no corrió con la misma suerte: fue demolido para dar paso a lo que más tarde sería la estación del Metro Pantitlán, hoy convertido en un concurrido Centro de Transferencia Modal.

Para don José, la llegada del Metro marcó un antes y un después. Recuerda que en 1981 abrió la línea 5 y el acceso costaba apenas un peso, lo que alcanzaba para llegar al corazón de la capital. Con el tiempo, Pantitlán dejó de ser una estación aislada: en 1984 se conectó con la línea 1; en 1987 con la línea 9 y en 1991 con la línea A, por lo que se convirtió en un verdadero cruce de caminos para la zona oriente.

Marcada por el ir y venir de los camiones que avanzaban pesados y ruidosos, conocidos como “los chatos”, por el frente redondo que portaban. “Luego ya empezaron las vitrinas”, relata el vecino, en alusión a aquellos autobuses de forma cuadrada que dominaron las rutas. Entre ellos se abrían paso los vochitos verde con blanco, taxis emblemáticos de la ciudad, mientras el tránsito avanzaba sin orden. “Por la falta de paso peatonal había muchos accidentes, atropellados o muertos”, agrega doña Victoria.

Con el paso del tiempo, la colonia quedó articulada por algunas de las vialidades más transitadas del oriente capitalino: la calzada Ignacio Zaragoza la bordea por el sur, mientras el Canal y Prolongación Río Churubusco enmarcan sus límites al poniente, junto con la emblemática calle 7, ahora llamada Periférico Oriente, hacia el este y al norte el Eje 1. Su trazo de 3.49 kilómetros cuadrados se enlaza además con otras dos estaciones del Metro: Agrícola Oriental y Canal de San Juan.

Actualmente se encuentra rodeada de unidades habitacionales donde viven una gran mayoría de familias con menos de una década en la zona, aunque la Agrícola Pantitlán guarda una historia que muchos desconocen y que pocos pueden relatar con claridad, pero que todavía está inscrita en los habitantes originarios que continúan preservando su memoria.