Sin avances
uando estamos a poco más de dos meses del cuarto aniversario de una guerra que nunca debió haber comenzado, este año va a concluir sin avances hacia la paz, aunque ambos contendientes, Rusia y Ucrania, con la mediación de Estados Unidos –volcado a satisfacer el anhelo del inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, de obtener el Nobel de la Paz–, desplegaron una frenética sucesión de negociaciones por separado para llegar al punto que Yuri Ushakov, asesor de política exterior y seguridad del presidente Vladimir Putin, definió con esta frase: “No estamos más cerca ni más lejos de un arreglo político” de lo que el Kremlin denomina “crisis ucrania”.
Y esto sucede así porque rusos y ucranios, de labios para afuera, dicen estar dispuestos a alcanzar una solución negociada, pero ninguno quiere hacer la más mínima concesión al otro, sin lo cual es imposible cesar las hostilidades. Se entra en el círculo vicioso de una suerte de simulación de buena voluntad frente al mediador que, en realidad, sólo pretende endosar al contrincante el fracaso de las negociaciones.
Moscú y Kiev necesitan detener esta guerra de desgaste, pero no encuentran la forma de presentar el alto el fuego como una victoria, aunque ninguno haya conseguido sus metas iniciales. Tampoco, por más que la propaganda de ambos se empeñe en ofrecer un panorama que destaca más lo que se desea que lo que se tiene, se ha llegado a un extremo en que las tropas de uno u otro distan de haber sufrido una debacle catastrófica en los campos de batalla que, de ocurrir, no dejaría otra opción que deponer las armas.
En un reciente ensayo, Valerii Zaluzhnyi, ex comandante en jefe del ejército de Ucrania, desde su exilio como embajador en Londres, afirma que es imposible ganar esta guerra por cuanto para Ucrania no habría victoria si no desaparece del mapa Rusia, y para ésta, si no somete por completo a Ucrania, destruyendo su Estado e identidad nacional. Ambas posibilidades son inviables y queda sólo lo más difícil: encontrar una fórmula de compromiso que satisfaga a ambos o, en su defecto, obligar a uno de los dos a tirar la toalla.
Y mientras haya recursos, armas y soldados dispuestos a morir, sea por dinero o por convicción, Rusia y Ucrania seguirán combatiendo, al tiempo que fingen que trabajan para sellar un arreglo político.












