l sábado 17 de mayo de 1947 fue un parteaguas para el teatro mexicano. Se estrenó una obra escrita nueve años atrás que no había podido ser puesta en escena. “La más refinada obra de sátira política”, la consideró la crítica Laura Navarrete Maya.
Un hito equivalente –a decir de Navarrete Maya y de Aurora Ocampo– al de López Velarde en la poesía, Octavio Paz en el ensayo, Arreola en el cuento y Rulfo en la novela.
Con el estreno de El gesticulador: Pieza para demagogos, de Rodolfo Usigli, comenzó el nuevo teatro mexicano. La obra es un profundo análisis de la hipocresía de la clase política que, por supuesto, cimbró a ese universo entrenado en el arte de la simulación.
La obra fue tema del gabinete del presidente Miguel Alemán, el primer junior de la Revolución Mexicana. Se le consideró “contrarrevolucionaria” y, aunque no la censuraron inmediatamente, sí acortaron su temporada para disimular. Reclamaban a Usigli que en lugar de mostrar la grandeza de México exhibiera sus miserias.
La opinión se dividió en dos grupos igualmente militantes y agresivos escribió Usigli: “uno la consideró una basura, un panfleto indignante contra la Revolución; el otro, la piedra fundamental del teatro mexicano y una defensa apasionada de nuestra Revolución. Ha tenido los honores del insulto, la calumnia, la diatriba, la parodia, la burla y el sabotaje sindical ordenado por un dirigente obrero continental que se creyó aludido, para no mencionar el señaladísimo de una reunión de gabinete a raíz de su estreno en el teatro oficial”.
El tema de la puesta en escena es la traición a los ideales revolucionarios. El protagonista es un maestro fracasado que adopta la identidad de un revolucionario muerto. Finalmente, terminan asesinándolo.
La obra desde entonces no ha perdido vigencia: el baile de máscaras de la simulación y la exhumación del pasado para reinterpretarlo a conveniencia siguen siendo ingredientes básicos de la cultura política.
Para Usigli, el teatro debía ser espejo de la sociedad. En la comedia Medio tono retrató el cultivo de las apariencias de la clase media; en La familia cena satirizó a las clases altas y sus ridículas ideas sobre la vanidad, el orgullo y la cursilería como sinónimo de refinamiento que siguen siendo características de los nuevos ricos. Corona de sombra fue una tragedia histórica basada en el imperio de Maximiliano y Ensayo de un crimen, una novela negra que muestra la descomposición de algunos sectores de la burguesía de la capital, como plantea Eleonora Luna.
Es exacto el retrato que José Emilio Pacheco hizo del dramaturgo en unas cuantas líneas: “Para Rodolfo Usigli el teatro era el mundo, el mundo era un teatro y todo lo demás batalla y diálogo”. Convencido de que “un pueblo sin teatro es un pueblo sin verdad”, durante 50 años, escribe el poeta, luchó por darnos un teatro mexicano “una comedia humana representable, un mural escénico, una literatura dramática unipersonal en que un solo autor hizo el trabajo de muchos escritores: tragedias, dramas, piezas, comedias, farsas, teoría, crítica, innumerables traducciones. Un teatro mexicano”.
El dramaturgo tenía muy clara su vocación: “o teatro o silencio. O teatro o nada… Por eso repruebo y rechazo todo aquello que lo adultera o desfigura y traiciona y lo convierte en un payaso barato y sin raíces o en una muñeca Pompadour o en una falsificación con o sin mito. O teatro o silencio. O teatro o nada”.
Los usos y costumbres de buena parte de la actual clase política refrendan la pertinencia de buena parte de las obras de Usigli y, en particular, la de El gesticulador. Pasan los años y persisten los mismos vicios retratados por el dramaturgo.
“Si crees que no comprendo que he fracasado en mi vida… si crees que me parece justo que ustedes paguen por mis fracasos, te equivocas. Yo también lo quiero todo para ti. Si crees que no saldremos de este lugar a algo mejor, te equivocas. Estoy dispuesto a todo para asegurar tu porvenir.”
Rodolfo Usigli nació el 17 de noviembre de 1905 en una vecindad de la antigua avenida San Juan de Letrán en lo que hoy es el cine Teresa. Nunca le pusieron en su tumba el epitafio que sugirió: “Aquí yace y espera, Rodolfo Usigli, ciudadano del teatro”. Pero aunque no lo hicieron, el dramaturgo sigue esperando pacientemente con sus obras para continuar sorprendiéndonos.












