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El Museo del Chopo reúne en Un solo latido el arte de dos creadoras guatemaltecas
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▲ La exposición de la obra pictórica y textil de Rosa Elena Curruchich y Angélica Serech permanecerá abierta hasta mañana.Foto cortesía del recinto
 
Periódico La Jornada
Lunes 24 de noviembre de 2025, p. 5

Un “impacto en el corazón” sintió la artista textil guatemalteca Angélica Serech (San Juan Comalapa, 1982) al conocer la obra de su paisana pintora Rosa Elena Curruchich (San Juan Comalapa, 1958-2005). “Sus pinturas me hacen pensar que antes de nosotros pasaron luchas mucho más fuertes. La vida de la maestra fue tristemente difícil; sin embargo, logró salir adelante y crear estas obras en formato pequeño, con maestría impecable. Me abren la mente, los ojos y el corazón”, asegura Serech.

El Museo Universitario del Chopo reunió a ambas artistas en la exposición Rosa Elena Curruchich y Angélica Serech: Un solo latido. Xa jun ruk’xomal qanima.

Con cerca de 80 pinturas ésta es la primera muestra de Curruchich en un museo y la presentación más extensa de su obra hasta el momento, y es la primera exhibición de Serech en México.

Para ésta, Serech creó dos “esculturas textiles” en gran escala con el fin de dialogar con la obra de Curruchich. Son: Mutar la piel y Xti Mita Xtan (Pequeña niña). En 2026, la exposición itinerará a La Nueva Fábrica, en Antigua, Guatemala, espacio de arte contemporáneo sin fines de lucro, colaborador de la muestra.

Serech no conoció a Curruchich, pero a partir de los textiles comisionados y sus respectivas investigaciones, “pude entrar en contacto con su hermana Pilar, quien me contó historias vividas por la maestra”. Al igual que su antecesora, Serech ha luchado para realizar su trabajo. Nacida en el seno de una familia tejedora, desde pequeña sintió la necesidad de “alzar la voz y dar a conocer mis vivencias. Los huipiles tradicionales relatan una historia generacional y las luchas de nuestros pueblos, que continuamente sufrimos ante los vejámenes y la desigualdad social en nuestro país”.

Todos los nudos, amarres, desamarres, hilos sueltos y demás situaciones significan algo. “Una como tejedora siempre los colocaba en el dorso de nuestros huipiles. Pensé: ‘¿por qué en el dorso? ¿Por qué nuestras imperfecciones tienen que ir pegadas piel con piel?’ Analizarlo me llevó a dar nueva vida a estas imperfecciones que queríamos esconder. Resignificarlas en mi forma de ver la vida, porque hay que valorar aquello que queremos esconder. Hoy, en general, hemos perdido nuestra sencillez y honestidad con nosotros mismos. Apelo a los corazones para hablar a partir de nuestras imperfecciones, lo que me da oportunidad de mostrarlas en un formato pequeño y grande en mis obras”.

Agrega: “Nuestros huipiles son mapas de vida. La dirección que vamos a tomar y esa parte de los valores comunitarios de los que partimos, desde la unicidad a nuestros valores y voz. Nuestros textiles son nuestros mapas de valores, historia y resistencia”.

Serech cuenta: “en un principio mi familia creía que mis manos y mis dedos tenían su propia intuición. En una ocasión se me preguntó quién tejía. No supe qué responder, pero me puse a pensar en esa pregunta. Los textiles me tejen a mí. Sólo soy una herramienta, un canal”.

Miguel A. López, curador en jefe del Museo Universitario del Chopo, discrepa con el término naif, o pintura primitiva, para referirse a la obra de Rosa Elena Curruchich, porque “son categorías y conceptos articulados desde una perspectiva eurocentrista del arte, una lógica Occidental. Más bien lo que presenta es una geneología de pintura indígena con sus propios códigos, lenguajes, que reclama, incluso, como parte de ella”.

Rosa Elena Curruchich era nieta del pintor maya kaqchikel Andrés Curruchich, tal vez el más relevante de Guatemala en los años 40 y 50 del siglo pasado. La primera pintura de la muestra es un autorretrato de ella, como niña de tres o cuatro años, levantada por los brazos de su padre, para observar al abuelo pintar en su estudio.

Para López, al momento de pintarse observando a su abuelo, “Rosa Elena reclama una genealogía de pintura indígena que tiene una línea propia, que no depende de los códigos del arte occidental, ni de lo que ocurre en Ciudad Guatemala, sino que construye su visualidad. Se rebela ante las normas que en los años 70 impedían a las mujeres acceder a la pintura como medio de comunicación: los hombres pintaban y las mujeres tejían”.

La expositora se rebeló ante estas normas y reclama la pintura como un “espacio de autodeterminación. Como mujer es capaz de plantear preguntas y destacar el papel de otras mujeres dentro del proceso de organización social en Comalapa. Allí también radica la fuerza de su pintura”.

En vida, Rosa Elena Curruchich tuvo una sola exposición, en 1979. Dado el clima de hostigamiento por dedicarse a pintar, tuvo que abandonar la comunidad y continuar pintando en secreto.

La exposición permanecerá hasta mañana. El Museo Universitario del Chopo se ubica en Dr. Enrique González Martínez 10, colonia Santa María la Ribera.