n mi tiempo de vida no recuerdo una época con mayor tensión verbal, irrespeto, mal gusto y pobreza en el lenguaje público. No empezó ahora, el deterioro lleva rato, pero la polarización en años y meses recientes alcanza una furia inaudita. Mucho ayudan las incontrolables, y a la vez hipercontroladas, redes sociales, donde la verdad es lo de menos. Lo promueven la conducta y la palabrería de los poderes imperiales y sus warlords aliados, siendo Tel Aviv el más peligroso.
Entre ciudadanos reina la estridencia, el miedo que te doy y el miedo que me das. Se hace ostentación de odios, fobias, desprecios. Así está el mundo. Así nos llevamos. Circulan memes, tiktoks y publicaciones virales que más soeces no pueden ser. Se mienta la madre con todas sus letras, no pocos emoticones y adjetivos todavía peores, contra particulares, oponentes, contra la Presidenta y cualquier figura pública.
Hasta para insultar éramos mejores. ¿Qué se hizo del ingenioso albureo? ¿Dónde quedaron los recursos de la ironía? Ya ni sarcásticos somos, y se ha perdido el talento para la injuria o el doble sentido. Toscos, brutales, irreflexivos, mentirosos, intolerantes, canceladores. Murió el diálogo crítico. La ultraderecha alega “el fin de la libertad”, pero, ¿qué libertad (sinónimo de negocio) han perdido la burguesía y sus beneficiarios?
El trasfondo internacional arroja sombras y malos augurios. Vemos al gobierno argentino perdido en la demencia colonizada, a la región andina (Perú, Ecuador, Bolivia) rehén incondicional de Washington, y a todos ellos, hostiles con México.
En sintonía, uno de los principales generadores de violencia verbal y odio político, además de sus pendientes fiscales y judiciales, lleva más de 30 años destruyendo el buen gusto en el lenguaje mediático. Millonario por el dinero de los pobres y magnate televisivo, cambia de disfraz según la temporada, y ahora que quiere ser presidente se inspira en el mileísmo cavernario al llamar “zurdos de mierda” (un neologismo para nosotros) a quienes considera de izquierda. Se trata del mismo golpista de 1999 que quiso tirar al gobierno cardenista de la capital tras la muerte de Paco Stanley y el chirrión le salió por el palito.
En sus noticieros es común que los presentadores llamen “hijos de la chingada”, “miserables”, “animales” a los delincuentes, presuntos o no, desde una superioridad moral y de clase que a qué horas. Súmense una melodramática sed por las lágrimas del pueblo y una sobreactuada simpatía por el débil.
No se puede soslayar el papel jugado por el discurso confrontacional del anterior y muy popular presidente para fustigar, descalificar o escarnecer al adversario, con gran efecto en sus seguidores. Sin embargo, en cuanto a corrientez y falsedad, la derecha gana holgadamente en redes y medios electrónicos, generando chorros de memes, minivideos y sucias animaciones con inteligencia artificial. Si esto es “libertad de expresión”, habrá que preocuparse por la libertad de expresión.
Con tal “nivel” en la propaganda, ¿cómo no van a proliferar los bullies desde el kínder? ¿Cómo no van a facilitarse el acoso y la violencia contra las mujeres, la discriminación, la fobia al pobre y al distinto? Senadoras majaderas, senadores y diputados malhablados o golpeadores que actúan en pandilla frente a las cámaras con vulgaridad y arrogancia.
Arriba rifa, como nunca, la fobia al pobre, bautizada como aporofobia por la pensadora Adela Cortina Orts en 1995 y elegida “la palabra del año” (oh, sí) en 2017 por la Fundación del Español Urgente, financiada por un banco trasnacional. Deriva del griego y significa “rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado que, al menos en apariencia, no puede devolver nada bueno a cambio” (Aporofobia, el rechazo al pobre, Paidós, 2017, 200 páginas). Los magnates, los mandatarios, las rubias voceras del Imperio, la millonada de millonarios tienen eso en común con nuestros riquillos locales y la burguesía que, como aquellos, se enriquecen con el dinero de los pobres. Siguiendo a Emmanuel Levinas, Cortina opone a ello una “ética incondicionada de acogida al otro” (https://www.scielo.cl/pdf/rfilosof/v74/0718-4360-rfilosof-74-00319.pdf).
Ni Ezra Pound, que era fascista, los hubiera aprobado. En el 45 de sus Cantares (Cantos) postula que con usura “no se pinta cuadro para que dure y para la vida / sino para venderse y pronto / con usura, pecado contra natura, / es tu pan siempre de harapos viejos / es tu pan seco como el papel, / sin trigo de montaña, harina fuerte / con usura la línea se hincha / con usura no hay demarcación clara / y nadie puede hallar sitio para su morada. El picapedrero se aparta de la piedra / el tejedor de su telar” (versión de José Vázquez Amaral).
La normalización del odio, la deshumanización del otro y el insulto pueden resultar tan catastrófica como una guerra. Parafraseando a Lillian Hellman en el contexto del macartismo, nos adentramos en un “tiempo de canallas”, o acaso el rimbaudiano “tiempo de los asesinos” de Henry Miller en el contexto del nazismo. ¿Lograremos detener la escalada? Una meta del fascismo será siempre envilecer las palabras.












