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Disquero
Los discos que nos retratan
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▲ Portada del álbum The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd, y bajo ésta, The Klön Concert, de Keith Jarrett. Luego, Miles Davis y su trompeta, y Pablo Casals con su contrabajo. Foto tomadas de Wikipedia
 
Periódico La Jornada
Sábado 18 de octubre de 2025, p. a12

Lo esencial en la vida es el amor, la salud, comer, la familia, los amigos, el trabajo, la lectura, la música…

Los libros en el hogar iluminan las estancias. Los de cocina, junto al refri, frente a la estufa. Los de poesía, siempre a la mano. Los de trabajo, a la vista. Los de mero placer, por todas partes.

Los discos, ay, los discos. Con decirles que en Rayuela, la novela de Julio Cortázar, los discos están hasta en el lavabo.

Debo confesar que, cuando se me terminaron las paredes con cuadros, libros y discos, un amigo me fabricó una vitrina para guardar libros cuyo frente es un vitral que reproduce un óleo de Modigliani y el único lugar disponible era… junto al lavabo, y así hice honor a La Maga, Oliveira, Rocamadour, Etienne, Perico, Gregorovius, Baps, Wong, Berthe Trepart (la Molly Bloom de Cortázar), Talita, Traveler, los personajes de esa novela tirados en el piso cebando mate y escuchando música.

Cito algunos pasajes de Rayuela:

“Gregorovius suspiró y bebió más vodka. Lester Young, saxo tenor, Dickie Wells, trombón, Joe Bushkin, piano, Bill Coleman, trompeta, John Simmons, contrabajo, Jo Jones, batería. Four O’Clock Drag. Sí, grandísimos lagartos, trombones a la orilla del río, blues arrastrándose, probablemente quería decir lagarto de tiempo, arrastre interminable de las cuatro de la mañana.

Otro:

“–Ah, merde alors –dijo Etienne mirándoles furiosa. El vibráfono tanteaba el aire, iniciando escaleras equívocas, dejando un peldaño en blanco saltaba cinco de una vez y reaparecía en lo más alto, Lionel balanceaba Save it, Pretty Mamma, se soltaba y caía rodando entre vidrios, giraba en la punta de un pie, constelaciones instantáneas, cinco estrellas, tres estrellas, 10 estrellas, las iba apagando con la punta del escarpín, se hamacaba con una sombrilla japonesa girando vertiginosamente en la mano y toda la orquesta entró en la caída final, una trompeta bronca, la tierra vuelta abajo, volatinero al suelo…”

Más:

“Al final de un cuarteto de Haydn La Maga se había quedado dormida” y entonces Oliveira, para no despertarla, cito de memoria, en lugar de levantarse a apagar correctamente el tocadiscos, jaló el cordón del enchufe y el disco siguió girando y el sonido desapareció de las bocinas y se quedó chirriando cada vez más lento, pesado y lento, en la púa sobre las estrías del disco, como una locomotora que desinfla su sonido poco a poco, inexorablemente, porque no hay locomotora ni amor que frenen súbito.

Esta es la tercera entrega relativa a la relación de usted, hermosa lectora, amable lector, con los discos. En las semanas anteriores cité en este espacio las experiencias que generosamente compartieron los lectores en Facebook respondiendo a la siguiente pregunta: ¿cuál fue el primer disco que compraste en tu vida?

Ahora la pregunta es: ¿qué significado tiene en tu vida tu discoteca personal? Y una pregunta complementaria, obligatoria: ¿qué joyas musicales aprecias más de ese conjunto de discos?

Como en las ocasiones anteriores, pongo mi experiencia:

El álbum doble, carátula blanca con la foto al centro del pianista en actitud zen, Köln Concert, de Keith Jarrett. Versión en acetato que de tanto escucharlo el devenir ha agregado más música: gis, bruma, saltitos repentinos, la escritura de la púa del disco sobre los surcos. Siembra, cultivo y cosecha.

Los discos de Pink Floyd en vinilo. También con su respectivo gis, su música del tiempo vivido. La vida flotando con los ojos cerrados, viajando por el cosmos con la guitarra de David Gilmour y sus tres camaradas.

El álbum Kind of Blue, de Miles Davis, que suena en mi mente de cuando en cuando, con su cantinela, su zarabanda, sus ritornelos, la trompeta con sordina y el mejor trabuco de jazz en la historia.

Una hermosa caja con seis discos seis con las Seis Suites Para Violonchelo Solo de Johann Sebastian Bach, interpretadas por Pablo Casals.

Desde que compré ese tesoro, luego de meses de ahorrar trabajosamente cuando era estudihambre de la UNAM, quedé prendado de por vida al aria inicial de la Suite Número Uno; luego de Casals, amo la versión de Yo-Yo Ma por su intensidad arrebatada, su capacidad de hacer gemir, de lanzarnos al espacio sideral, y así las versiones de Pierre Fournier, Pieter Wiespelwey, Janos Starker, Mstislav Rostropovich, Anner Bylsma, Paul Tortelier, Jacqueline Du Pré y de manera muy especial la versión del maestro belga Sigiswald Kuijken, con su maravillosa viola da gamba en tiempo lento, tan lento que detiene el sentido del tiempo.

Las seis suites para chelo de Bach son mi tesoro más preciado, sí, como toda la música de Bach. Esas suites, además, son danzas, el arte del baile, el baile del alma: allemande, courante, sarabande, gavota, guiga. Nada como las zarabandas, esos arrebatos, esos dejos de placer, esas maneras de respirar la eternidad.

Y ya que dije toda la música de Bach, debo decir: El clave bien temperado con Keith Jarrett; las Variaciones Goldberg con Glenn Gould, en sus dos versiones: muy rápida, a los 27 años, y muuuuy lenta, a los 50, con una diferencia de muchísimos minutos entre una y otra, una eternidad.

Y ya que dije toda la música de Bach, debo decir: toda la música de Mozart, porque basta con decir Mozart para que uno sonría.

El Concierto 21, por supuesto. La gran partita, desde luego. Su Sonata para dos pianos con las hermanas Süher y Güher Pekinel, turcas, hermosas, angelicales. Imprescindibles: sus discos con la música para copas de cristal. Sublimes.

Todas las sinfonías de Bruckner.

Y es que en todas las discotecas particulares pasan cosas como esta: uno crece. Uno ya no es el mismo después de escuchar a Bruckner. Uno ya no está para la retórica y los arrebatos neuróticos de Gustav Mahler. Uno está para cosas serias: la profundidad del alma humana está en las sinfonías de Anton Bruckner.

Y ya que dije sinfonías, por supuesto Ludwig van. Pero con Wilhelm Furtwängler. Pero con Carlos Kleiber. Pero con Sergiu Celibidache. Pero con Nikolaus Harnoncourt.

Esos directores que acabo de mencionar son sinceros, honestos, verdaderos, están casados con la verdad y alejados de los trucos, trampas, faramallas, artificios que otros muchos directores (mejor no pongo los nombres) hacen para parecer “los mejores intérpretes de Beethoven”. Naaa, las versiones de Furtwängler son la piedra de toque, el non plus ultra, el alfa y el omega y las versiones de la Quinta y Séptima de Carlos Kleiber son un referente y las grabaciones de Cheli, el gran Chelibidache, cortan la respiración y las de Harnoncourt nos abren más la mente.

Los discos que más amamos nos retratan. Forman parte de nuestra existencia. Nos han acompañado en momentos difíciles. Nos han hecho la vida más agradable, plena, vivible. Nos dan paz, tranquilidad. Son manifestaciones de la felicidad, el gozo, la alegría de vivir.

He mencionado solamente algunos de los discos que amo de entre mi discoteca personal. Los comparto aquí con mucha alegría y el siguiente paso es natural: preguntarle a usted, hermosa lectora, amable lector: ¿qué significado profundo tiene en su vida su discoteca personal?, ¿qué joyas discográficas en ese conjunto de discos retratan su vida?, ¿cuál entre esa música le causa mayor felicidad?

X: @PabloEspinosaB

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