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Antonio del Corro y la libertad de conciencia en el siglo XVI
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ntonio del Corro huyó de Sevilla en 1557, porque tenía fundadas sospechas de que la Inquisición lo tenía en la mira. Otros monjes jerónimos como él, entre ellos Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera (el primero, traductor de la Biblia al español y publicada en 1569; el segundo, revisor de la mencionada traducción que fue impresa en 1602), también siguieron el camino del exilio por motivos de conciencia.

En el monasterio jerónimo de San Isidoro del Campo, un grupo que por distintas vías conoció acerca de la crisis enfrentada por el catolicismo, a raíz de los retos que representaban para su hegemonía las distintas vertientes del protestantismo, se fue decantando en favor de una religión normada por su entendimiento de los preceptos bíblicos y distanciando del aparato eclesial/clerical católico. En Sevilla circulaban no solamente mercancías llegadas de muchos lugares, entre ellos del Nuevo Mundo, sino también ideas reformistas que ponían en cuestionamiento el establishment religioso.

Corro ingresó al monasterio en 1547, un año después que Casiodoro de Reina. Durante una década, el liderazgo intelectual de ambos fue creciendo entre la comunidad de monjes. Además de leer ávidamente la Biblia, Corro, Reina y otros jerónimos leyeron comunitariamente obras de Erasmo de Róterdam; el Diálogo de doctrina cristiana, de Juan de Valdés, y un amplio catálogo de autores tenidos por herejes en España. Antonio del Corro era pariente de un canónigo sevillano e integrante de la Inquisición, recibió de manos de su familiar libros de autores protestantes para que le auxiliara en el examen de los volúmenes con el fin de ser más efectivo en su labor inquisitorial. Así Corro, escribió años más tarde, en 1567, leyó libros de “Lutero y de otros doctores protestantes de Alemania”, lo cual tuvo como efecto que “en poco tiempo el Señor me adelantó en el conocimiento de su palabra”.

En 1557, de manera escalonada, Antonio del Corro, Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera, Francisco Farías (prior del monasterio) y ocho monjes más huyeron de Sevilla, cada quien tendría que llegar por su cuenta y riesgo a Ginebra, ciudad en la cual Juan Calvino encabezaba el movimiento de reforma. Durante su estancia ginebrina, Corro, para su desencanto, comprobó que había escasos márgenes para disentir de la confesión religiosa oficial y comenzó su peregrinaje por varias partes de Europa; lo mismo hizo Casiodoro de Reina. Ambos darían amplias muestras sobre que su experiencia de ser perseguidos en España los sensibilizó para abogar por tolerancia, no solamente en los territorios católicos, sino igualmente en los protestantes.

La lid llevada al cabo por Antonio del Corro en favor de la tolerancia y libertad de conciencia, y no solamente por él, sino también por un pequeño pero combativo grupo que se expresó claramente contra la coacción en asuntos de fe, refuta lo sostenido por Bernard Cottret: “¿La tolerancia? Ni la palabra ni el concepto existían en el siglo XVI […] La tolerancia nace hacia 1680 en los albores de la Ilustración; se inserta en un espacio singular, el de la Europa del noroeste, Inglaterra y Provincias Unidas. Por último, es cosa de un hombre en particular, John Locke” ( Calvino: la fuerza y la debilidad, Editorial Complutense, p. 196).

Los libertarios fueron minoría y comenzaron la batalla más de 150 años antes que John Locke y su Carta sobre la tolerancia, de 1689. Destacadamente un grupo, el de los anabautistas, arguyó en favor de la libertad de creencias; lo hizo, por ejemplo, en 1534, cuando defendió su causa en el Llamamiento a la tolerancia dirigido al concejo municipal de Estrasburgo. Por cierto, Corro tuvo problemas con teólogos rígidos al argumentar en favor de los anabautistas y su derecho a disentir de las iglesias territoriales.

En 1567, en Heidelberg, Alemania, fue publicada, en latín, Artes de la Santa Inquisición española, obra de la que sus autores fueron probablemente Antonio del Corro y Casiodoro de Reina. En el prefacio de Artes se explicaban los motivos para redactar el volumen, así como una clara defensa de la libertad de creencias. La obra denota la influencia de Sebastián Castellio; sus redactores produjeron un “grandioso manifiesto por la tolerancia religiosa”, resalta el acucioso investigador Carlos Gilly.

En la próxima entrega, más detalladamente, se darán muestras de las argumentaciones de Corro en pro de la tolerancia. Valgan, por ahora, unas líneas que Antonio del Corro escribió en 1567: “Esforcémonos en vivir en paz los unos con los otros, ya sean de la religión romana o reformada, orando siempre al Señor, que nos ilumine en nuestras ignorancias, las cuales debemos amonestar a cada uno con toda dulzura y modestia, siguiendo el ejemplo de nuestro señor y redentor Jesús, que no despreció recibir humanamente, y enseñar con toda amabilidad a sus propios adversarios, y quienes diariamente lo perseguían, y hacían conjeturas para quitarle la vida […] No miremos que éste tiene una tal ignorancia, y que éste otro no quiere recibir algún artículo de nuestra confesión. Amemos a todos, ayudemos a todos, abracemos a todos, y soportemos la ignorancia y la flaqueza de todos. Porque vale más fallar en este aspecto (si falta pudiera existir) que hacernos jueces de las conciencias de otros, y dar sentencia de condenación contra los que no concuerdan con nosotros”.