
Miércoles 15 de octubre de 2025, p. 2
Guanajuato, Gto., El concierto del compositor japonés Kaoru Watanabe y su colectivo Bloodlines Interwoven propició una interconexión dimensional: lingüística, cultural, de sonidos y de la riqueza de las experiencias posibles, y el compromiso con una digna existencia humana.
En el Teatro Juárez, en el poderoso cierre del primer fin de semana del Festival Internacional Cervantino 2025, el músico y su agrupación consiguieron llevar al público a un estado de pureza emocional hasta el llanto suave provocado por las historias contadas a través de la dulzura y calidez de una diversidad de instrumentos y la voz de Alice Hill.
El carrusel sonoro, un estreno en México, produjo en los asistentes una serie de reacciones catárticas nacidas de mitos, el canto de las aves y el coraje contra la injusticia, hasta una comunión evocadora basada en la solidaridad y el apoyo mutuo. Una velada que fue expresión de lo múltiple en lo único y del ser individual en lo diverso.
Watanabe dijo a La Jornada que considera sus creaciones una forma de ”compartir la riqueza de las culturas” y que la particularidad de su recital es que los músicos que participan con él comuniquen “cómo entienden su cultura y sus propios instrumentos”.
Se trata, añadió, de “un camino bidireccional: así como nosotros hacemos lo anterior, nos gusta que los espectadores nos compartan parte de su riqueza al presenciar el espectáculo”.
El docente contó que es diferente su aprendizaje de música occidental a la forma en que enseña ahora la tradición musical japonesa, pues intenta “entrar en contacto con esta forma en la que sus alumnos ven el mundo. Es realmente un reto, porque son formas distintas de percibir nuestros alrededores”.
Llorar también nace de la catarsis, de la belleza evidente que entra por los oídos, que se siente en la piel, que vibra en el pecho al sonar de los tambores o el bajo pulsado por Matthew Garrison, al sentir la tenue caricia del arpa de Maeve Gilchrist, la flauta de Watanabe, el canto de la mezzosoprano Hill, el baile e interpretación de varios instrumentos de Jen Shyu y las percusiones de Susie Ibarra. Un hombre se levantó, antes del comienzo del recital, para pedir por una Palestina libre y el alto al genocidio en esa nación. La respuesta del resto del público hacia el sujeto situado en los palcos fue de un breve aplauso.
Pocos momentos después, la música inició con la pieza Bird Souls, de Susie Ibarra, en el que la intérprete se dio a la tarea de convertir en partitura la narración de diversas aves por parte de sus compañeros en el colectivo.
Watanabe caminó entre el público con su flauta mientras se escuchaban trinos aéreos y lo siguió, bailando, etérea, Jen Shyu hasta el escenario. Movimientos, acordes de seres alados. La melodía transporta a un bosque nocturno o de amanecida, se vuelve vertiginosa con el fraseo hasta llegar a un solo de flauta. Los aplausos reconocieron esa obra.
El músico se dijo esperanzado de ese espectáculo, en el que mucha gente escucharía por primera vez “ciertos instrumentos, sonidos, ritmos y cómo puede llegar a ser tan bella la forma en que estos sonidos se unen. Hay canciones que son felices, que transmiten muchas emociones hermosas, vivas, pero también las que pueden ser un reto auditivo, quizá”.
Otra pieza destacada es Hiyokurenri, el nombre de dos legendarias aves en China que tienen una sola ala cada una. Watanabe explicó que creó esta obra para una ópera convencido de que se trata de una metáfora del amor.
En el escenario, él sólo con el tambor, su voz grave y la respiración tenue de la flauta. Una fuerza con la unión de ambos sonidos traspasa distancias, obstáculos, el fin del mundo. Dialogan desde su cuerpo y pericia dos tradiciones. La misma voluntad en dos corazones. Es una pieza de finura y fuerza, algo conmovedor y reconfortante. Contiene y exalta. Ya varios asistentes tenían los ojos humedecidos.
El drama llegó a través de I Can’t Breath (No puedo respirar), que conmemora al afroestadunidense Eric Garner. “Sus últimas palabras al ser inmovilizado por la policía de Nueva York (en 2014) fueron ‘No puedo respirar’. Esta pieza es un mantra y un rezo en contra de la opresión. En esta pieza cada uno de nosotros está diciendo esas últimas palabras en nuestros lenguajes”.
La última de las ocho creaciones es una composición de Watanabe que parece una profunda conversación amistosa, que atraviesa vidas, que demuestra cariños atemperados y sólidos. Provoca un nudo en la garganta y fueron muchos los suspiros o respiraciones agitadas que le nacieron, había algunos sollozos, quizá recordando la felicidad de la infancia.
La cálida voz de Alicia Hill fue hablando de ese mundo. Conmovedora conexión de todos con una llama más fuerte. No se pudo más que cerrar con el aplauso atronador y largo. Kaoru Watanabe agradeció y fue agradecido.
El publicó salió con la sensación de que Watanabe tuvo éxito en lograr “que todo se una de manera especial, porque no queremos unir estos estilos de manera superficial, sino que la música sea algo profundo y real”.