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Jesús Vargas, el IPN y el 68
J

esús Vargas Valdés no tenía participación política alguna cuando comenzó el movimiento estudiantil-popular de 1968. Fue, literalmente, un cuadro que salió de la base. Por eso se siente un poco como esos revolucionarios que surgieron en 1910 y brincaron de la parcela a las tropas villistas o zapatistas.

Estudiaba los últimos semestres en la Escuela de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional (IPN), cuando la bola se alevantó y él se sumergió en un torrente del que, 57 años después, no sale aún.

Nació en Parral, Chihuahua, en 1946, en el seno de una familia de nueve hermanos y padre herrero. A fines de 1962, llegó a la Ciudad de México para inscribirse en la Vocacional número 3. Era un fanático del deporte cuando se enamoró de la lectura.

El 31 de julio de 1968, Chuy (como cariñosamente le llaman sus amigos) llegó a Ciudad Universitaria al acto de desagravio por la violación de la autonomía universitaria, encabezado por Javier Barros Sierra. En Ciencias Biológicas, la maestra Annie Pardo invitó a Gaiska Asteinza Bilbao, el mejor alumno de la carrera de Biología y amigo de Vargas, a asistir. Jesús y él fueron. Ya en el evento, El Pino le pidió a Gaiska que tomara la palabra a nombre del Politécnico. No pudo hacerlo porque todavía no tenía la nacionalidad mexicana. Sin embargo, Asteinza reviró: “órale, Jesús, te toca”. La maestra Pardo lo apoyó. Así que Jesús tomó el micrófono y, por primera vez, un estudiante del Poli llamó a los universitarios a unirse a la huelga.

El autor de Madera rebelde se incorporó al movimiento por un sentido general de justicia. Se habían cometido serios agravios contra los estudiantes de las vocacionales 2 y 7, y de las preparatorias 1 y 2, y sentía que era su deber hacer algo. Ese mitin fue como un rayo que le cayó encima y lo impulsó a tomar una posición. Del 31 de julio en adelante, su vida cambió radicalmente. El 1º de agosto, después de la manifestación que encabezó Javier Barros Sierra, rector de la UNAM, se fue hacia Tlalpan, y esperando el camión, reflexionó sobre todo lo que traía en ese momento en el corazón, en lo que había significado el día anterior y la manifestación. Sintió que su existencia cambió en ese momento para siempre.

Jesús fue electo al Consejo Nacional de Huelga (CNH) desde el principio hasta el final del movimiento. Su escuela, Ciencias Biológicas, tenía entre 900 y mil alumnos. Unos 150 estudiantes se integraron a la lucha de tiempo completo. Vivían en la escuela. Allí comían y dormían. La gran mayoría eran de provincia, así que no tenían ataduras familiares ni necesitaban rendirle cuentas a nadie. Entre ellos y los universitarios había una diferencia social.

Según Chuy, el principal estímulo que tuvieron como estudiantes a lo largo de todo el movimiento fue la simpatía popular. A donde iban eran bien recibidos. El apoyo económico de la gente fluía. “Nosotros –cuenta– nunca tuvimos dificultades para comprar papel, cartulinas, mimeógrafos, comida, para pagar la gasolina de los camiones. Había una gran insatisfacción social y el pueblo vio en nosotros una esperanza. Nos arropó, nos protegió y nos concientizó para salir de la burbuja esa en la que nos encontrábamos. Así pasamos a pensar en un cambio de política del país”.

El escritor de La patria de la juventud estuvo el 2 de octubre en la plaza de Tlatelolco. Se subió a la tribuna. Unos 10 minutos antes de que se iniciara la represión, llegaron abundantes mensajes de que había mucho movimiento policiaco. Él bajó a ver qué podía ver. Al regresar se encontró con las entradas bloqueadas. Se fue al asta bandera, donde había quedado de encontrarse con algunos compañeros. Allí lo agarró la bengala, el desplazamiento del Ejército y los balazos. Corrió hacia espaldas del edificio Chihuahua. Se introdujo a una especie de tienda que estaba atrás del edificio. Salió con las manos en alto y se dirigió a un contingente militar. Pidió que le dieran salida. Se la dieron. Siguió por el pasillo hasta un edificio en el que tocó la puerta. Le abrió una señora que le dio refugio durante dos horas. Al salir, entró a una farmacia para esquivar policías. Allí permaneció hasta que pudo irse. Esa experiencia lo marcó políticamente. Fue el factor que en los meses y años siguientes orientó lo que iba a ser su actividad política.

Chuy siguió participando activamente en el movimiento. En marzo de 1969, al final de un evento para dar posesión al nuevo director de Ciencias Biológicas, cuestionó fuertemente al director del IPN, Guillermo Massieu. Le dijo frente a maestros y estudiantes: “Si todavía le queda un poco de dignidad y de vergüenza, renuncie al cargo. No merece usted ser el director del Politécnico”. El mandarinato politécnico le cobró caro la afrenta.

Centenares de jóvenes como él decidieron dejar atrás universidades y centros de educación e irse a trabajar con el pueblo, a organizar sindicatos y ocupar tierras con los campesinos. En junio de 1970, una delegación del Movimiento Marxista Leninista Mexicano (MMLM), organización que había recibido formación política y militar en China, encabezada por Federico Emery, invitó al grupo de Jesús a Torreón de Cañas, en el norte de Durango. Allí, una organización agrarista dirigida por Álvaro Ríos los esperaba para fundar una base de apoyo estilo maoísta. Lo que sucedió es otra historia.

Inclaudicable, Jesús participó también en la fundación del Comité de Defensa Popular (CDP) en Durango y fue desaparecido por el Ejército, hasta que la protesta social logró su presentación con vida. Trabajó en la organización sindical de mineros de Santa Bárbara, Chihuahua, y en educación popular. Militante de la historiografía justiciera, es autor de libros fundamentales sobre el villismo, Nellie Campobello y los movimientos armados.

Se le pregunta: ¿valió la pena la participar en el 68 y en los movimientos populares?. ¿Acaso no fueron apenas un rayo en la oscuridad? Él responde: “totalmente”.

X: @lhan55