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¿La fiesta en paz?

Emotivo texto del ganadero Rodrigo Ponce de León, de San Miguel del Milagro, que el viernes obtuvo apoteósico triunfo en Ciudad Juárez

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ay ganaderos que a su buen criterio como criadores de bravo añaden su buena pluma. Tal es el caso de Rodrigo Ponce de León, hijo del matador en retiro Raúl Ponce de León, que en tardes de gloria como novillero puntero llenara de emoción y de gente los tendidos de la Plaza México, hoy Plaza Muerta, como pronosticara hace años el cronista de La Jornada, Lumbrera Chico.

Del cementerio de los sueños perdidos al milagro de la vida, titula Rodrigo su texto, y añade: “Lo recuerdo bien. Primero nos golpeó la epidemia de la palomilla: el ganado sin fuerza, el pasto agotado, el silencio del campo interrumpido sólo por los bramidos débiles. Y después, como si no bastara, llegó abril de 2020, en plena pandemia. Todo se volvió cuesta arriba. Tuve que tomar una decisión dura: moverlos a otro rancho, rentar más terreno, darles una última oportunidad de sobrevivir. Algunos murieron en el camino. Otros resistieron. Cada pérdida fue un vacío que pesaba más que el gasto”.

“El dolor no fue sólo económico.Era humano, íntimo. Cada llamada delvaquero anunciando la muerte de un animal me dolía como la noticia de un amigo que ya no volverá. No es sólo un número. Es un ser vivo que llevaba dentro lapromesa de la bravura, el fruto de años de selección y esperanza. Cuando muere, no se va sólo un becerro: se hunde también un sueño. Un día en especial se me clavó en el alma. Dos novillos de tres años y una becerra que nació muerta. La placenta dañada, sin nutrientes. Nunca respiró. Mi padre, el vaquero y yo los amarramos a la camioneta. El motor encendido, el polvo levantándose, el arrastre lento sobre la tierra dura. El silencio se hizo pesado. Sólo el crujido de la cuerda y el roce contra el suelo. Los llevamos hasta el sitio donde los enterramos. Allí descansan. Allí nombré ese lugar el cementerio de los sueños perdidos. De las faenas que nunca se verán, de las orejas que no se cortarán, de las plazas que no aplaudirán.

“En la plaza, a un gran toro se le concede el honor del arrastre lento después de una faena memorable. Aquellos tres lo tuvieron sin haber hecho nada. Fueron toros y una becerra de arrastre lento… pero sin faena. Y ese dolor no cabe en palabras. Pero no todo se perdió. Gracias al apoyo de los ganaderos, mi tocayo Rodrigo, de Loma Roja, y Núñez del Olmo, varios animales de El Milagro se rescataron. Hoy superan los quinientos kilos, con salud y con bravura. Ellos ya están listos para lo que viene: el viaje, la plaza, el destino. Y ahora, camino a Ciudad Juárez, estos toros cargan con una historia de resistencia. Les llega, por fin, la oportunidad de mostrar lo que llevan dentro.

“¡Y vaya si lo mostraron! El viernes pasado en la Plaza Alberto Balderas de la ciudad fronteriza, con tres cuartos de entrada no obstante el frío, se dio una corrida memorable. Los tres alternantes despacharon sus lotes al primer viaje, lo que ya no se ve. Como consecuencia se cortaron seis orejas y un rabo. Dos de El Chihuahua a su segundo, una a cada uno de sus toros Diego Sánchez y orejas y rabo de su primero a un mentalizado Isaac Fonseca, al que las absurdas prohibiciones en su querido Michoacán sólo lo animan a seguir triunfando.

“Por cierto, el del triunfo de Fonseca se llamó Huracán, como el toro de la alternativa de mi padre el 19 de julio de 1970, aquí en Ciudad Juárez, con Raúl Contreras Finito de padrino, Mario Sevilla de testigo y un encierro de Santacilia. En la memoria familiar se recuerda como una gran faena de dos orejas, de esas que dejan plaza y apellidos grabados para siempre. Haber vuelto a esta ciudad ya no como matador sino como ganadero cierra un círculo de muchos esfuerzos. Pero el verdadero milagro fue lograr que esos toros se salvaran y dejar que cumplieran su honroso destino”, remata conmovido Rodrigo Ponce de León.