Opinión
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Los retos de la douce France
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al como los estadunidenses creían que su futuro vería la realización del american dream, los franceses soñaban un porvenir donde reinaría la douce France, cantada por Charles Trenet. En 1975, cuando llegué a París, el entonces presidente, Valéry Giscard d’Estaing, aseguraba a sus electores que bajo su mandato la “suave Francia” sería la realidad cotidiana. François Mitterrand, presidente francés durante 14 años, prometió realizar la igualitaria dicha y bonanza del socialismo. Ni Giscard ni Mitterrand lograron hacer realidad sus promesas. Esto no impidió a los desilusionados electores creer en Jacques Chirac, quien logró, como su antecesor, relegirse. Los siguientes inquilinos del Palacio del Elysée, la sede del poder en Francia; no despertaron mayores esperanzas y fueron más bien electos no tanto por un voto en su favor como por un voto contra su contrincante.

Nicolas Sarkozy, François Hollande y ahora Emmanuel Macron no parecen levantar el entusiasmo popular, pero pueden consolarse diciéndose que sus rivales tampoco, puesto que ni siquiera lograron ser electos.

En efecto, un sentimiento de desgaste con fuertes tintes de escepticismo general y la pérdida de fe en los políticos y sus promesas exhalan el aire viciado que respiran los franceses. Para muchos, el fin de mes se contempla con angustia cuando el dinero se agota en los bolsillos antes de que comience la cuarta semana. Las ilusiones que ofrecía la unión europea se han transformado en augurios de incertidumbre y, peor aún, en empobrecimiento e, incluso, miseria, como la de los agricultores arrinconados hasta el suicidio.

En la mente de los ciudadanos franceses, la idea de Europa ha dejado de ser el ideal para devenir la triste realidad de un grupo de burócratas que, apoltronados en sus confortables sillones, dirigen desde Bruselas la suerte del continente.

La tranquilidad que ofrecía el gozo de un paseo por las calles de París hace todavía unos 15 años ha dejado su lugar al temor de una agresión, la cual puede variar del simple robo de la cartera a un asalto violento y, para las jóvenes mujeres, a un verdadero atentado sexual. Para muchas de éstas, es imposible seguir vistiendo una minifalda sin verse agredidas verbal o físicamente. Incluso, en barrios de París, domina la tradición de la charia islámica, algunos de cuyos principios son incompatibles con los derechos humanos como, por ejemplo, la libertad sexual y la libertad de las mujeres.

La caída de François Bay-rou, sexto primer ministro del presidente Macron, ocurre en vísperas de un movimiento general de protesta en Francia, a llamado de sindicatos y de las más diversas organizaciones. Las ideas de protesta no faltan, algunas novedosas, como la de no utilizar las tarjetas de crédito para reducir los beneficios embolsados por los bancos.

Si la situación en Francia es de inseguridad y creciente violencia, la cual va de los atropellos de menores de edad cada vez más jóvenes, algunos de apenas 12 años, a la del crimen organizado y del narcotráfico, la política exterior del país no es tampoco brillante.

La guerra en Ucrania es un ejemplo de esto. País europeo, la agresión rusa concierne directamente a las naciones europeas que temen las ambiciones territoriales que pudieran desear volver a la antigua situación de los llamados países del Este sometidos al dominio soviético. Pero las negociaciones entre Putin y Trump han excluido a los dirigentes europeos, a pesar de todos los esfuerzos de Macron para que la opinión de Francia se tome en cuenta. Así pues, la guerra en Ucrania ha puesto de manifiesto la impotencia de Europa en general y de Francia en particular.

La era de la douce France parece hoy algo remoto, entre brumas de un pasado, si no imaginario, sí difícil de imaginar para las nuevas generaciones.

Del altivo sentimiento de pertenecer a una gran nación, hoy no queda más que la Historia que pueda conservar memoria de tiempos más gloriosos.