
Viernes 12 de septiembre de 2025, p. 32
Tras la explosión de una pipa de gas, varias personas regresaron al sitio para colocar flores, veladoras y carteles en homenaje a las víctimas de la tragedia ocurrida el miércoles pasado, así como para repartir jugos y café a los trabajadores que continuaban laborando en el lugar.
Apenas amanecía y en la zona del puente de La Concordia, a la altura de la estación Santa Marta del Metro, en Iztapalapa, seguían las huellas de la explosión: árboles carbonizados, nidos de aves y animales calcinados, pasto chamuscado, lonas y cables caídos, y un par de ventanas estrelladas en un domicilio cercano formaban parte del escenario.
Alrededor de las 6 de la mañana, personal de la Secretaría de Obras y Servicios se retiró del lugar tras 16 horas de labores. Dos horas más tarde, un grupo de vecinos se reunió para repartir café y pan a los más de 30 trabajadores de Servicios Urbanos que acudieron para terminar de remover escombros.
“Yo vi a toda la gente quemada, pobre gente, me dio mucha tristeza”, dijo Zenayda Martínez mientras empujaba su carrito de supermercado ofreciendo “pancitos y café”, todavía con el susto del día anterior al recordar la potencia con que cimbró su casa.
Viridiana Castillo y su esposo contaron que desde la noche y hasta las 2 de la madrugada ofrecieron café a rescatistas y reporteros. También se levantaron temprano para repetir el gesto. “Pudimos haber sido nosotros, nunca sabemos en qué momento va a ocurrir una desgracia”, expuso.
También hubo quienes llevaron ramos de flores blancas y colocaron veladoras justo debajo del puente junto a la fotografía del profesor Eduardo Noé García Morales, de la secundaria número 53 Adolfo López Mateos, quien perdió la vida en el siniestro.
En el Hospital General José María Morelos y Pavón, mujeres como Ana Karen Rivera y Areli González pasaron la mañana repartiendo tortas y botellas de agua por entre las rejas. Durante la noche, al Hospital Regional Issste Zaragoza llegaron grupos con música para consolar a las familias. Las manos no dejaban de extenderse y, del otro lado, sólo se escuchaba una y otra vez “¡muchas gracias!”