a Llorona, cargada de rabia contenida, se desató, empezó a llorar, llorar, inundó toda la ciudad y alrededores; no puede terminar de llorar. Tanta lágrima ha generado caos; vieja conocida de los moradores de este país, suelta riadas de destrucción mientras los rostros se humedecen de llanto, los damnificados se llenan de congoja.
La Llorona en estos helados días, con cielos encapotados, nos parece más honda, más negra, más dramática, más friolenta.
Todo parece llanto en gotas negras semicirculares delineadas alrededor de esos ojos negros en que resaltan sus profundas pupilas sin exageraciones ni engaños, recreando charcos anegados de dolor, abandono, olvido…
Melancólica se defiende recreando nuevos enamoramientos, no se sabe si de Lope de Vega o de Miguel Cervantes Saavedra –de uno de ellos o de los dos–. La Llorona se enamoró después de que, por años de llegar a San Ángel desde Chimalhuacán, se le desapareció el Zincuatle.
Mientras, la esquelética mujer se fue detrás de un hombre, cualquier hombre. Época cumbre de la mujer que por única vez se fue a la batalla acompañando al hombre.
A parir a la mitad del campo, amamantar al calor de los fusiles. Dejando de lado su mucha madre. Lo cual quedó consignado en las novelas de la Revolución Mexicana: Martín Luis Guzmán, La sombra del caudillo y El águila y la serpiente; Mariano Azuela, Los de abajo; Francisco L. Urquizo, Tropa vieja.
Sin duda, de ello ha nacido el mito, los mitos, ese género que es la novela en cierta medida es su decadencia.
Bajo estas formas poéticas aparecen estas imágenes de la vida humana que, por encima, más allá del tiempo cotidiano, engarzan el pasado más remoto, el futuro inaccesible. Se ciernen –dirigen, hasta justifican– sobre el hacer, padecer que constituye la historia de los pueblos, como señala la filósofa española María Zambrano.
Como anillo al dedo cae a La Llorona Lope de Vega, en su imaginación creadora, después de sus múltiples aventuras galantes, en las canciones de cuna cantando la entrada al mundo de Cristo, o de cualquier niño. ¿Sería tal la transformación de Lope, el mujeriego, al tierno maternal? O sería la forma de encontrar la manera de sublimar la muerte de su pequeño hijo Carlos, que le afectó profundamente.
Con ese trágico suceso, Lope se acerca a su época. Lega a la humanidad la poesía de canción de cuna. La ternura filial. Versos que parecen una elaboración del duelo, de la muerte de su hijo.
Mezcla de ternura y dolor, enmarcada en una musicalidad no superada en las canciones de cuna, Lope de Vega une lo humano y lo divino, la ternura y el vacío, lo traumático y su elaboración, lo festivo y el dolor.