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Palestina, acto final del colonialismo blanco
E

l desastre humano, ético, ambiental y cultural que atestiguamos en Gaza, a distancia, pero en vivo, corona la era del colonialismo y confirma que el Homo sapiens occidental no aprende, no escarmienta y no tiene remedio. Siempre gana matando. Por simplificar, convengamos que el colonialismo, de estricta matriz europea, consiste en que una nación se arroga el “derecho divino” de ocupar la tierra de otros, a quienes deshumaniza, aniquila o esclaviza para expandir la dimensión de su dominio.

Israel es el más reciente eslabón de una larga historia criminal, habitualmente impune (a excepción de los nazis, que mataron puros europeos, aunque de segunda, y eso no se perdona). Bajo la mirada de Occidente, el resto del mundo ha sido escenario del horror colonial, entre cuyos mejores comentaristas tenemos a fray Bartolomé de Las Casas y Joseph Conrad.

Aunque a la larga el imperio menos cruento y más civilizatorio sería el español, le cabe el honor de haber inaugurado la plaga colonial que lleva medio milenio comiéndose al mundo, en un canibalismo figurado mucho peor que el literal. Se puede fechar con toda precisión en 1478, cuando Isabel y Fernando ordenan ocupar las islas Canarias, apéndice africano habitado por los guanches de origen bereber en número de 80 mil, ancestrales pobladores de las “islas felices” codiciadas por portugueses e iberos desde 1400. Gran Canaria se rindió en 1483, La Palma en 1494 y Tenerife en 1496, donde al final una solitaria nativa hizo señas a los españoles para que se acercaran: “No queda ninguno con quien luchar, ninguno a quien temer, todos están muertos” (Sven Lindqvist: Exterminad a todos los salvajes, colección AZ, Turner, 2021).

Tras la obertura canaria, el gran teatro de la crueldad europea se desata en 1492, pocos meses después del arribo de Cristóbal Colón a la isla caribeña Haití, o Bohío, que significativamente nombra La Española. En diciembre ordena edificar el fuerte Navidad con los restos de la carabela Santa María y deja 39 hombres a cargo, ordenándoles no abusar de los aborígenes taínos, que no eran hostiles. Al regresar en 1493 encuentra destruido el fuerte y muerta su avanzada del progreso (que diría Conrad). El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo reporta que los españoles fueron matados por los indios en defensa propia, “no pudiendo sufrir los excesos porque tomaban las mujeres e usaban dellas a su voluntad e les hacían otras fuerzas y enojos, como gente sin caudillo e desordenada” (citado en Anacaona: Una leyenda taína, compilado por Gildardo Marulanda Villada, Editorial UD, Bogotá, 2024).

Lo interesante es que a su regreso, el humanista Colón decide castigar a los indios por defenderse de los soldados insubordinados, y abre paso a la rápida aniquilación de la población antillana. El almirante desaprueba los actos de su gente, pero hace pagar a los invadidos, con Dios y las epidemias de su parte.

De ahí pal real. El colonialismo portugués superará en crueldad a los españoles, enseguida lo opacarán los franceses y por fin se impondrá la gran maestra del colonialismo criminal, Inglaterra, que se valió de mercenarios escoceses, esclavistas, piratas y sus propias tropas para establecer el imperio más vasto y despiadado de la historia, cuyos epígonos más letales serían el rey Leopoldo II de Bélgica, dueño del Congo, y el Estado de Israel, creado por la propia corona inglesa y Occidente en 1948 sobre esa tierra “prometida” por charlatanes y profetas bíblicos. La Pérfida Albión decide quién es humano y quién no. Se asume dueña de vidas y muertes. Su primer laboratorio, como las Canarias para España, fue Irlanda, donde sus mercenarios aplicaron la recolección de cabelleras, procedimiento que tendría un brillante futuro en América del Norte.

Medio milenio después lo vemos en Gaza. Somos la primera generación humana que presencia en tiempo real la destrucción absoluta de una nación. El derecho divino de Tel Aviv llama terroristas a los aborígenes, como antes fueron hostiles, salvajes, brutos, bárbaros. Mientras España trató de humanizar (cristianizar) a la indiada sin exterminarla, los ingleses no vieron gente sino bestias. No hay mejor indio que el muerto. Las máximas creaciones británicas son Estados Unidos, Canadá y Australia, que mostrarían el camino genocida a Uruguay, Argentina y Chile en el siglo XIX. Y a la final criatura del Frankenstein anglosajón: el Israel de los askenazis de centroeuropeos.

Cantaba Bob Dylan: “Los libros de historia lo cuentan, lo cuentan muy bien / Las caballerías cargaron y los indios cayeron / Mi país era joven y tenía a Dios de su lado”. En Gaza, el joven Israel “se defiende” de sus víctimas con celo asesino, consenso nacional y respaldo absoluto de Estados Unidos y la Unión Europea (UE). Como denuncia Francesca Albanese: “Israel es el segundo mayor receptor per cápita de financiación de la UE a través del Consejo Europeo de Innovación. Las instituciones europeas tendrán que responder por las innovaciones que han facilitado el ataque contra Gaza”. No responderán, nunca lo han hecho.