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“Correr es como la vida: dolor, amor y sufrimiento”

Los atletas rarámuris se mezclaron con El Santo

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▲ En la imagen, una competidora rarámuri desafiando al resto de los corredores.Foto Cristina Rodríguez
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▲ Silverio Ramírez terminó la carrera en casi tres horas.Foto Joshua Reyes Sámano
 
Periódico La Jornada
Lunes 1º de septiembre de 2025, p. a10

Con cada paso, los maratonistas avanzan hacia lo desconocido. Se someten a un esfuerzo físico y mental devastador, mientras las palabras de aliento y los gritos de quienes los acompañan se entrelazan con la incertidumbre del camino, donde siempre ocurren imprevistos.

“Un maratón es sólo para valientes. Cualquier persona que se atreve a correrlo tiene unas agallas tremendas, no dimensionan a lo que se enfrentan hasta que están ahí. Vine con mi esposo para apoyar a nuestra hija, estoy muy orgullosa de que se atreva a luchar por sus sueños”, comentó Rocío Mérida a un costado del estadio Olímpico Universitario, donde inició la ruta de la edición 42 del Maratón de la Ciudad de México.

La ruta de 42 kilómetros 195 metros en la capital presenta desafíos únicos. Desde sus más de 2 mil metros de altura, hasta imperfecciones en el pavimento que interrumpen la cadencia de los participantes, quienes acudieron de diversos lugares del país y el extranjero para competir en una edición donde se conmemoraron los 700 años de México-Tenochtitlan.

El sonido del asfalto al ser golpeado por miles de zapatillas se mezclaba con el bullicio de los espectadores que alentaron sin cesar a lo largo del camino, acompañados por carteles multicolores con frases motivadoras. Entre esa combinación sonora, los pies del corredor rarámuri Silverio Ramírez, acostumbrados a la ligereza y frescura de sus huaraches, llegaron silenciosos hasta su destino.

“En el recorrido me dolía la cintura, así nomás, no sabría decirte a qué se debe. Ya estoy acostumbrado a correr con huaraches y con tenis también, puedo con ambos, terminé en aproximadamente tres horas. Estoy bien contento, no gasté ni un peso para venir, les agradezco a los organizadores por el apoyo”, contó Ramírez, proveniente de la sierra de Chihuahua.

Durante el trayecto emergieron personajes inimaginables. Hombres con emblemáticas máscaras, como las de El Santo y Blue Demon, superhéroes como El Hombre Araña, así como botargas de dinosaurios que se movían con dificultad.

Cerca de la glorieta de los Insurgentes convergieron dos posibilidades para un capitalino un domingo por la mañana. Se cruzaron los que aferrados a su deseo por llegar al Zócalo, se mantenían firmes en su ritmo de carrera a pesar de los calambres, mientras otros que también madrugaron, salían con el semblante pálido por la fiesta de hace unas horas.

“Ni de loco me rifaba un maratón, pero la neta, mis respetos para esos carnales. Hago ejercicio a mi manera, pero ayer tocó un tiempo de diversión”, dijo un joven de 28 años.

Conforme transcurrieron los kilómetros, el apoyo del público se volvió un combustible extra para los competidores. Bastaba escuchar un “¡sí se puede!”, “¡no se rindan!, “¡para esto te preparaste tanto!”, para que la emoción se apoderara de los corredores, quienes para este punto ya estaban en una lucha interna por no desistir.

Después del kilómetro 30 los signos de dolor aumentan. Algunos lucharon contra fuertes tirones que estuvieron lejos de hacerlos parar a escasos metros de cumplir la hazaña, mientras otros llegaron a la meta con una sonrisa y agradecidos por estar ahí.

“Me atropellaron hace ocho años y me pusieron clavos en las piernas. Me dijeron que ya no iba a correr y, mira, aquí estamos. Cuando hay terquedad y tenacidad consigues estas cosas, ya es mi sexto maratón consecutivo con podio en mi categoría (65 años). La creencia en Cristo es más fuerte que nada. Dios puso clavos en mis piernas pero no las ancló al piso, me permitió seguir corriendo. Nunca hay que rendirse”, contó un exhausto Héctor Alejandro Juárez.

La fatiga muscular cerca del final fue inevitable. Las piernas de los competidores sufrieron los estragos del recorrido, en su llegada se refrescaron y acudieron al servicio médico para aliviar molestias físicas.

“Por un momento pensé en rendirme. Pero ya estaba cerca, no podía hacerlo. No debía fallar”, comentó brevemente un participante.

Aquellos que debutaron experimentaron un dolor único, sin embargo, la alegría en su rostro delató un amor al sufrimiento. Si en algo coinciden estos jóvenes corredores con los más veteranos, es que “así es un maratón, como la vida”. Te brinda momentos de regocijo y en instantes te lleva los pasajes más crueles, aunque lleven años de experiencia, coinciden, siempre te aguardará lo desconocido.