as recientes decisiones del gobierno estadunidense en materia de seguridad y comercio no son eventos aislados, sino manifestaciones de un cambio de paradigma que redefinirá el futuro de la región. El anunciado ataque militar a los cárteles del narcotráfico y el nuevo modelo económico global delineado por Washington son los dos pilares de esta restructuración, con profundas implicaciones para la soberanía mexicana y su papel en el escenario internacional.
La primera de estas medidas, la orden ejecutiva firmada por el presidente Donald Trump para combatir a los cárteles con fuerzas militares, es mucho más que una declaración de intenciones. Al designar “terroristas” a estas organizaciones, la administración estadunidense no sólo las equipara a grupos como el Estado Islámico o Al-Qaeda, sino que sienta las bases legales y políticas para una intervención directa. Aunque la orden ejecutiva se limita, en principio, al territorio estadunidense, su alcance simbólico y su mensaje político son innegables. Es una señal clara de que Washington está dispuesto a utilizar todos los medios a su alcance, incluida la fuerza, para cumplir con las promesas de campaña de su presidente.
La justificación para esta escalada noes meramente retórica. Los cárteles ac-tuales distan mucho de ser las estructu-ras criminales de los años 70. Se han transformado en emporios trasnacionales, con sofisticadas redes de lavado de activos y fuentes de ingreso que desafían la autoridad del Estado. La extorsión, el “cobro de piso” y la diversificación hacia otros negocios ilícitos los convierten en una amenaza para la estabilidad económica y social de la región. Su conexión con organizaciones criminales en Europa y África los eleva de un problema de seguridad nacional a amenaza global. Para Estados Unidos, el combate a los cárteles no es sólo una estrategia rentable en términos electorales, sino una necesidad imperante para proteger su seguridad y la de sus ciudadanos. La pregunta que surge de inmediato es cómo responderá México ante esta nueva realidad. La intervención unilateral de Estados Unidos, por justificada que pueda parecer, choca de frente con el principio de soberanía nacional y puede generar una crisis diplomática sin precedente.
En el ámbito económico, la situaciónes igualmente transformadora. El titular del ramo, Marcelo Ebrard, ha definido con precisión el cambio de paradigma global: el mundo se mueve de una economía globalizada, basada en ventajas competitivas, a una donde las “desventajas comparativas” serán el factor decisivo. Este cambio de reglas de juego, donde los aranceles y las barreras comerciales se utilizan como herramientas geopolíticas, ha movido el piso para todos los países, pero especialmente para aquellos cuyas economías dependen de las cadenas de suministro globales. En este contexto, México se encuentra en una posición paradójica. Por un lado, la reconfiguración de las cadenas de valor y la estrategia de nearshoring lo posicionan como socio fundamental en la consolidación de Norteamérica como un bloque económico frente a China. Por el otro, la renegociación del T-MEC se presenta como la aduana obligada para definir el nuevo rol de México en esta estructura.
La negociación del T-MEC no será un simple ejercicio técnico, sino una batalla geopolítica en la que México deberá defender sus intereses y su papel en la región. Las decisiones de Estados Unidos sobre su política arancelaria, su relación con otros países y su visión de la integración regional tendrán un impacto directo en la economía mexicana. El desafío radica en capitalizar las oportunidades del nearshoring sin ceder soberanía ni subordinar su política económica a los intereses de Washington.
En conclusión, la relación bilateral ha entrado en una nueva era, marcada por la confluencia de la seguridad y la economía como los dos grandes ejes de preocupación. Las decisiones de la admi-nistración estadunidense han redefinido las reglas del juego y han planteado a México una serie de desafíos sin precedentes. El futuro de la relación bilateral no se jugará en los términos de la diplomacia tradicional, sino en la capacidad mexicana para defender su soberanía, su economía y su seguridad en un entorno global cada vez más complejo y volátil. La respuesta a estos desafíos determinará el lugar de México en la historia y en el nuevo orden mundial.