Machado, Alberti, Rimbaud
l sábado se cumplieron 150 años del nacimiento de don Antonio Machado, lo que permite a esta columna celebrarlo de modo excepcional con una extensa cita de Rafael Alberti:
“Ahora quiero volver […] a mi segundo encuentro con él en el café Español, un viejo café del siglo XIX que había frente a un costado del Teatro Real, de Madrid, cerca de la plaza de Oriente […].
“Desde la calle, llovida y fría del otoño, adiviné, tras los visillos iluminados de las ventanas, la silueta de Machado, y entré a saludarle. Yo venía de una pequeña librería íntima, cuyo librero, gran amigo de todos nosotros, acababa de conseguirme un raro ejemplar de los poemas de Rimbaud, sintiéndome infantilmente feliz aquella tarde sabiéndolo apretado bajo mi gabán para librarlo de la lluvia. Machado me saludó muy cariñoso, ofreciéndome en seguida un asiento a su lado, mientras me presentaba a sus contertulios. Muy ufano, al quitarme el gabán, le descubrí mi precioso volumen, que él hojeó con un débil gruñido aprobatorio, dejándolo luego sobre la silla que a su izquierda sostenía en su respaldo los abrigos y las bufandas. De los presentados, sólo recuerdo hoy a uno: al viejo actor Ricardo Calvo, gran amigo del poeta. Aquella tarde, rara ausencia, no se encontraba allí su inseparable hermano Manuel. Los demás que le rodeaban eran unos extraños señores pasados de moda y como salidos de alguna rebotica de pueblo. Y creo que no me equivocaba, pues la conversación, durante el rato que yo estuve, aleteó siempre, cansina, alrededor de cosas provincianas; preocupaciones y cosas bien lejanas y ajenas a aquellas tazas de café que tenían delante: el traslado de algún profesor de instituto, la enfermedad de no sé quién, la cosecha del año anterior, etcétera.
¡Ah, pero qué mal hice, qué mal hice!, iba reprochándome poco después bajo los farolones verdes y los altos monarcas visigodos de la plaza de Oriente. Mas desde aquella tarde pude contemplar, no sin cierta sonrisa melancólica, mi raro ejemplar de Rimbaud, aún más raro y valioso por las redondas quemaduras que los cigarrillos de Machado le abrieron en su cubierta color hoja de otoño.
La cita, habrá quien lo recuerde, procede de La arboleda perdida (Seix Barral, 1959), aunque viene de antes ( Primera imagen de…, Losada, 1945), y acaso de más antes, ya que el primer volumen de las memorias albertianas (cinco en total) fue publicado en México por Séneca en 1942.