Opinión
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Por Lilia Gemma García Soto
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ecibí la fatal noticia y quedé sin aire. El domingo 15 de junio de 2025, en el pueblo San Mateo Piñas, Oaxaca, fuiste asesinada, afable Lilia Gemma. Aunque era domingo, te encontrabas trabajando en el ayuntamiento, como solías hacerlo todos los días, en beneficio de aquellos pobladores, y por su mandato, conforme a los usos y costumbres del lugar, al margen de los partidos políticos. Seguramente nunca se sabrá el móvil del incidente ni los nombres de los matones que dispararon, no dudo que se trate del crimen organizado; a saber, amiga mía, qué intereses perversos habrás tocado con la honestidad y valentía que siempre te caracterizaron.

El 8 de febrero de 2024 escribiste: “Llenaría páginas y páginas si te contara cómo estoy y qué hago… Lo importante es que estoy aprendiendo mucho, y tú sabes que el aprendizaje cuesta. A veces pienso en renunciar, pues la condición humana aquí se manifiesta en toda su dimensión, esa parte fea que tienen a flor de piel muchos individuos. Sin embargo, resisto, pues aunque sea milimétrico el cambio, algo estoy logrando”. Vislumbrabas el peligro, sin duda, pesó más tu anhelo por la transformación de México.

El 30 de diciembre de 2022 me contaste: Como bien sabes, he estado colaborando desde hace tres años en el pueblo donde nació mi papá. Resulta que no me quieren dejar ir, y ahora en las elecciones municipales salí electa para presidir el municipio por el trienio 2023-2025. Tomaré posesión del cargo el domingo 1º de enero. No sé cuándo volveremos a vernos, pero deseo de corazón que sigas disfrutando de tus actividades de docente, escritor, investigador, padre, abuelo y buen lector. El mismo día di respuesta: Mejor noticia que la tuya no he recibido en los últimos tiempos. Te felicito y deseo una exitosa gestión que seguramente tendrás. No nos volvimos a ver.

Poco más de dos años antes, en mayo de 2020, confirmaste algo que se veía venir: Te saludo desde San Mateo Piñas, donde ahora estoy de fijo por este año. Estoy batallando con la autoridad municipal para avanzar en el trabajo de la construcción de la carretera al pueblo. Tendría que platicarte porque es largo el asunto. Transpiraba por tus poros alegría por los avances en la construcción de la carretera, obra que encabezaste y ahora comunica a San Mateo Piñas. Orgullosa, presumías al finalizar 2020: El año pasado pavimentaron 2.4 kilómetros, ahora nosotros hicimos siete. Y yo expresé: Mucha suerte en tu camino, deseo que quede muy bien pavimentado, empapado de ilusiones y transformación.

Y digo que tu paso definitivo a esas tierras se avecinaba, pues desde antes, durante algunos periodos, a veces largos, marchabas de la Ciudad de México a tierras oaxaqueñas para apoyar a tu padre en la ardua faena del cultivo del café (también lo asesoraste –y eso te enorgulleció– para que publicara su libro sobre San Mateo Piñas). Además, decidiste tu jubilación a partir de mayo de 2015. Antes, en su auxilio, ibas adonde tu padre cuando disfrutabas de vacaciones en la Dirección de Intercambio Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde tuve la suerte de conocerte allá por 1989. Y es esa la etapa a la que me voy a referir en lo sucesivo. Sé que tus compañeras y compañeros, en aquella aventura universitaria de años, te recuerdan, quieren y admiran. ¡No podría ser de otra manera! Además de luchadora social, se te rememora como incansable trabajadora universitaria y del café; como maestra entusiasta de formación sindical en la Universidad Obrera; como socióloga compañera por Acatlán; como autora de ingeniosas calaveritas; y como madre, hermana e hija amorosa, ni se diga. Jamás olvidaré las significativas palabras que invariablemente formaban parte del cuerpo de tus correos electrónicos: cuídate y recuerda, la vida es una, disfrútala. ¡Vaya, si supiste disfrutar la tuya!

Cuando murió el maestro José de Tapia y Bujalance, en mayo de 1989, yo estaba desconsolado, tenía derecho de tomar mi primer año sabático en la UNAM, y me entró un deseo tremendo de ir a España, al encuentro de lo que hubiera dejado mi amigo. Me faltaban monedas, y decidí tramitar una ayuda del gobierno de aquel país. Me personé un buen día en Intercambio Académico, área internacional, y me recibiste con una gran sonrisa, esa que te caracterizó siempre, con tus ojos brillantes, que todos los que te conocimos disfrutamos tanto.

¿Qué se le ofrece, profesor? Y te puse al tanto de mi pretensión. Me orientaste; nada mejor. Comenzamos los trámites, dilatados e inciertos, el tiempo corría, se me escapaba entre los dedos. Llegó la fecha en que debió iniciar la beca, sin obtener respuesta, y comenzó a correr el sabático; yo estaba más que desesperado, y, de repente, escuché de sopetón tu dulce sugerencia: ¿Maestro, por qué no hace lo que otros profesores para conseguir la beca? Repuse: ¿Y qué es lo que hacen? Dijo: Pues se van al extranjero y allá acaban la gestión, parece que no falla. Con ese empujón, fui a dar a España, con todo y familia, para terminar el trámite y obtuve algunas pesetas. Al regreso del viaje, pasé a saludarte, y a partir de entonces creció nuestra hermosa amistad que perdurará para siempre. Aquel proyecto de investigación, sobre los primeros tiempos de la educación Freinet española, se consolidó después de 36 años de intenso trabajo colectivo y de tu inolvidable impulso. Por eso, y por todo, nuevamente, gracias, entrañable amiga. Y sí, como lo advertiste en una Navidad, estamos en sintonía. ¡Hasta siempre, Lilia Gemma!

Con un fuerte y cariñoso abrazo para Ulises y Óscar, para doña Evita, Irasema, Norma y Alejandro.

¡Elevemos la mirada de la educación!

* Profesor en la UNAM