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Impuestos y dispuestos
H

ace ya más de 10 años me invitaron a dar una conferencia sobre la mano de obra mexicana en Estados Unidos. Me invitaban varias empresas de berries, (arándano, frambuesa, fresa, zarzamora) entre ellas las trasnacionales Driscol’s, Hortifrut y otras, que trabajaban en Jocotepec, Jalisco. Allí se producen los berries de invierno que llegan, en esa temporada, a Estados Unidos.

Curiosamente, en ese valle se hizo el último intento de colectivizar a los ejidatarios mexicanos. El proyecto húngaro (1979) y la Secretaría de Agricultura, pretendían arrasar con todas las parcelas y sembrar maíz forrajero, en todo el valle, de punta a punta. El que escribe y otros colegas, éramos los encargados de convencer a los campesinos. Tarea más que imposible, si se hacía por las buenas.

El modelo socialista no prosperó, pero sí el capitalista que se adaptó al medio, donde pueden llegar a arreglos personales diversos con los ejidatarios y pueden rentar tierra, ya no les interesa comprar. En resumen, todo el valle no está cubierto de maíz, sino de plástico blanco, para el cultivo confinado. Y allí trabajan, miles los campesinos sin tierra y los jornaleros, la mayoría de los ejidatarios viven de sus rentas.

Los empresarios de Florida me comentaban que sólo los mexicanos y guatemaltecos eran capaces de hacer esos trabajos, que habían probado diferentes maneras de mecanizar y facilitar las tareas, pero que no había funcionado. Dependían de la mano de obra migrante y estaban preocupados por las políticas de aquellos años, con respecto a la inmigración.

La mecanización de la agricultura en Estados Unidos ha sido implacable con la mano de obra, las decenas de miles que trabajaban en el algodón, el betabel, la caña y tantos otros cultivos, quedan para la historia. Pero no es el caso de las frutas y las verduras, de ahí que las grandes empresas se muden a México y estén preocupados por la falta de mano de obra en Estados Unidos.

Para los republicanos, la fórmula migratoria, para ganar elecciones, es fundamental y efectiva y tiene varios componentes: se justifica por la ilegalidad de los trabajadores, genera miedo, afecta a extranjeros, promueve un racismo encubierto y favorece al supremacismo blanco. El gobernador de Florida, en campaña para suceder a Trump, se ha distinguido por su combate a los migrantes y ahora se pavonea con su cárcel del Alcatraz, que limita con los Everglades y el pantano de caimanes. Su objetivo es llegar a la presidencia y ese es el camino; no le importa si afecta a los agricultores y al turismo, que son dos de los principales rubros de su economía.

Curiosamente, la mayoría de empresarios agrícolas y ganaderos votaron por Trump y ahora se lamentan; lo mismo que muchos latinos, cubanos, venezolanos e incluso mexicanos que ahora la ven ruda. El miedo se ha desbordado. Ahora están preocupados los que tienen visa de residencia e incluso los naturalizados. En 2024, cerca de 180 mil mexicanos recibieron la green card.

Pero opinar del tema migratorio en Estados Unidos es algo así como hablar de Israel, cualquier opinión en contra se considera un anatema. Simplemente no se puede defender a los llamados ilegales y ahora criminales. No se puede decir que la economía y la demografía requieren de mano de obra migrante. Los políticos, de toda índole y partido, se aplican la autocensura, porque las consecuencias de hablar y opinar pueden ser funestas con el electorado, aunque muchos de sus votantes requieran mano de obra.

Pero la realidad es muy distinta. Los únicos impuestos para este tipo de trabajo en la agricultura son los mexicanos y guatemaltecos. Es un trabajo manual, pero especializado, para lo cual hay que estar ¡impuesto!, mexicanismo que significa ¡estar acostumbrado a algo!, es decir, trabajar a pleno sol, devengar un magro salario y además pagar por el transporte o el raid y llevar su lunch.

Los braceros deben pagar impuestos y además estar impuestos y dispuestos a realizar ese trabajo, que suele ser temporal, depender del tipo de la cosecha, del salario a destajo y de las variables de la producción en cada año. Los agricultores también están impuestos, es decir acostumbrados, a contratar mano de obra indocumentada y barata, sin que tengan ningún tipo de sanción. Nadie plantea que esto sea una doble moral, incluso en Texas se formuló legalmente que la contratación estaba permitida, pero no el trabajo, y que éste debía ser sancionado (ver Texas Proviso).

Ahora la oreja izquierda de Trump ya no escucha a la secretaria de Agricultura que lo convenció de que había crisis en el campo y que había que parar las redadas; ahora escucha por la derecha a Stephen Miller y ordenó que se activaran las redadas en el campo.

Se ha demostrado que la frontera es muy fácil de controlar, por un lado, la Guardia Nacional mexicana, por el otro, la Patrulla Fronteriza y, aún más potente, la narrativa punitiva y criminal de Trump. Pero en tres años y medio, ¿volverá todo a la normalidad?, como sucede desde 1884, año en que el ferrocarril selló un pacto de sangre entre la mano de obra mexicana y la voracidad de los empleadores americanos.