ario Vargas Llosa nunca confundió la cortesía con la cortesanía. Por eso como invitado a un encuentro de la revista Vuelta, de Octavio Paz, transmitido por televisión, hizo la crítica más brutal y efectiva que se haya hecho al viejo sistema político mexicano estructurado por el PRI. Ése que, pese a los cambios políticos de los últimos años, se resiste a abandonarnos.
Era 1990 y el encuentro La experiencia de la libertad
se llevaba a cabo en los estudios de Televisa en San Ángel. Luego de hacer un duro recuento de las dictaduras latinoamericanas que impedían construir, por su propia naturaleza, sociedades abiertas y democráticas, Vargas Llosa dijo que el sistema político mexicano encajaba en esa tradición dictatorial con un matiz que era más bien un agravante:
Recuerdo haber pensado muchas veces sobre el caso mexicano con esta fórmula: México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la Unión Soviética. No es la Cuba de Fidel Castro, es México, porque es una dictadura de tal modo camuflada que llega a parecer lo que no es, pero que de hecho tiene, si uno le escarba, todas las características de una dictadura
.
Esa fue la nota del día, de la semana, del mes, porque las reacciones a favor y en contra se multiplicaron en los distintos medios.
Vargas Llosa tenía claro que los novelistas deberían ser los profesionales del descontento, los perturbadores conscientes de la sociedad, los rebeldes con causa, los insurrectos irredentos del mundo
. Había aprendido, como su amigo Octavio Paz, a ser impopular por razonar en la plaza pública.
En artículos periodísticos y novelas, narrador y periodista coincidieron en la crítica a la corrupción, los regímenes dictatoriales o con tentaciones autoritarias y el análisis cultural y literario. Recuerdo el balance que hizo a la obra de Alfonso Rayes en la que, en resumidas cuentas, mencionó que el autor de Ifigenia cruel había confundido la cortesía con la cortesanía.
Para él, Alfonso Reyes fue “un intelectual que se limó las uñas y los dientes, condenándose a una limitada originalidad.
“Produce cierto malestar que, en esos millares de páginas de sus obras completas, hay un respeto tan sostenido frente al poder, frente a todos los poderes, una postura cívica que jamás entra en conflicto contra el establishment, que se niega empecinadamente a admitir siquiera que el mundo está mal hecho, que los gobiernos yerran y que los que mandan delinquen. Ese conformismo soterrado no atenúa la belleza de sus textos, pero les impide volar muy alto y, sobre todo, ladrar y morder.”
El crítico literario Ilan Stavans consideró al premio Nobel un erudito que se desenvolvía con ligereza en su sabiduría, con ojos y oídos por doquier y una voz potente como de trueno
. Un escritor, un periodista que sabía ladrar y morder
.
Más de 50 novelas, ensayos, obras de teatro y su columna semanal Piedra de Toque, publicada en El País, dan cuenta de la pasión que tuvo por la ficcíon y el periodismo. Su primera obra fue la pieza de teatro La huida. Tenía 16 años y a los 18 recopiló sus cuentos en Los jefes. Siendo adolescente también se inició en el periodismo como reportero nocturno en La Crónica, un diario de Lima en el que dio cuenta de esa vida clandestina que transcurre en bares y prostíbulos. Esos ambientes lo impulsaron a escribir Conversación en La Catedral y más tarde La casa verde. Pero la obra que lo proyectó con fuerza en el mundo literario fue La ciudad y los perros, “la mejor novela de lengua española desde Don Segundo Sombra”, a decir del escritor Andrés Sorel, quien fuera responsable de la sección de Cultura del diario Liberación. La acción transcurre en la Academia Militar Leoncio Prado, a la que asistió el propio Vargas Llosa. La hipocresía, la brutalidad, la violencia y el sadismo son los principales ingredientes de la novela.
Tres ensayos notables no dejan de sorprenderme por su rigor y su facilidad de lectura: Una novela para el siglo XXI, sobre Don Quijote de la Mancha; La orgía perpetua, referente a la maestría alcanzada por Flaubert en Madame Bovary y La civilización del espectáculo, en el que nos muestra cómo la cultura se ha convertido en un mero entretenimiento y la manera en que el concepto del espectáculo banaliza la literatura y hace propicia la frivolidad política.
Como la vida siempre se equivoca, según Vargas Llosa, convendría acercarnos a sus novelas para mirar cómo las sociedades sucumben o resisten a la mano dura de la política, a la banalización de la vida, a la peste en que se convierte el poder y sacude la vida menuda, o bien cómo el erotismo o la lucha por la libertad nos permiten seguir caminando.