Opinión
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Ciudad perdida

Lapidar la verdad hasta convertirla en algo poco o nada creíble

¿L

a mentira como estrategia?, ¿Como negocio?

Sea como sea la falacia tiene, de todas todas, fecha de caducidad, muere tarde o temprano y algunas veces consigue su propósito, causar un daño a quien se le aplica.

En los tiempos que corren, el engaño es un arma política, se quiera o no. Se miente como estrategia, como negocio, pero también como la primera piedra en la construcción de un discurso que busca mantenerse como verdad única el mayor tiempo posible.

Y para que la mentira viva, es necesario alimentarla, por ejemplo, del horror. Se llega al extremo, hay que decirlo, de lapidar la verdad hasta convertirla en algo poco o nada creíble, en un rumor menor frente al horror que impacta, que se queda en la memoria como lo único real, por más que se demuestre lo contrario.

La semana antepasada concluyó con una fotografía angustiante. Este diario publicó en su primera plana la imagen de una pila de zapatos cuyos dueños, se presume, fueron muertos por la infinita crueldad de los miembros de uno de los cárteles más peligrosos del país, el de la Nueva Generación.

Se dijo entonces que los dueños de aquel cúmulo de tenis eran jóvenes que habían sido calcinados en un horno crematorio que se utilizaba en un rancho, de una hectárea de superficie en donde se les tenía secuestrados, y donde nadie metía la nariz por miedo a las represalias que pudieran ejercer sus habitantes, en contra de quienes se dieran por enterados del horror que sucedía en aquel terreno.

Junto a la monstruosidad del horno crematorio, se dijo que los cancerberos del lugar eran un león y un cocodrilo que se encargaban de impedir que cualquiera de los jóvenes que habían sido víctimas de una leva, pudieran escapar. Las declaraciones que afirmaban tal crueldad recorrieron el mundo.

No había testigos de tales cosas, el relato era de uno que, supuestamente, se habría fugado –burló al león y al cocodrilo–, y contó a los representantes de una ONG la verdad dolorosa, inquietante, sobre todo en los momentos en los que en Estados Unidos se declaraba que violar el suelo nacional, la soberanía, para acabar con los cárteles, era una opción no descartada.

No obstante, junto con las imágenes de los zapatos y de las mochilas, se mostraban otras fotografías aéreas del predio en el que no se veía ninguna construcción que se pudiera identificar como un horno crematorio y de los cuidadores feroces, nada ni rastro, pero el asunto ya estaba torcido y ahora resulta que ninguna verdad es tan grande como la mentira.

Y no sólo eso, ahora resulta que el crimen organizado secuestra jóvenes para matarlos y no para que formen parte de sus grupos de muerte. La paradoja no nos habla de un sistema de leva, que por otro lado sí existe, sino de unos enfermos mentales cuyo pasatiempo es matar jóvenes y no hacerlos militantes, esclavos del negocio del terror. No se trata, a final de cuentas de favorecer o atacar a nadie, es innegable que ahí existió, por lo menos, un campo de entrenamiento de los jóvenes, y seguramente ahí murieron algunos, pero esa verdad esta muy lejana al rumor al que se le dio crédito, pero ¿a quién favorece el manejo del horror?, eso deberíamos preguntarnos ahora.

De pasadita

Bueno, y para variar, cuando creíamos que el Congreso de la ciudad no podría ir más abajo en su labor, llega la nueva Legislatura y nos muestra que estábamos equivocados y que todavía hay camino por recorrer, hacia lo más profundo del abismo.

Así que mientras los grandes y graves problemas de esta capital se siguen sufriendo por las mayorías, la discusión se centra en el ser o ser de las corridas de toros.

Que no se malinterprete y se lancen por eso los argumentos a favor de prohibir este tipo de eventos y se nos tache de insensibles, pero hay problemas tan graves como la crítica situación del Metro que no se ha podido solucionar y nuestra discusión se centra en lo bueno o malo de ese espectáculo al que asisten cada vez menos personas, por malo y porque a nadie le importan.