no de los recintos museísticos más pequeños y selectos de la Ciudad de México es el que alberga el Museo Mural Diego Rivera. Se construyó para mostrar el monumental fresco Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, que pintó Rivera en 1947 para el salón Versalles del Hotel del Prado.
Durante el temblor de 1985, el edificio sufrió severos daños, por lo que se acordó trasladar el fresco y construirle un recinto especial, que diseñó el talentoso arquitecto José Luis Benlliure. Así nació el museo mural en 1986, junto a la Plaza de la Solidaridad, que ocupa el predio adjunto a la Alameda Central, donde estuvo el Hotel Regis que se cayó por el sismo.
En el colorido mural en el que aparecen 150 personajes, el artista nos hace partícipes de los recuerdos de su infancia y juventud a través de personas cercanas como sus hijas y Frida Kahlo; paralelamente, aborda la historia de México representada por algunos de sus protagonistas más significativos y tipos populares.
Entre los 47 personajes identificados figuran, entre otros, Sor Juana Inés de la Cruz, Hernán Cortés, José Guadalupe Posada, Porfirio Díaz, Fray Juan de Zumárraga, el virrey Luis de Velasco –quien ordenó construir la Alameda en 1592–, Antonio López de Santa Anna, Benito Juárez, Ignacio Manuel Altamirano, así como Maximiliano y Carlota de Habsburgo.
La obra fue objeto de un gran escándalo, ya que al develarse se descubrió que uno de los personajes, Ignacio Ramírez, conocido como El Nigromante, sostenía una hoja que decía Dios no existe
. Hubo manifestaciones públicas, agredieron el mural que tuvo que ser cubierto, hasta que Diego aceptó cambiar la frase a: Academia de Letrán 1836
, que fue donde Ramírez pronunció la lapidaria frase en su discurso de ingreso a dicha institución.
El recinto tiene lugar para exposiciones temporales y ahora muestra Sobre los huesos de Cuauhtémoc y de Hernán Cortés: Diego Rivera y el gran debate sobre la mexicanidad. Muy oportuna este año que se cumplen 500 de la trágica muerte del joven tlatoani que encabezó con bravura y entrega la defensa de México Tenochtitlan.
Quedó prisionero de Cortés, quien le quemó los pies para que confesara –sin éxito– dónde estaba el tesoro de Moctezuma, después se lo llevó a una expedición a Honduras, donde argumentando que tramaba una conspiración en su contra, ordenó su asesinato ahorcándolo en un árbol de pochote el 28 de febrero de 1525.
La muestra, curada por Luis Rius Caso, aborda el debate, análisis y las reflexiones sobre el pasado, el presente y el futuro de la mexicanidad. Dicho proceso, que ha estado siempre constante en nuestra historia, tuvo un momento particularmente intenso a mediados del siglo XX con los descubrimientos de los restos óseos de Hernán Cortés, en 1946, y de Cuauhtémoc, en 1949.
La de Diego Rivera es figura central de la muestra, ya que dedicó gran parte de su obra a promover visiones proindigenistas y a rescatar la herencia cultural prehispánica. En 1949, Rivera fue invitado a Ixcateopan, Guerrero, para participar en el análisis de los restos atribuidos al último tlatoani mexica. A lo largo del proceso, realizó bocetos y reflexiones que buscaron reconstruir la forma física y simbólica de Cuauhtémoc, conjuntando lo histórico con lo artístico.
Integran la exposición un centenar de piezas: pintura, documentos, obra gráfica, publicaciones, dibujos e impresos, entre otros. Aborda seis ejes temáticos: el antigachupinismo de Diego Rivera y la herencia de los liberales radicales del siglo XIX; sobre los huesos de Cuauhtémoc y Hernán Cortés; la Conquista, interpretaciones de la primera mitad del siglo XX hasta los años 70; en torno al mestizaje de mediados del siglo XX; los diseños, los almanaques y la publicidad, y visiones contemporáneas de la Conquista y el mestizaje.
Participan colecciones de la Sala de Arte Público Siqueiros-La Tallera, Colección Banco Nacional de México, Museo Nacional de San Carlos, Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, Museo Soumaya y Museo Kaluz, entre otras colecciones particulares.
Tras la visita, acudimos a la vuelta, a Barrio Alameda, en doctor Mora 9, donde elegimos para comer, entre sus diversas opciones, el restaurante Cancino, que tiene buenas pastas y pizzas. El postre fue en un pequeño local del interior del hermoso edificio, extraordinariamente restaurado, en el que ofrecen las famosa marquesitas yucatecas.