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No hay otra tierra
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▲ Fotograma de la cinta No Other Land
C

rimen sin castigo. ¿No tienen vergüenza? ¿No tienen temor de Dios? La pregunta, formulada por una mujer desesperada e indefensa en un territorio palestino ocupado por el ejército israelí, no tiene el menor eco de compasión o empatía por parte del soldado que la escucha impasible. Imposible que sea de otra manera. El despojo impune de tierras ajenas se ha vuelto una situación cotidiana en la estrategia de limpieza étnica que el Estado de Israel ejecuta con un agravante inesperado: el renovado apoyo y la legitimación providencial de ese abuso por parte del gobierno actual estadunidense. Como una muestra elocuente de lo que implica ese propósito de saneamiento étnico –hoy ya desembozado– un cuarteto de realizadores palestinos e israelíes presentan en el documental No hay otra tierra ( No Other Land, 2024) el caso específico de una comunidad palestina, Massafer Yatta, situada en Cisjordania y compuesta por una población de poco más de mil habitantes, que en 2022 tuvo que soportar la demolición de sus hogares y sus escuelas en cumplimiento de una resolución oficial que ordenaba que dicho territorio se convirtiera en zona de entrenamiento para el ejército de ocupación ilegal.

Uno de los realizadores de No hay otra tierra, el videoasta amateur palestino Basel Adra, ha vivido la realidad del despojo territorial a lo largo de sus 28 años de vida. También el temor incesante por las intimidaciones y agresiones de colonos israelíes deseosos de beneficiarse de dicho abuso con el apoyo físico e incondicional del ejército. Esta presión cotidiana es la que Basel procura hacer entender cabalmente a su amigo, el periodista israelí Yuval Abraham, de edad y físico parecidos a los suyos, de cuya empatía solidaria no tiene sin embargo la menor duda. El resto del círculo palestino cercano a Basel acepta a Yuval con cierta reticencia inicial. ¿Qué grado de empatía real puede expresar quien pudiera ser pariente o amigo de los ocupantes agresores?, se preguntan los más escépticos. Y, sin embargo, el trabajo testimonial conjunto de los dos amigos prosigue sin dificultades, mostrando, entre otras cosas, que la misión de administrar los territorios ocupados, prescindiendo de su población original, data de mucho antes de aquel fatídico 7 de octubre, día de la masacre de cien-tos de israelíes inermes por la organi-zación asesina de Hamas. Intentar justificar el horror del crimen genocida que siguió, y que hasta hoy se mantiene como una represalia de dimensiones bíblicas al condenable atentado terrorista, se ha convertido ya en una retórica falaz y peligrosa de la que no participa de modo alguno el documental honesto y sobrio cuya filmación comienza en 2019 y concluye en 2023, poco después de la masacre antisraelí.

Lo que aquí se documenta, además de los testimonios desgarradores de los agraviados (una madre obligada a mantener en una cueva insalubre el cuerpo herido de su hijo o la protesta por un hombre palestino ejecutado a sangre fría con un disparo de rifle por un colono protegido por los soldados), es la labor metódica y fría de quienes dirigen la demolición con bulldozer de las viviendas miserables, el recubrimiento criminal de un pozo de agua, los cortes de suministro eléctrico; en definitiva, la voluntad de orillar a hombres, mujeres y niños a la escasez total de servicios, al arrinconamiento en la desesperanza y a la obligación de abandonar voluntariamente, por desgaste físico y emocional, el territorio propio y de sus ancestros. Para los espectadores de la nueva era Trump, la realidad aquí retratada es una advertencia funesta de una ignominia mayor por venir, avalada de manera hipócrita por las potencias occidentales. No sorprende así la agria polémica que No hay otra tierra desató en la Berlinale del año pasado, donde finalmente conquistó el premio al mejor documental del año. Para desazón de sus detractores ideológicos, la cinta está también nominada al Oscar este año en la misma categoría. ¡Enhorabuena!

Se exhibe en la sala 4 de la Cineteca Nacional Xoco a las 18:45 horas, y en salas de Cinemex y Cinépolis.