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Disquero
Robert Smith, el ciclo de la vida
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▲ Robert Smith y el bajista Simon Gallup durante un concierto en 2013.Foto Afp
 
Periódico La Jornada
Sábado 16 de noviembre de 2024, p. a12

En la música del grupo británico The Cure habitan los elementos que todo melómano anhela: universos paralelos, elaboraciones armónicas exquisitas, diferentes planos en los que el oído puede elegir dónde solazarse instantáneamente para pasar a la siguiente estación del placer en el laberinto.

Laberíntica, densa, impredecible, asombrosa, la música que concibe en su mente el compositor Robert Smith es un sistema planetario cuyos confines están siempre por descubrirse.

Su nuevo disco, Songs of a Lost World, es una obra maestra con todas las de la ley. Existen todos los argumentos para comprobar que se trata del mejor disco de The Cure, aún mejor que el ya legendario Disintegration. Su densidad es tan palpable que imaginamos, al escucharlo, estar frente a un gran óleo pintado con gruesas plastas de pintura donde todas las capas se curvan, se encima, se deslizan.

Este álbum es un parteaguas tan claramente definido que presenciar el concierto de tres horas que ofrecieron el primer día de noviembre en el Troxy de Londres nos presenta a un grupo que ha evolucionado su lenguaje hasta niveles de maestría, prestidigitación y magia.

El elemento más ostensible de este nuevo The Cure es precisamente la densidad de su sonido, tan suyo desde que hace 48 años lo creara Robert Smith con el nombre de Easy Cure y lo llevara a la cima del Everest a finales de los años 80 y principios de los 90 con un repertorio que constituye la educación sentimental de varias generaciones.

El nuevo rumbo que ha definido Robert Smith es la cualidad sinfónica de sus composiciones, evidente desde el mero inicio de su nuevo disco, que hoy nos ocupa.

Cumbres borrascosas formadas por una masa neblinosa de sonidos electrónicos que se tienden como el vaho del dragón incendiando el bosque sin quemarlo, solamente abrasarlo, convertirlo en brasa, no en pira. Una incandescencia que nos inunda la piel entera y nos arropará a lo largo de las ocho composiciones que nos envuelven en este disco concebido como una unidad: termina como inicia, inicia como termina, y en medio hierven melodías entremezcladas, sugeridas, esbozadas apenas y desarrollándose de manera idéntica a como Richard Wagner elaboró sus sistemas de melodía infinita, leitmotiv e incandescencia preñada de poesía que recorre las venas de todo el álbum.

Las tinieblas de los sonidos vaporosos que salen de los teclados de Roger O’Donnell son enseguida estremecidas por el tum tum tam tam scrachs pum krash de la bataca enhiesta de Jason Cooper, un príncipe de los tambores.

La hechicería venida de esos tambores suena submarina, tremebunda, volcánica y edénica, todo al mismo tiempo mientras se desenreda una boa desde el bajo inmarcesible del gran Simon Gallup, arropado por discretas armonías en la guitarra de otra leyenda: Reeves Gabrels. Todo está listo porque en las teclas se declama la ternura característica de Robert Smith con sus melodías que suenan a canción de cuna. He ahí que identificamos el estilo inconfundible de Da quiur, Dequiur, the CURE, The Cure en melopeas que mezclan cuentos de hadas con sueños infantiles con versos de Edgar Allan Poe.

Pero, insisto, lo nuevo, lo magnánimo, lo emergente es esta vocación de poema sinfónico que vuelca sobre el oído el Vals Mefisto de Liszt y lo licúa con el Tristán de Wagner y todo va a estallar y rebota en un óleo de Monet. Murmullos en el bosque. Impresionismo, sí. Sorpresa.

El gran telón se ha abierto en la garganta de Robert Smith, donde nace la poesía:

This is the end of every song that we
sing
The fire burned out to ash and the
stars dim with tears
Cold and afraid, the ghosts of all that
we’ve been

We toast with bitter dreg, to our
emptiness

Esta es la última canción que cantaremos porque el fuego se ha vuelto ceniza y las estrellas se cubren de lágrimas oscuras y temblorosos los fantasmas de todo lo que hemos sido brindan con escoria amarga a la salud de nuestro vacío.

He aquí al poeta Robert Smith al cobijo de un poeta que ha dado a luz muchas obras maestras desde que él, Ernest Dowson, se consumió en la pira de su pasión cuando se enamoró de una mujer que nunca alcanzó y en sus intentos escribió los mejores poemas que han trascendido desde la oscuridad de lo innombrable para dar brillo a lo que ya de por sí ilumina, y hacerlo más asombroso aún. Así es la música de Robert Smith.

Ese escritor, Ernest Dowson (1867-1900) y su poema de bello y largo título: Non Sum Qualis eram Bonae Sub Regno Cynarae han visto nacer muchos mitos y leyendas, como la novela de Margaret Mitchell, Gone with the Wind, inspirada en esta estrofa:

I have forgot much, Cynara! gone with
the wind
Flug roses, roses throng riotously
dancing

To put the pale, lost lillies out of mind

El poema que inspiró el nuevo disco de Robert Smith se llama Dregs y ahí canta su autor, Ernest Dowson:

The fire is out, and spent the warmth
thereof,
(this is the end of every song man
sings!)

For the dropped curtain and the
closing gate:
This is the end of all the songs man

sings

Cantor del pesimismo de la era victoriana, Ernest Dowson convirtió en metáfora la intensidad del formato canción para hablar de la impermanencia, la vacuidad, lo insatisfactorio, que son los ejes del dharma y los vectores que alumbran el nuevo disco de Robert Smith, cuyas ocho canciones son las veces en que muere y renace con el pálpito de la esperanza.

De manera semejante a como Gustav Mahler en su momento se dejó guiar por esos mismos vectores, Robert Smith recoge en su nueva obra las pérdidas recientes de su madre, su padre y su hermano, que dejaron lastimaduras hondas en su ser.

Por eso en la pieza seis: I Can Never Say Goodbye, canta:

From out the cruel and treacherous
night
Something wicked this way comes

To steal away my brother’s life

Lo cual ha conducido a un error de interpretación apresurada, pues el verso Something wicked this way comes pertenece a William Shakespeare, quien lo pone en labios de la segunda de las tres brujas que increpan a Macbeth en la escena uno del acto cuarto de esa obra, Macbeth, pero muchos creen que Smith se refiere al título de la novela de Ray Bradbury, traducida como La feria de las tinieblas.

Lo cierto es que el poeta Robert Smith transpira tranquilidad semejante a la que refleja en estos versos de su pieza And Nothing is Forever, segunda en su nuevo disco:

As the memory of the first time
In the stillness of a teardrop

En la siguiente, A Fragile Thing, define:

Nothing you can do but sing, this love
is a fragile thing
This love is my everything
But nothing you can do to change the
end

Es cuando el nuevo álbum de The Cure alcanza su clímax, su densidad máxima, inmensas masas de sonido danzan, se enredan, se desenvuelven, se vuelven a ayuntar, se untan se pliegan se despliegan se mecen en compases de canción de cuna, se vuelven auroras boreales cuya densidad permite tocarlas, palparlas, colocarlas entre nuestros brazos mientras el oído se solaza en el zumbido del bajo en el crepitar de los teclados en el coro de guitarras en la magia que hace nacer Robert Smith de su hermosísimo instrumento mientras la bataca acelera la intensidad, el frenesí, el instante en el que el fuego interior proporciona al escucha un estado de euforia espléndido, un placer magnánimo, un estado de gracia, una serie de prodigios que hacen del grupo The Cure uno de los favoritos de la gran melomanía, esa que se solaza en colocar el oído fino, oído de experto en algún instrumento, en algún momento determinado, para hacerlo chocar en el espacio sideral con los demás y proporcionar un placer extremo, todo en medio del milagro de la poesía, cuya culminación en el nuevo disco de Robert Smith ocurre en la pieza ocho: Ending Song, donde nuevamente la metáfora del formato canción con el ciclo de la vida se cumple, para la eternidad:

Left alone with nothing, nothing
Nothing
Nothing
Nothing

De manera semejante a como Gustav Mahler concluye su Canción de la Tierra con el vocablo alemán correspondiente a eternamente (ibig… ibig…):

Ewig…
Ewig

Y es así como el nuevo disco de The Cure termina como comienza y comienza como termina: en el ciclo de la vida, en el renacer. En la esperanza.

@PabloEspinosaB

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