Opinión
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Falsificadores de la historia: el Nobel de Economía
E

n una coyuntura en que en EU se recrudece el discurso contra México, que en juicios escandalosos se condena a criminales mexicanos para reforzar ese argumento (sin importar que el principal de esos criminales durante seis años fue premiado, apapachado y encumbrado por Washington, donde al parecer no hay capos ni corruptos), en una coyuntura en que los poderes mundiales levantan barreras armadas y de odio contra los migrantes de los países pobres, en esta coyuntura no me extraña que se otorgue el Premio Nobel de Economía a los autores de un panfleto que reafirma esas posiciones y pretende atribuir la pobreza de los países pobres sólo a las decisiones políticas: Por qué fracasan los países, de Acemoglu y Robinson.

Este libro trata de las enormes diferencias en ingresos y nivel de vida que separan a los países ricos del mundo, como EU, Gran Bretaña y Alemania, de los pobres, como los de África subsahariana, América Central y el sur de Asia, dice el primer párrafo. Más adelante amplían: El objetivo de nuestro libro es explicar la desigualdad mundial, misma que miden con los parámetros de la riqueza económica: “la mayor parte de Europa occidental y EU… los asentamientos de colonos británicos de Canadá, Australia y Nueva Zelanda… y Japón, Singapur y Corea del Sur… Taiwán y más adelante China” (p. 63).

¿Por qué esos países son ricos y la mayoría de los otros han fracasado? La riqueza de las naciones depende de la existencia de instituciones políticas que estimulen el desarrollo, la competencia, etcétera. ¿Por qué Egipto –ejemplo de los autores en el prefacio– o Corea del Norte, Sierra Leona o Zimbabue son pobres y Gran Bretaña y Estados Unidos se hicieron ricos? Fácil: porque yanquis y británicos “derrocaron a las élites que controlaban el poder y crearon una sociedad en que los derechos políticos estaban mucho más repartidos (sic por los esclavos y los migrantes que hicieron EU, sic por el sistema abiertamente antidemocrático del siglo XIX británico), en la que los gobiernos debían rendir cuentas (sic por el complejo militar-industrial)… y en las que la gran mayoría (sic) de la población podía aprovechar las oportunidades económicas (sic que no quiere citar La situación de la clase obrera en Inglaterra, el clásico libro de 1845, por comunista). Mostraremos que, para comprender por qué existe esta desigualdad en el mundo, tenemos que hurgar en el pasado y estudiar las dinámicas históricas de las sociedades”.

Así, eliminan cualquier razón ligada al acceso a los recursos claves que permitieron a unos países desarrollar el sistema capitalista y colonialista a partir del siglo XVI e industrializarse en los inicios del siglo XIX, y casi eliminan por completo toda mención al imperialismo y el colonialismo, para reducir las razones de la pobreza a cuestiones políticas internas, a las instituciones. La historia, dicen. Además de eliminar la geografía his­tórica y la historia económica, su análisis de la historia política es burdo y elemental: es pasmosa la repetición de obviedades y lugares comunes salpicadas de echaleganismo neoliberal y, sobre todo, de descarada manipulación –falsificación incluso– de la historia.

Se repiten pasmosos ejemplos de esa descarada manipulación de la historia: así, a la agonía de Congo le dedican cinco páginas, de las que sólo medio párrafo al dominio belga que reprodujo el modelo de instituciones extractivas y absolutismo político previos. Por supuesto, no se menciona a Patrice Lumumba ni el dato anecdótico de que lo mandó matar la CIA. Y concluyen que Congo “continúa siendo pobre porque sus ciudadanos todavía carecen de las instituciones económicas que crean los incentivos básicos para que una sociedad sea próspera. No es la situación geográfica, ni la cultura, ni…” el imperialismo, que a fin de cuentas, sólo son cuatro renglones en esa historia.

Cuando pretenden comparar la cuenca del Misisipi con Perú, se les ocurre que la agricultura pudo haberse desarrollado en ambas regiones… echando por la borda todo lo que han descubierto arqueólogos, biólogos y otros científicos que hacen historia, sobre las razones del origen de la agricultura en ríos de aluvión, como el Tigris, el Nilo, el Indo o el Yang-Tse-kiang, o cuencas lacustres como las de Mesoamérica y Perú, y no en torno a los ríos que cruzan planicies y llanuras de tierras duras. Esos ríos, por el contrario, fueron condición para el surgimiento y consolidación del capitalismo: Rin, Po, Loira, Danubio, Támesis, Sena… y más adelante los ríos de Ucrania-Rusia y el Misisipi, la mayor cuenca agrícola del mundo (a mucho menor escala, es el caso del Lerma, en México), cuando el arado de hierro de dos aguas permitió abrir extensísimas tierras a la producción de cereal. Pero, claro, la geografía y los recursos no importan: sólo las instituciones.

Ahora, el ejemplo usado de punto de partida para ilustrar y respaldar sus teorías es México, y ahí sí podemos mostrar la enciclopédica ignorancia y la manipulación interesada de la historia de estos laureados académicos. Con ese tema nos vemos de hoy en 15 días.