Ejemplo de civilidad // Adolfo Ruiz Cortines recibió sólo a los estudiantes // ¿Perdimos o ganamos? // Entre contentos e inconformes
i les digo que tengo más de 70 años de estar presente en las más tumultuarias manifestaciones realizadas en el Zócalo de nuestra ciudad, ustedes, con todo derecho, pensarán que la exageración es lo mío o ¿a qué hora estudiaba o trabajaba? Pero antes de eso les pido recordar: los adictos somos capaces de todo lo imposible. Como deseo hablar de las tres últimas reuniones: el Grito del 15 de septiembre, la despedida del presidente López Obrador y la toma (popular) de posesión de la presidenta Sheinbaum, debo concretarme a hacer tan sólo un pie de grabado de cada uno de esos octogenarios (1958/2024) mítines, si es que quiero tiempo para referirme a los tres últimos, y mencionar una palpable diferencia entre los ánimos prevalecientes en cada una de estas exteriorizaciones de la manera de pensar y de los participantes.
Eran los finales del mes de agosto, faltaban unos cuantos días para el último Informe del presidente Ruiz Cortines, cuando en la Facultad de Derecho se inició una protesta en contra del aumento al costo del pasaje a Ciudad Universitaria y el regreso a diferentes sitios de la ciudad. Lo que empezó como simple protesta a las 8 pm y la intención de declarar una huelga general, si no teníamos respuesta favorable, terminó a las 6 de la mañana con la decisión de cerrar CU, secuestrar todos los camiones, lograr para los choferes y trabajadores de los talleres, propiedad de los concesionarios una relación de trabajo dentro de la normatividad legal y, ya entrados en gastos, la derogación de los delitos tipificados en los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal, conocidos como disolución social. Esa semana fue de intensa actividad proselitista con el objetivo de incorporar a la bronca a las demás escuelas y facultades y, de manera imprescindible, a las solidarias y entronas preparatorias. También hicimos intenso trabajo en territorio, como se le dice ahora a la definitiva y obvia actividad de hablar directamente con el pueblo de a pie: transporte público, mercados, iglesias, cines, parques, vía pública y las delegaciones fabriles como Azcapotzalco, en donde a la hora de entrada y salida teníamos auditorio proclive a nuestros mensajes. Por todo lo anterior, nuestra concentración fue impresionante: algunos periódicos dijeron que nunca se había reunido tanta gente en el Zócalo, desde la entrada de Madero a la capital. Algo habrá sido cierto porque por medio de los intermediarios del rector Nabor Carrillo, se nos dio la noticia de que el secretario particular del Presidente, el licenciado Benito Coquet, recibiría a una comisión de los congregados, con la condición de que fueran sólo estudiantes. Definir a los miembros de la comisión nos costó más trabajo que juntar a los miles que llenaban la superficie de la plaza.
Debo reconocer que la entrada a Palacio Nacional me produjo una emoción que me desbordaba y, seguramente, a los demás también. El licenciado Coquet nos dio un saludo generalizado, y fue al grano: el señor Presidente aceptaba recibirnos, pese a la forma de solicitar la entrevista porque pensaba que los jóvenes tenían todo el derecho a ser oídos no solamente sobre sus propios problemas, sino de todos los que afectan a la ciudadanía en general. Y pese también a no guardar las normas mínimas de respeto para quien la mayoría de los mexicanos había elegido como su máxima autoridad. Ustedes como universitarios saben que ser mandatario no es aquel que manda, sino el que obedece el mandato, por eso el señor Presidente los recibirá el próximo sábado a las 11 de la mañana en la residencia de Los Pinos. Lleven por escrito su pliego petitorio y les aclaro que la comisión debe estar integrada exclusivamente por estudiantes. Cortés, pero frío, nos despidió agregando: informen de esta cita a la gente para que liberen ya la plaza y se retiren en paz. A nadie saludó de mano, mientras el personal del Estado Mayor nos acompañó a la salida y atestiguó nuestro unánime desconcierto: ¿perdimos o ganamos? Cuando con versiones no del todo semejantes dimos al inmenso auditorio las ansiadas noticias, de nueva cuenta se dio el desconcierto: había quienes manifestaban contento y aplaudían, mientras otros se inconformaban y aún nos tachaban de débiles y timoratos. La bronca interna no pasó a mayores, pues ni nos habíamos comprometido a nada, ni habíamos firmado ningún documento. Ustedes –dije yo, siguiendo al clásico– son los mandantes, los que mandan; nosotros, los mandatarios, los que ejecutan el mandato. (Aplausos). Nos citamos el sábado a mediodía, para que al salir de Los Pinos, rindiéramos cuentas en ese mismo lugar. Así lo haremos con ustedes el lunes 28.
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