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La Nobel y la fragilidad humana
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uando esos miserables cadáveres yacían en la sala de espera de la terminal de autobuses, desparramados frente a la estación de tren; cuando los soldados se abalanzaron sobre los transeúntes, los golpearon, los desnudaron en ropa interior y los metieron en un camión; cuando incluso los jóvenes que se habían quedado en casa en silencio fueron descubiertos y arrestados; cuando se bloquearon los caminos hacia la ciudad y se cortaron las líneas telefónicas; cuando se dispararon proyectiles reales contra multitudes que protestaban sin más arma que sus cuerpos desnudos; cuando la carretera principal se llenó de 100 cadáveres en el espacio de 20 minutos; cuando el rumor de que toda la ciudad sería masacrada sembró el terror en la población; cuando los civiles se reunieron en grupos de dos y de tres para defender el puente y la escuela primaria local, armados con los rifles anticuados que habían encontrado en el campo de entrenamiento de las reservas del ejército; cuando se instauró el autogobierno civil en la Oficina Provincial, después de que la autoridad del gobierno central se filtrara como un reflujo. Mientras todo esto sucedía, yo estaba ocupado viajando en autobús en Suyuri. Cuando volví a casa y abrí la puerta principal, me incliné para recoger la edición nocturna del periódico... leí el artículo principal: ‘Gwangju en estado de anarquía’.”

Eso dice uno de los protagonistas de Actos humanos, de la premio Nobel Han Kang, nacida y criada en esa ciudad que se ha convertido, por la masacre perpetrada allí, en símbolo de la lucha de los sudcoreanos contra los regímenes autoritarios y por la democracia.

Construida a varias voces como La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, la novelista narra, a partir de pequeñas historias personales, la carnicería perpetrada entre el 18 y el 27 de mayo de 1980, cuando la ciudadanía se levantó contra la dictadura de Chun Doo-hwan.

Los capítulos dan cuenta de los personajes principales que son la arquitectura del libro: El Chico, El Amigo del Chico, El Editor, El Prisionero, La Chica de la Fábrica, La Mamá del Chico y El Escritor. Pero si las imágenes de la masacre son brutales, lo dicho por sus personajes es como una flecha cargada de significados: ¿Es posible atestiguar el hecho de que una regla de madera de 30 centímetros sea introducida repetidamente en mi vagina, hasta la pared trasera de mi útero? ¿A la culata de un rifle golpeando mi cuello uterino? ¿Es posible atestiguar que acabé con una aversión patológica al contacto físico, especialmente con los hombres? ¿Es posible dar testimonio del hecho de que terminé despreciando mi propio cuerpo, la sustancia física de mí misma? ¿Qué destruí intencionalmente cualquier calidez, cualquier afecto cuya intensidad fuera más de lo que podía soportar?

Además de partir de su experiencia personal, la novelista revisó archivos como el del Instituto de Historia Coreana Moderna Pale Green, Gwangju, Women y documentales, obras de teatro y testimonios directos de distintas personas. Pero, pese a su minuciosa investigación de los hechos, sabe que dar cuenta de la vida es tarea imposible, empezando por el uso del lenguaje mismo. Éste, comentó a Lucía Taboada, de Vanity Fair, es como una flecha que nunca da en el blanco, pero lo necesitamos, porque nos conecta a los demás. Y vaya que se conecta con sus lectores de manera intensa.

En otra de sus novelas, La vegetariana, el lenguaje le permite construir atmósferas realmente complejas, como la que marca la pauta al inicio de la historia: Antes de que mi mujer se hiciera vegetariana, nunca pensé que fuera una persona especial. Para ser franco, ni siquiera me atrajo cuando la vi por primera vez. No era ni muy alta ni muy baja, llevaba una melena ni larga ni corta, tenía la piel seca y amarillenta, sus ojos eran pequeños, los pómulos algo prominentes y vestía ropas sin color, como si tuviera miedo de verse demasiado personal.

Al escribir La vegetariana, Han Kang dudaba sobre las posibilidades de la violencia humana y la imposibilidad de la inocencia, pero terminó dudando sobre la humanidad.

Ni siquiera mi pequeño pene, que era la causa de un secreto complejo de inferioridad, me preocupaban lo más mínimo cuando estaba con ella, y dice más adelante el esposo de Yeonghye: fue natural que eligiera casarme con ella, que tenía el aspecto de ser la mujer más corriente del mundo. De hecho, jamás he podido sentirme cómodo con las mujeres bonitas, inteligentes, sensuales o provenientes de familias adineradas.

El rechazo a la ingesta de carne de la protagonista y a su propio cuerpo no impiden erradicar la violencia de su entorno. Ni siquiera su hermana, que consume carne y tiene una familia diferente, puede evitarla. Para una y otra, el tiempo es un torrente ecuánime hasta la crueldad, que se lleva en sus aguas la vida de ambas.

Para Han Kang, la escritura es una forma de vida, por eso acepta el Nobel, pero se niega a festejarlo: Con la guerra intensificándose y gente siendo llevada muerta todos los días, ¿cómo podemos tener una celebración o una conferencia de prensa? Y sí, la fragilidad humana es su materia, la sustancia de la que estamos hechos.