osas de la vida. Aquella mañana del 13 de octubre de 1955, a las 7 horas, encontrándome de guardia en el Heroico Colegio Militar de Popotla, sonó el teléfono y una voz dijo: Hablo de La Herradura, acaba de morir mi general Ávila Camacho
. El interlocutor no dio lugar a más. Colgó.
En esos tiempos no se conocían las bromas por teléfono, así que quedé pasmado. Me comuniqué a la comandancia del Cuerpo de Cadetes y pasé la insólita novedad. Se trataba del ex presidente. Así empezó esa rara experiencia, que seguramente tuvo también otros caminos.
El reinicio de tal experiencia se dio al otro día, cuando a una treintena de cadetes nos embarcaron en camiones que nos llevaron hasta lo que ya se identificaba como Avenida del Conscripto. Al llegar al final de la avenida empezó una bajada por un camino de tierra hasta el final de la pendiente.
Dimos con una rústica puerta de madera y alambre de púas. En la parte superior había un maltrecho tablón con un letrero que decía Rancho la Herradura
. Era la enorme posesión del ex presidente que junto con el Hipódromo de las Américas y el Club de Golf Chapultepec había sido propiedad de la nación, y que fueron entregados por el propio presidente al hipódromo y al club mediante tramposas concesiones ad eternum.
Fue hasta llegados a la residencia cuando nos enteramos de la causa, abríamos que rendir honores militares al difunto en el momento de su sepultura en el propio jardín. La decisión llamó la atención, pues era conocido el acendrado catolicismo de la pareja y el jardín no era tierra consagrada.
Ahí permanecieron los restos del difunto hasta la muerte de la señora Soledad, el 28 de agosto de 1996, cuando los restos de ambas personas fueron llevados al Panteón Francés.
En la cima de la colina estaba la formidable mansión del estilo de las grandes residencias del sur esclavista de EU, recuérdese la clásica película Lo que el viento se llevó. Sólo ella ocupaba una enorme superficie ajardinada de aproximadamente 50 mil metros, y unos 2 mil metros de construcción por cada planta, siendo dos.
A la muerte del general los enormes terrenos integrantes del rancho mágicamente se convirtieron en propiedad privada, se fraccionaron y se enajenaron. La mansión quedó en el corazón del desarrollo urbano. ¿Hubo usufructo?, sin duda. ¿Para quién?, no hay noticia, pero en su facilitación necesariamente participaron autoridades municipales, estatales y federales en este negocio de magnitudes incalculables.
No termina ahí la historia, antes habría que describir que durante los años en que los Ávila Camacho la habitaron se dio a la residencia un uso contradictorio al espíritu modesto y sencillo del presidente. La señora gustaba de lucir emperifollada. Se convirtió en un visitado sitio de reuniones de grandes personajes políticos y de la farándula local e internacional, como Rita Hayworth. En una palabra: frivolidad.
A la muerte de doña Soledad los deudos entregaron la propiedad formalmente al general Riviello Bazán, secretario de le Defensa Nacional, informándole que había sido instrucción de doña Soledad, diciendo: regrésenla al Ejército. La residencia se entregó en términos absolutos, esto es, continente y contenido.
Éste era sorprendentemente lujoso y de buen gusto, sería razonable que hubiera habido una asesoría para tan espléndida selección. Abundaba obra de pincel nacional y extranjero, pero sobresalían los Siqueiros y Rivera, así como grandes cuadros con escenas de la guerra franco-prusiana. Enormes candiles, soberbias alfombras y mobiliario francés. Todo sorprendentemente contradictorio, como se dijo, con el espíritu beato de ese matrimonio.
Riviello Bazán dio cuenta del hecho al presidente Salinas de Gortari, quien le ordenó entregar la propiedad al Estado Mayor Presidencial mediante un inventario y acta.
El uso de la casa no dio lugar a ninguna referencia relevante hasta los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, en el que, sí hubo usos disipados por Calderón, Camilo Muriño y contertulios y las rumbosas expediciones de Enrique Peña Nieto y sus 40.
Hay muchas leyendas callejeras sobre usos extremos de la casa, la mayoría son fabulaciones, la verdad es que permaneció fantasmalmente deshabitada por largo tiempo.
Coincidiendo con el dramatismo del relato se desprenden conclusiones lamentables. Unas parecerán ingenuas por todo lo que con los años hemos atestiguado, pero al analizarlas resultan terribles.
Nos preguntaríamos si El Presidente Caballero –así le decían– podía disponer impunemente de cerros y caudales propiedad de la nación, usarlos y regalarlos displicentemente.
Si fuera cierto, entonces Miguel Alemán, secretario de Gobernación de mi general, no implantó la corrupción, nada más la adoptó y luego llegó más descomposición con López Mateos y luego, y luego y… luego.
Entonces, ¿es natural y, por ende, legítima esa vocación ladrona en el servidor público?