Viernes 4 de octubre de 2024, p. 6
El óleo La joven de la perla, pintado por el neerlandés Johannes Vermeer de Delft entre 1665 y 1667, es un ejemplo de las obras de arte que trascienden con el tiempo y se vuelven más famosas que sus autores.
Actualmente se encuentra en la Galería Real de Pinturas de Mauritshuis, en La Haya, y ha resultado enigmático para el público contemporáneo, ya que ha levantado más preguntas que respuestas. Sus ojos inquietos, incluso retadores, captan de inmediato la atención del espectador, que en seguida se dirige a su boca; después, a la perla que lleva como arete en el lóbulo izquierdo, para descansar de nuevo en los ojos, antes de reiniciar este juego de pimpón visual.
Estudios recientes sobre Vermeer apuntan a que la imagen era un tronie, que significa rostro o cabeza en neerlandés, nombre que se daba en Holanda en el siglo XVII a las efigies peculiares o expresivas, de uso decorativo, que no tenían intención de ser un retrato identificable. En muchos casos los pintores los realizaban para demostrar su manejo del oficio. Además, se desconoce quién es la modelo.
Durante dos siglos, el cuadro La joven de la perla estuvo desaparecido, hasta que apareció en una subasta en La Haya en 1881 y fue adquirido por el coleccionista Andrés des Tombe, oficial de la armada holandesa. Al morir éste el lienzo fue donado al museo de Mauritshuis.
Tal vez uno de los puntos más inquietantes de la pintura es el pendiente lucido. No falta quién haya preguntado si verdaderamente se trata de una perla real dado su brillo. Trátese de una gema marina o no, lo fascinante es cómo Vermeer crea una ilusión visual, es decir, la presencia de un pendiente ya sea salido de su imaginación o auténtico. Era un maestro de la ilusión y el efectivismo.
La joven de la perla es un estudio magistral de la expresión de una doncella.