emos insistido en esta columna en reiteradas ocasiones sobre la importancia de las recientes políticas de Estados Unidos sobre China bajo el concepto de security-shoring desde 2022-2023 (y a diferencia de la moda del near-shoring). Desde entonces la estrategia de EU en contra de China (bajo el lema de invertir, competir y alinear
) ha subordinado todas las relaciones bilaterales a su propia seguridad nacional. No se trata de una estrategia abstracta: en 2022 las tres medidas presupuestarias más relevantes de la administración Biden –la Ley para la reducción de la inflación, la Ley CHIPS para la ciencia y la Ley de infraestructura, todas con el objetivo de enfrentar la competencia con China– ofrecieron un presupuesto de casi 15 por ciento del PIB de Estados Unidos. Estas medidas, por lo pronto, se han concentrado en cuatro cadenas globales de valor: semiconductores, baterías de gran tamaño, minerales y metales críticos, así como farmacéutica y farmoquímicos. La Casa Blanca está realizando un esfuerzo mayúsculo –con presupuesto y miles de ingenieros y personal– para sobrellevar la dependencia china y retomar el liderazgo tecnológico en estas cadenas globales de valor.
¿Y qué está haciendo China en esta reciente y explícita confrontación y competencia por el liderazgo tecnológico en cadenas globales de valor y tecnologías de punta?
El sector público chino –como se ha venido destacando en esta columna– ha logrado coordinar objetivos educativos, industriales y tecnológicos en las últimas décadas; con la propiedad de alrededor de 45% de su PIB, China ha logrado avances notables en cadenas específicas en las últimas décadas (véase el caso de los autos eléctricos, como resultado de políticas en el corto, mediano y largo plazos). Como resultado de esta programación, China ha logrado escalar en ciencia y tecnología, con un coeficiente de sus gastos sobre el PIB cercanos ya a 2.5% en 2021 (en México estamos cercanos a 0.3% del PIB y con tendencia a la baja desde 2010).
Ante las medidas estadunidenses, y desde el último trimestre de 2023, el presidente Xi Jinping ha insistido en la relevancia de las nuevas fuerzas productivas
, es decir, profundizar los esfuerzos de China para sustituir importaciones tecnológicas (particularmente de Estados Unidos, por ejemplo en semiconductores) y, aspecto novedoso, de apostar a tecnologías disruptivas que permitirían el liderazgo tecnológico chino en el futuro: robótica y manufactura biológica y nanomanufactura, telecomunicaciones de nueva generación, internet satelital y grandes modelos de inteligencia artificial, semiconductores avanzados, energía nuclear, exploración de la luna y Marte, así como interfaces cerebro-computadoras y tecnologías celulares y genéticas, entre otras.
En el Tercer Pleno del Partido Comunista de China, en julio de 2024, se reiteraron y profundizaron estos objetivos para los siguientes cinco años: la ciencia y tecnología (CT) como el centro de los esfuerzos chinos (y en su competencia con Estados Unidos) para convertir a China en una superpotencia
en 2035. Xi enfatizó que históricamente bajos niveles tecnológicos y subdesarrollo no le permitieron a China desarrollar CT e innovación y que la historia no debiera repetirse. Si bien en el Tercer Pleno no se señalaron objetivos cuantitativos específicos, tampoco presupuestos, es de esperarse que hasta 2029 y 2035 China dedique masivos recursos para continuar y profundizar con el escalamiento tecnológico logrado durante el siglo XXI. La apuesta china, sin embargo, también implicará que muchas inversiones no serán exitosas en aras de apostar a innovaciones disruptivas
a diferencia de mejorar y hacer más eficientes tecnologías ya existentes. Detrás de los éxitos actuales de las baterías y autos eléctricos existen un sinnúmero de apuestas fracasadas, con sus respectivos costos.
Los efectos de las políticas de Estados Unidos y China serán significativas en el corto y mediano plazos; las dos mayores economías del mundo buscarán no sólo el liderazgo tecnológico, sino sustituir importaciones de su respectivo competidor. Lo anterior podrá resultar en un futuro interesante ante la sistémica competencia e importantes resultados tecnológicos, de los que terceros países –por ejemplo en América Latina y el Caribe– podrán hacer uso. Esto pudiera llevar a inesperados avances globales en transporte, telecomunicaciones y, sobre todo, en energías renovables y no fósiles en el mediano plazo. Tampoco es descabellado imaginarse escenarios más complejos y catastrofistas, incluso con desenlaces militares entre ambas economías. En 2024, por lo pronto, estamos ante escenarios de alta competencia.
Países como México seguramente pudieran beneficiarse si logramos mantener un equilibrio en la relación con ambos países (y no sólo con uno). ¿Será?
* Profesor del Posgrado en Economía y Coordinador del Centro de Estudios China-México de la UNAM