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¿La fiesta en paz?

Ecos de otra novillada desaprovechada en la Plaza México, ahora con una peonería impresentable

M

onumental Plaza de toros México o lo que de ella va quedando, es decir, bares encarecidos, consumidores alegres y música estridente en sus pasillos, mientras estatuas y pinturas mal recuerdan tiempos de grandeza y de pasiones colectivas en el escenario de lo que fue la catedral taurina del continente inventado, al decir del mexicano Edmundo O’Gorman, o del continente encubierto como señalara el colombiano Germán Arciniegas.

Por fuera, el aspecto del septuagenario coso luce todavía peor pues lo que fueran sobrios muros de concreto son ahora amplios espacios tapizados de manchones y consignas pintarrajeadas con más vulgaridad que ideas entre las que destaca, con furibunda ignorancia subvencionada, la palabra asesinos. Salvo los tacos de El Paisa frente a lo que fuera la cantina El Ruedo, el resto de los puestos, incluida la librería taurina de Pepe Rodríguez, fueron demagógicamente expulsados del marchito templo para dar paso a puntos de revisión donde los asistentes son cateados como si fueran hampones dispuestos a introducir sustancias prohibidas o incluso armas. Degradar así ese inmueble es desaparecerlo en breve.

¿Qué hacer con la bravura?, parecen preguntarse los jóvenes alternantes que domingo a domingo dejan ir novillos cuyas buenas condiciones exigen mayor oficio y mejor entrega. Por eso cuando sale un encierro enrazado y con exigencias, no sólo pasador, los muchachos elegidos por la empresa de la México con inconfesables criterios, se ven constantemente atropellados e incluso heridos por su falta de preparación.

La empresa, empeñada en batir sus récords de desatinos, contrató para la séptima novillada unas cuadrillas bochornosas que entraban en pánico a las primeras de cambio, arrojaban el capote y corrían despavoridos. Lo peor es que con esas ineptitudes los toros de casta aprenden pronto y desarrollan sentido, mientras los muchachos carecen de apoyo oportuno. ¿Pertenecen estos peones de brega a la Asociación Nacional de Picadores y Banderilleros? Pues disuélvanla o capaciten mejor a sus socios antes de que se consolide como un gremio de ineptos que cobra por hacer el ridículo. La de Gonzalo Iturbe fue una novillada muy digna que tuvo una lidia indigna e inadmisible en la que se pretende la plaza más importante del país. De amonestaciones, sanciones y multas, ni hablar. Son cosas de un pasado remoto.

El ganadero Carlos Castañeda Gómez del Campo, escribió la misma noche del domingo el artículo: “Los Inoxos del toreo. La palabra del título no existe, pero la viví en el ruedo hoy. Un volar infinito de capotes inútiles. Capotes en la arena. La inteligencia consiste en conocer y tener la destreza de aplicar la sapiencia en la práctica. La tristeza en la plaza es ver el mal hacer. El percibir que no se tiene ni capacidad ni aptitud. Escribió Monterroso: ‘el tiempo pasa y todo vuelve’. El Dinosaurio regresa la realidad a la plaza. En una frase. Todavía sigue ahí. El mal hacer, el mal actuar, el no saber, el destruir, lo vivimos en la sombra de la plaza mal cuidada. Tres jóvenes inexpertos, acompañados de cuadrillas de bordados mal fundidos, sucumbieron ante el hacer de no saber qué hacer. Cuando el toro exigente se presenta y dice, los decidores corren, los sabios brincan y los contras no caben de contento. Gonza: no se diga más. Aprendimos contigo lo que es familia, bravura, clase y silencio. Canto ante quien entienda. Levante y puerta a quien pueda ir cantando otras canciones. Al final, el mejor sí existe. Yo lo viví contigo. El mejor ganadero de mi mundo: Gonzalo Iturbe González”.