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Lula y problemas sin solución a la vista
L

a verdad es que, al entrar firme en la última mitad del segundo año de su tercer mandato presidencial, Lula sigue enfrentando tensiones junto al peor Congreso desde la redemocratización; es decir, desde hace 40 años, viciado por las absurdas facilidades en el manejo de las enmiendas parlamentares – liberación de presupuesto para que diputados y senadores lleven adelante sus proyectos–, liberadas sin ningún control por su antecesor, el desequilibrado ultraderechista Jair Bolsonaro.

Esa liberación de dinero público supera 2 mil millones de dólares repasados a propuestas que, o nunca salieron del papel, o costaron poco más de la mitad de lo previsto. Y con un detalle: esa jugarreta se repitió en cada uno de los cuatro años de Bolsonaro en el sillón presidencial y siguió prácticamente intacta en el primer año de Lula como presidente. En Brasil, el presupuesto gubernamental es elegido por el Congreso el año anterior y tiene que ser respetado por el sucesor, por lo que Lula, además del gobierno, asumió ese escándalo.

Pero es igualmente verdad que, a esta altura, el balance de su año y medio ocupando otra vez el sillón presidencial muestra un cuadro general muy positivo. Hay, desde luego, pendientes graves sin salida a corto plazo, como la cuestión ambiental.

Aunque, por otro lado, la economía abrió espacio para que hasta la sacrosanta, invisible y poderosísima entidad conocida por mercado financiero trace pronósticos que superan –por poquito, es verdad, pero superan– las proyecciones del mismo gobierno para la economía.

Por primera vez en más de una década, el país vive un periodo de pleno empleo; es decir, la oferta de mano de obra es inferior a la demanda. Las plazas están ocupadas al ritmo del crecimiento de la producción.

Sobran datos confirmando esa tendencia en la economía. Un ejemplo redondo y palpable es el programa Mi casa, mi vida, bandera de Lula en sus primeros dos mandatos –2003-2011–, que experimentó este un año un aumento de 620 mil nuevos inmuebles financiados por el Estado con tasas de interés ínfimas.

Pese a que la inflación en el sector de alimentos supera a la de los demás, se sigue consumiendo en niveles positivos y superiores a los del periodo de Bolsonaro.

Hay cuidados especiales relacionados con la economía oficial, como el índice de proyectos que superan la esperada recaudación de impuestos y podrán forzar la búsqueda de crédito en el mercado financiero. No obstante, al menos hasta esta altura del año, se trata de una preocupación contenida en niveles aceptables sin movimientos bruscos en la economía.

Es verdad que Lula seguirá enfrentando un Congreso hostil, con una Cámara de Diputados escandalosamente manipuladora y con un espacio duramente negociado en el Senado.

Sin embargo, la verdad es que no son esos los principales puntos de tensión y presión en el palacio presidencial.

Los más relevantes están a muchos kilómetros de distancia. Uno de éstos en el norte, con la Venezuela de Nicolás Maduro y, el otro, mucho más cerca: la devastación de la fracción de la Amazonia conocida como Cerrado, debido a que posee bosques condensados en una región seca.

Después de un mes del escándalo por las elecciones claramente manipuladas por Maduro, Lula –que hasta hace muy pocas semanas era su principal aliado y defensor en América Latina– parece cada vez más dispuesto a alejarse de su antiguo protegido.

Conforme ganaron fuerza las denuncias internas y externas de la situación venezolana, aumentaron las presiones sobre Lula, venidas desde afuera, pero especialmente fuertes en Brasil.

En los primeros momentos, el mandatario brasileño buscó mantenerse en una posición discreta frente a la posibilidad de que, junto a su colega colombiano, Gustavo Petro, pudiera actuar como mediador entre Maduro y la oposición, que reconoció oficialmente Edmundo González como vencedor por un amplio margen de votos. Pero esa posibilidad se esfumó. No hay nubes en el horizonte que indiquen que tal negociación sea mínimamente posible.

Lula salió de su silencio y anunció que sólo reconocerá la victoria de Maduro cuando sean divulgadas las actas oficiales del conteo de votos. Como ya pasó más de un mes de las elecciones y frente a las actitudes e iniciativas de Maduro, todo indica que esos datos jamás serán difundidos.

Por si todo lo anterior fuera poco para conturbar el escenario regional donde Brasil tiene protagonismo especial, a principios de agosto, y por determinación expresa de Rosario Murillo, vicepresidenta y esposa del actual mandatario Daniel Ortega, que implanta con furia cada vez más despiadada una dictadura en Nicaragua, el embajador brasileño en aquel país, Breno de Souza da Costa, fue sumariamente expulsado.

La razón: no haber comparecido en julio pasado a los festejos que celebraron los 45 años de la victoria de los sandinistas –los auténticos, aquellos que desaparecieron bajo un Daniel Ortega cada vez más parecido a uno de los Somoza, el clan que dominó Nicaragua por casi medio siglo–.

A ver qué hará Lula frente a ese escenario externo desafiante y negativo. Además, sobra espacio para preocupaciones internas, en especial las relacionadas con el medio ambiente, que enfrenta una ola destructiva sin precedente.