Romeo y Julieta=4
ara mí la poesía es algo físico o, si se quiere, metafísico que físicamente nos toca; sucede, aparece. No soy el único en decirlo: la poesía es un suceso, es una aparición, es contacto con lo otro. Sea como sea, es un fenómeno, refrendo, físico.
A veces creo que mi no exposición al fenómeno teatral pudiera provenir del enorme encantamiento que el hecho me produce, la herida que a la menor provocación en mí abre.
Sueño particular, sueño general, sueño universal, trinidad de sueños, entremezclándose o identificándose, es el teatro para mí. Sé que soy el vacío del escenario cuando asisto (que casi nunca, ya dije por qué) a una representación.
El sábado pasado acudí a una, en parte para antes y después de la función dar un taller. No salí indemne; no se sale, es mi experiencia, indemne de una experiencia teatral. ¿Dónde? En el foro El Foco, por la Roma, donde se presentó de Rodrigo Montera, autor que también funge de director, Diego y Julieta o Romeo y Paulina, pieza que entremezcla pormenores de una puesta en escena, la de Romeo y Julieta, con pormenores o presuntos pormenores de lo que enfrentan las personas al volverse personajes, al personificar a seres de ficción; no únicamente al interior del fenómeno teatral, sino asimismo al exterior (para ellos no tan o no solamente exterior), en sus propias vidas.
Los jóvenes, tenían que serlo, Diego Esteban Hernández y Paulina Márquez, fresco el primero, dueña de sí misma la segunda, se ocupan de meternos a la escena shakesperiana, a la escena monteriana y a la escena, ya se ha dicho, de sus propios (si presuntamente o no, qué importa) conflictos, realizaciones, esperanzas, dudas…
Casi olvidaba decir, y qué tal si mejor no lo dijéramos, que a El Foco acudí invitado por Montera a trabajar la lectura de sonetos de El cisne de Avon, necesariamente traducidos al español. Una delicia.
La obra obtuvo recientemente tres premios –por mejor puesta en escena, mejor texto original y mejor artista nuevo (Hernández)– en un rally promovido por el mismo foro. No obstante esta vez la lamentablemente reducida asistencia, la recepción del trabajo fue entusiasta, emotiva y, naturalmente, efusiva la respuesta. En mi caso, ciertamente un caso (gustando tanto de lo escénico, eludo exponerme a sus realizaciones), sin esfuerzo alguno me invitó o estimuló a seguirme asomando al más físico de los fenómenos poéticos, el –así llamado– dramático.