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Somos el presente, no el futuro
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l 12 de agosto es conmemorado como el Día Internacional de las Juventudes por la Asamblea General de Naciones Unidas. Con base en distintos documentos, las juventudes son aquellas personas consideradas entre 15 y 29 años; sin embargo, es importante reflexionar si la juventud es sólo una cuestión de edad o un elemento que condiciona y genera situaciones de vulnerabilidad de forma estructural.

De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), durante el primer trimestre del presente año, las juventudes representaban casi 24 por ciento del total de la población, donde más de 50 por ciento eran mujeres, y la mayoría tenía entre 15 y 19 años. De este porcentaje, más de la mitad contaban con educación media superior y se consideraban económicamente activas (https://acortar.link/HFl8iH). Asimismo, en la Declaración de la Juventud sobre la Transformación de la Educación, la cual está basada en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, se menciona que la educación es una herramienta que puede transformar las realidades desiguales que viven en todo el mundo, no sólo como un derecho humano que tiene que ser garantizado, sino como pedagogía política que se puede construir fuera de las aulas y las instituciones académicas.

Tanto las juventudes como las niñeces han sido históricamente consideradas poblaciones sin capacidad de agencia ni como actores político-sociales, lo que se sustenta en el enfoque adultocentrista. Bajo esta perspectiva y al considerar que estas poblaciones son las del mañana, las del futuro, no se dan como prioridad las inquietudes y problemáticas que acontecen en el presente de su cotidianidad. Sin embargo, en las últimas décadas y a raíz de las luchas por el reconocimiento de sus derechos, así como su exigencia para la integración de sus demandas y participación en espacio de toma de decisiones, esta realidad comienza a cambiar.

En gran medida, esto se ha detonado por las modificaciones administrativas que han impactado en las dinámicas escolares institucionalizadas y en los apoyos gubernamentales que abonaban a que muchas juventudes pudieran acceder a la educación en sus distintos niveles. Ahora, sin estos recursos gubernamentales, con un recorte de matrículas y en un contexto en el que permea la violencia generalizada que pone en riesgo la vida de las personas jóvenes y de la ciudadanía en amplio, ¿cómo podemos usar la educación para cambiar nuestras realidades? ¿De qué manera la educación se vincula con los derechos humanos y la búsqueda de condiciones de vida dignas? ¿Cómo es que esto puede abonar a la transformación social y política ante la crisis humanitaria y de derechos humanos en el país y Latinoamérica?

La educación popular es un proceso político-participativo que abona a la transformación social mediante el reconocimiento de los contextos de las personas y su análisis a partir de la reflexión colectiva, principalmente en los sectores y poblaciones que históricamente han sido discriminados. Esta metodología fue construida por Paulo Freire, en Brasil, cuyos impactos generaron revoluciones sociales no sólo en el pensamiento, sino en la praxis.

Ante la coyuntura actual, es importante retomar los principios y las intenciones de la educación popular para reiniciar procesos de diálogo en nuestras comunidades y contextos que nos permitan encaminar nuestras acciones para la reconstrucción del tejido social y la vida colectiva para la búsqueda de paz, justicia y dignidad humana. Si bien, la educación en sí misma ha logrado transformaciones sociales y políticas impulsadas en su mayoría por las juventudes universitarias, es necesario reconocer y atender las demandas y problemáticas que acontecen a las generaciones del futuro con el objetivo de prevenir situaciones que quizá sean difíciles de combatir en los próximos tiempos.

Por tanto, se vuelve indispensable que los estados reconozcan el papel de las juventudes y las niñeces como agentes de transformación social y política, para que su visibilidad no quede sólo en el marco del Día Internacional de las Juventudes, sino que continuemos acompañando sus voces y luchas desde los distintos sectores. Y sobre todo, que recordemos que ellas, elles y ellos no sólo son constructores del futuro, sino quienes transforman y defienden la vida colectiva del presente.