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Economía moral

Posibilidad de la teoría crítica, según György Márkus/ III

S

egún György Márkus (GM), la construcción marxiana con la que concluí la entrega anterior (9/8/24) que las disfunciones del capitalismo generan inevitablemente N radicales referidas a la satisfacción de las N básicas, es ahora inaplicable a las condiciones del neocapitalismo. Esta afirmación de GM sobre la inaplicabilidad ha quedado obsoleta con la automatización generalizada de los procesos productivos que están generando un desempleo tecnológico cada vez mayor y que en esta columna he tratado varias veces como el fin objetivo del capitalismo: el capitalismo se derrumba porque los robots no consumen mercancías. Veamos, sin embargo, cómo desarrolla GM su argumentación, teniendo en la mente esta grave omisión. GM sostiene que cuando Marx establece el vínculo entre las condiciones objetivas y subjetivas del cambio radical a través de la ‘subsunción’ de la clase trabajadora bajo la noción de ‘fuerza productiva’, transforma en realidad a los destinatarios y sujetos de su teoría en un ‘objeto’ construido por la teoría. Este paso está conectado con la idea misma de teoría crítica (TC) que no es una sistematización de las aspiraciones conscientes, ‘vividas’, de los asalariados; sino que se propone llevarlos a la conciencia de sí, lo que presupone una distinción entre conciencia ‘empírica’ y conciencia ‘atribuida’. Como TC de la sociedad capitalista, el marxismo es también una ‘crítica’ de su sujeto, de la clase obrera. Lo que vienen a reconocer conscientemente como sus N está inducido por las relaciones existentes de dominación social. La TC se asume como una parte de aquel proceso de aprendizaje que interrumpe esta socialización cotidiana ‘normal’ de los trabajadores en la sociedad capitalista. La teoría de la clase obrera tiene que ser, en cierto sentido, una teoría sobre la clase obrera: el camino de la comprensión de sí misma es el de la explicación crítica de la conducta ‘normal’ que revela a su vez su N social condicional y su atrocidad histórica. Con ello, dice GM, Marx asimila la distinción entre conciencia empírica (inducida por el sistema) y conciencia atribuida (adecuada a los objetivos socialistas) a la distinción entre apariencia y realidad, por un lado; y entre ignorancia y conocimiento verdadero, por el otro. Las N, intereses y aspiraciones de los trabajadores, que resultan de su integración objetiva en la sociedad capitalista, del hecho de ser una clase de esta sociedad, se ven rebajadas al estatus de simples fenómenos sicológicos subjetivos, contrapuestos con un concepto en sí contradictorio de ‘interés objetivo’ que es independiente de la conciencia y la voluntad. El proceso mediante el cual la clase trabajadora alcanza la conciencia de sí, su autonomía práctica e histórica, se vuelve sinónimo del reconocimiento de aquellos intereses ‘reales’ que la teoría le adscribe como característica esencial de su posición de simple elemento en el proceso ‘automático’ espontáneo de la reproducción capitalista, como mero objeto.

“La autoeducación práctica a través de experiencias comunitarias y comunicativas de lucha social se identifica con el aprendizaje de la verdad de un cuerpo de conocimientos preexistente. La TC puede coherentemente pretender rebasar la filosofía tanto en el sentido de una práctica dialógica y comunicativa de autoeducación como en el de una ‘ciencia positiva’, y también proponer una demostración de la N de su obtención (por lo menos como única alternativa a la autodestrucción). Sólo así no hay contradicción teórica entre postular como única meta ‘educar a los trabajadores a actuar con independencia’ y anunciar que nada tiene que ver con ‘qué objetivo contempla, en un momento dado, un miembro del proletariado, o incluso el proletariado en su conjunto’ –porque en este caso actuar con independencia significa actuar tal como ‘está obligado a actuar conforme a su propio ser’. La subjetivación práctica del proletariado (su conversión en un agente histórico autónomo) es idéntica a la realización de su completa ‘objetivación’ teórica; la libertad es la conciencia de una N preestablecida.

Pero, añade GM, al momento en que la TC se postula a sí misma como unidad de autoeducación comunicativa y ciencia positiva, la presuposición de un sujeto exclusivo único y unitario de la transformación revolucionaria deja de ser la guía práctica de la teoría y se convierte en su postulado, en una condición categórica de su posibilidad. Pero si la teoría está comprometida con la concepción de un agente singular y unitario, la gama de motivaciones radicales se delimita, se reduce a una negatividad abstracta. Del proletariado se puede afirmar, en el mejor de los casos, que le caracterizan aquellos ‘móviles’ que están dirigidos contra el capitalismo, pero faltan motivos a favor de una sociedad socialista. Mientras más determinista es la teoría respecto a la existencia de un móvil revolucionario, menos determinado es el contenido de tales motivaciones en cuanto al carácter de esta transformación radical. Para garantizar el carácter socialista del cambio, postula al socialismo como alternativa única al capitalismo, teleológicamente predeterminada. Y es esta interpretación estrictamente determinista la que invoca la interpretación finalista del ‘futuro’ de la historia. La concrescencia paradójica del determinismo y el finalismo en la teoría de la reificación de Marx, la comprensión reductivista ‘negativista’ de las motivaciones radicales y la interpretación ‘cientificista’, constituyen una constelación teórica (aparentemente inconexa) que configura no sólo la forma más elaborada de la TC sino también –a pesar de sus ambigüedades internas– su forma más coherente. Pero esta versión final (sic) de la teoría de Marx en El capital está en conflicto latente con las intenciones indicadas en sus trabajos tempranos, mediante las cuales rompía con la tradición cultural, que implican una comprensión radicalmente nueva de la intersubjetividad (y de la noción de sujeto), con base en la cual se puede formular una nueva idea de racionalidad entendida como proyecto práctico, histórico-social. El PP postula que la intersubjetividad constituye una objetividad social externa que determina y trasciende a cada uno de los sujetos empíricos, pero es el ‘portador’ de esta intersubjetividad históricamente formada sólo en la medida en que se ve incesantemente retransformada en las N y capacidades (C) subjetivas a través de sus actividades e intercambios sociales conscientes y deliberados. La objetividad social, mundo de objetos creados por los seres humanos, trasciende incluso a la totalidad de los sujetos empíricos, pues siempre ofrece y hace posible otros usos que los realizados, es decir, en la medida en que las actividades individuales no tienen sólo un carácter reproductivo sino también poiético-creativo. La nueva noción de intersubjetividad implica una noción diferente de ‘sujeto’, que conecta en una unidad las ideas de autonomía y finitud humanas. “Los individuos ciertamente se hacen unos a los otros, física y mentalmente, pero no se hacen a sí mismos” (Marx).

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