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espués de varias semanas de escaramuzas entre el presidente Joe Biden y no pocos líderes del Partido Demócrata y personalidades cercanas a esa formación política, por fin Biden tomó la grave decisión de terminar su campaña de relección. La carta mediante la cual anunció su decisión es elocuente: Ha sido un gran honor servirles como presidente. Pero creo que en el mejor interés de mi partido y el país, he decidido abandonar mi campaña de relección y concentrarme en las tareas que atañen a mi cargo. Concluyó expresando su apoyo a la vicepresidenta Kamala Harris como candidata de los demócratas.

La decisión de Biden es la culminación de una de las etapas más confusas y angustiosas del Partido Demócrata, yde la nación entera en un proceso electoral. El evidente deterioro de las condiciones físicas del presidente y su pérdida de popularidad presagiaban el regreso de Trump a la Casa Blanca. Esa predicción se acentuó después del lamentable debate que sostuvo con Trump, en el que dejó sin respuesta las innumerables falsedades del ex presidente, quien, además, demostró su evidente incapacidad para proponer un plan elemental de gobierno de llegar a la Casa Blanca.

La semana pasada Donald Trump fue coronado como el todopoderoso de Estados Unidos. Para algunos, el Rey incontestable; para otros, el Mesías salvador de la raza blanca en la tierra. Durante los primeros 30 minutos del discurso mediante el que Trump aceptó su ascensión al trono, obligado por sus asesores, y el látigo del teleprónpter, actuó con cierto recato e insinuó su voluntad de cambiar el estilo rencoroso, pendenciero y vengativo que lo caracteriza y prometió trabajar para unir a toda la nación. Parecía que se apegaría al guion, pero de repente se despojó de la piel de cordero y en un cambio repentino, reapareció el verdadero Trump, el adorado por la derecha más radical del Partido Republicano, y temido por lo que queda de ese antiguo instituto conservador. Fustigó a la dirigencia del Partido Demócrata con epítetos de su más florido lenguaje, criticó sin pruebas y con falsedades la política del presidente Biden y adjetivó su discurso una y otra vez buscando el aplauso fácil de los miles que llenaban el auditorio, sede de la Convención Republicana. Se perdió la oportunidad de conocer cuál sería un programa más o menos elaborado en el caso de ganar la elección. Repitió lo que de sobra es conocido: sus intenciones de deportar a 100 millones de indocumentados, completar el muro en la frontera con México, recortar como lo hizo durante su gobierno los impuestos a quienes más ganan, disminuir o de plano eliminar programas sociales, poner un freno y en su caso revertir los de protección al medio ambiente. En su política externa respaldará a Putin en Rusia, a Orban en Hungría, a Le Pen en Francia, a Meloni en Italia y a cuanto gobierno tenga algún parecido con las políticas draconianas que instrumentó en los cuatro años en que fue presidente y que ahora pretende reditar. Más de lo mismo, pero con tufo de venganza.

Mientras eso sucedía en la Convención Republicana, otro drama se desarrollaba dentro del Partido Demócrata. Llegó a un desesperado impasse, caracterizado por la insistencia de Biden en continuar con su campaña de relección y el paulatino aumento de dirigentes de ese partido que le sugerían en que desistiera de ese propósito. El pro-blema es que Biden insistía en ser el único capaz de derrotar a Trump en las urnas. Había, sin embargo, indicios de que estaba dispuesto a escuchar a quienes pretendían disuadirlo de su intención de relegirse. Los rumores se confirmaron la mañana de ayer domingo, cuando Biden accedió a dejar la carrera por su relección.

Con esos eventos se abre ahora un complicado proceso para decidir cómo designar al candidato idóneo que tomará la estafeta en la empresa de derrotar a Trump. Algunos piensan que sería la vicepresidente Kamala Harris, a quien Biden apoyó en su carta de renuncia. Otros consideran que se debería celebrar una miniprimaria en la que participarían los candidatos que pudieran tener mayor éxito en ese fin.

Quien pretendió derrotar a Trump mediante la violencia que él mismo ha predicado, erró el tiro por unos milímetros y paradójicamente lo convirtió en un espíritu ultraterreno, como el propio Trump se definió entre las alabanzas y el delirio de sus discípulos. Hay que ver si quien llegue a la candidatura del Partido Demócrata, aquí en la Tierra, logra frenar el regreso de los unos.