Ópticas del sufrimiento
on incontables los ríos de tinta escritos sobre el sufrimiento, la angustia, el dolor −consciente, desde luego−, que el ser humano experimenta desde que nace, o sea, desde que empieza a morir, trátese de una existencia breve, prolongada o longeva. Pero ese sufrimiento se acrecienta en la medida en que cultura, religión, creencias, culpas y actitudes lo admiten como destino inevitable, como condición ineludible del ser humano e incluso como imitación de la vida de afamados profetas. Del valle de lágrimas
de la Biblia al sufrir me tocó a mí
del bolero, en la mejor tradición dolorista.
Se nos inculca el sufrimiento como cualidad imitativa pero no se nos dice cómo lidiar con éste, con qué actitud enfrentarlo o con cuáles herramientas disminuirlo e incluso evitarlo. Con más optimismo que realismo, autores hablan de darle un sentido a nuestra vida; otros de echar mano de la fe y esperanza y algunos más de ejercer una compasión alerta con nosotros y con los demás.
Paréntesis: antes que como lástima o sufrimiento con o por otro, entender la compasión como compás, ritmo, medida y rumbo de mi propio paso y del ajeno. Es una manera más realista y estratégica de apoyar sin estorbar, de ayudar sin caer en asistencialismos bien intencionados y en caridades tranquilizadoras; es pasar de la compasión como concepto a una existencia más acompasada como valor, en nosotros y en los otros.
Pero el sufrimiento sigue ahí, junto con los ríos de tinta y los océanos de saliva empleados en atenuarlo desde el comienzo de los siglos, aunado a los desastres naturales, epidemias, guerras, errores de cálculo y crecientes transgresiones a los valores al uso, por libertad, por impunes o por inoperantes. El Antiguo Testamento enuncia el valor educativo
de la pena-sufrimiento como posibilidad de reconstruir el bien en el sujeto que sufre.
Y la Iglesia sugiere: el sufrimiento se puede considerar, además, como una llamada a manifestar la grandeza moral del hombre, su madurez espiritual, como una prueba −a veces bastante dura− a la que es sometida la humanidad, o como una particular llamada a la virtud. Cristo dice: sígueme, con tu sufrimiento toma parte en la obra de salvación del mundo que se realiza a través de mi sufrimiento. Si se atiende a esta llamada, el hombre encuentra en su sufrimiento paz interior e incluso alegría espiritual. A la espera de pautas más sensibles, el sufrimiento persiste.