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El día después
E

scribo este texto a unas horas de que el Instituto Nacional Electoral comunique a la nación el resultado de la contienda presidencial. Un nombre, el de la primera mujer presidenta de México, ocupará las primeras planas y dominará la agenda y las conversaciones. Habla bien de este país que una mujer sea titular del Ejecutivo, algo que pasó de impensable a posible, y de posible a seguro, dada la configuración de la boleta electoral, con dos candidatas.

Después del hito, del paso histórico, del justificado reconocimiento y el desearle a la nueva presidenta electa que le vaya muy bien –si le va bien a ella, a México le irá mejor–, tocará también enfrentarnos como país a nuestros problemas, que siguen allí esperándonos.

El más puntual, indiscutible y central es el de la inseguridad, en donde tristemente hemos perdido nuestra capacidad de asombro. Son cientos de miles de muertos en tres sexenios, sin que la espiral pueda detenerse. Son pueblos vacíos, familias rotas, madres buscadoras (un término que, por sí mismo, es desgarrador) y una realidad lapidaria: el poder del crimen organizado rivaliza con el del Estado en todos los sentidos. Rivaliza al cobrar impuestos o como comúnmente se le llama, derecho de piso; al romper el monopolio legítimo de la fuerza, e incluso como gran empleador y creador de una red de dádivas a las comunidades. No es más el problema logístico de llevar droga de un país a otro, sino el andamiaje criminal superpuesto al de las instituciones públicas.

El ejemplo más nítido y reciente de este fenómeno es el asesinato, transmitido en vivo, del candidato del PRI y la alianza opositora, en Coyuca, Guerrero. El crimen vota y veta. El crimen decide quién gobierna en los municipios, quién manda en las policías y cómo se orienta el raquítico presupuesto público de cientos de alcaldías. Esa es nuestra realidad, y la política ha llevado la seguridad a su terreno. Así, tocar el tema de seguridad parece un tema contra el gobierno, y la defensa de las políticas públicas de seguridad cae en oídos sordos de la oposición. No hay diálogo, y por ende, un acuerdo político nacional para enfrentar juntos la amenaza del crimen organizado a México, a su futuro y viabilidad.

Valdría la pena que el bono de legitimidad con que todo gobernante arriba al poder fuera utilizado para convocar a todas las fuerzas políticas a un gran acuerdo para enfrentar la crisis de seguridad. Atender las causas es correcto. Combatir a los criminales también. Pero no podemos caer en ese debate dicotómico, en el que ambas parecieran ser mutuamente excluyentes. El problema es más complejo.

Pecando de optimista, espero que el tiempo poselectoral abra un espacio para una conciliación efectiva, que derive en un mayor poder de las instituciones del Estado para defender a los ciudadanos. Nada más. Ese tiempo también debería obligar a repensar las reglas del juego, a asumir que la legislación electoral está completamente rebasada, y solamente sirve para simular que se cumple con la norma, cuando la realidad es totalmente diferente. Los debates, la posibilidad de que un presidente pueda hacer campaña abiertamente por un partido (lo cual me parecería sano), la publicidad electoral, los tiempos de la contienda, los periodos de precampaña, los topes de gasto, por mencionar algunos temas, ameritan una actualización.

Tema aparte son las encuestas, que –con honrosas excepciones– han hecho un absoluto ridículo en esta contienda presidencial. En una democracia sana y moderna, encuestas como las que hemos visto ameritarían una sanción social, para que el castigo fuera la intrascendencia. De lo contrario, las tendremos nuevamente en tres años pregonando números que no son ningún reflejo demoscópico, sino propaganda hecha en Excel.

Un día después de la jornada electoral, espero que este país pueda rencontrar la capacidad de dialogar para resolver lo urgente, discutir lo importante, y acordar lo necesario. Llevamos más de 40 años enfrentando los estragos de las crisis económicas de fines de los 70 y principios de los 80. ¿Cuántos años deberá dedicar esta generación, y las que le suceden, a la crisis social generada por la inseguridad y el poder del crimen organizado?, no lo sé. Lo que sí sé es que serán muchos años más, si no tenemos la capacidad, la generosidad y el amor a México para sentarnos a la mesa de quien piensa diferente. Ojalá un día después de la elección exista conciencia plena de que el enemigo, el único y verdadero enemigo, es el crimen y las raíces que ha echado en nuestra patria. Ese enemigo es común, es nuestro reto inmediato como padres y como mexicanos.